SINOPSIS
Sólo el amor y la tolerancia pueden trazar rutas entre la violencia, la desolación y el odio.
Lucía acaba de terminar su carrera y viaja a Palestina como cooperante de una ONG. Está llena de ilusiones, de buenos propósitos, pero lo que encuentran en los Campos de refugiados rompe todas sus ideas preconcebidas. Las carencias rozan el límite de la supervivencia y nadie les espera, ni espera nada de ellos. En los campos de refugiados no sólo hay intereses altruistas, las facciones político-religiosas mantienen una lucha de poder constante entre sí y contra su enemigo Israel y por extensión Occidente.
Lucía se encontrará con los dos polos humanos que imperan en los Campos: quiénes lo dan todo, como Fathia y Hamid; y con el Halcón, un palestino de padre inglés, educado en diferentes países, y con un magnetismo y atractivo que subyuga perdidamente a la joven cooperante. Descubrir quién es este hombre en realidad le va a costar muy caro a Lucía. Su pasión le alcanzará la gloria y la arrastrara al abismo.
No he podido esperar para contar mis impresiones. Hay quienes prefieren dejar reposar las historias para comentarlas con cierta distancia y algo más de temple; pero a mí me gusta plasmar mi opinión de una forma visceral, con las emociones que la novela me ha suscitado burbujeando en mi cuerpo aún. Porque las lecturas que te hacen sentir así lo merecen, merecen que se haga de ellas una radiografía de lo contienen pero también de lo que transmiten —que no siempre es lo mismo—, y de cómo lo transmiten, de lo que con ello evocan. Son emociones, a veces, que consiguen auparte a una nube y dejarte absorta subida en ella, con los pensamientos revoloteando en torno a los personajes y a la historia que han vivido, a los porqués de la trama…, emociones que, por suerte o por desgracia, van menguando de intensidad a medida que pasa el tiempo, resultando mucho más difícil volver a evocarlas después para hablar de la novela con el grado de excitación que te ha provocado inicialmente.
Me traje Promesas de arena, dedicado y firmado por Laura Garzón, de la presentación que hizo en Córdoba el pasado viernes. Y si bien fue una compra convencida, más convencida aún de leerla salí de allí, tal vez porque, de todo lo que su autora dijo, lo que más me llegó fue ese cierto paralelismo que encontré entre "Promesas de arena" y mi propia novela ("¿A qué llamas tú amor?") en cuanto a la relación pasional, arriesgada y descerebrada de sus protagonistas y a la defensa que Laura Garzón hizo de la figura de la mujer en una relación amorosa, antagónica al estereotipo mostrado por muchas de las novelas romántico-eróticas actuales en las que la sumisión acompañada de una patente falta de dignidad parecen ser la tónica más habitual, defensa que comparto plenamente y que también resulta ser, en parte, objeto de mi propia obra. La empatía con Laura en estos dos planteamientos "literarios" despertaron muchísimo mi curiosidad, aunque ambas novelas sean por supuesto distintas. Y no me equivoqué al leerla aventurando que me gustaría. A pesar de mi escasez de tiempo, me ha durado dos sentadas. Y tengo que decir que me ha encantado.
Promesas de arena es, fundamentalmente, una historia de amor pasional, de ese amor que te posee, que te arrebata, que te desgarra por dentro, que pone en jaque al corazón en pugna con la razón sin que sepamos de antemano cuál de ellos terminará imponiéndose al final. Tal y como dijo Laura en la presentación, es una relación al límite en una situación límite, en pleno conflicto palestino en la franja de Gaza, y protagonizada por Lucía, una occidental que decide trasladarse para trabajar de voluntaria en un hospital de la ONU y Haydam, más conocido como el Halcón, un palestino de padre inglés, con ojos azules, arrogante, seguro de sí mismo y embaucador al que Lucía no puede resistirse. Pero no todo se reduce al amor entre ambos, a ese amor pasional entre dos personajes muy reales y perfectamente perfilados en físico, carácter, manera de ser y de actuar. El amor sobrevuela la novela con matices distintos mostrándonos las demás acepciones que tan grande lo hacen: el amor filial, el amor capaz de establecer férreos lazos de amistad desinteresada, el amor altruista hacia los más necesitados, el amor “social”, que crea un vínculo con quienes poseen los mismos orígenes, las mismas costumbres, la misma forma de entender la vida y de vivirla, hasta el punto de defenderse mutuamente de las agresiones externas. Y consigue mostrarlo con total realismo amparándose en unos personajes secundarios que casi compiten en protagonismo con los principales, como es el caso de Fathia, o con vital importancia para el desarrollo de la trama como Jasón o Hamyd, muy bien perfilados y construidos.
Pero como en toda novela que se precie —o que yo aprecie—, no todo se centra en los personajes; el marco, el escenario en el que se desarrolla la historia también cobra relevancia. Laura Garzón nos muestra una estampa fiel, no del conflicto palestino en general (que es el que conocemos a través de los noticiarios), sino del día a día vivido por sus gentes en el seno del conflicto, de su sentir, de su forma de entenderlo y de sus necesidades, tan alejadas de las nuestras. Nos permite contrastar ambas culturas sin poner ningún aspecto en tela de juicio, lo cual es meritorio considerando que la novela está narrada en primera persona y que es la propia Lucía, una occidental, quien nos la cuenta.
Juega su autora con el pasado y con el presente, alternativamente. No nos narra lo que sucede de una forma secuencial, sino dando saltos en el tiempo y desvelando poco a poco ciertos detalles que nos hacen detener la lectura ante la sorpresa y que, a la vez, mantienen la intriga por conocer el porqué de otras muchas cosas. Hasta el final. Y lo hace con una buena prosa, concisa y directa a veces, cuidada y elegante en general, hasta poética en algunos pasajes, pero sin perder la naturalidad, el lenguaje espontáneo y la terminología propia de la mujer joven que narra todo cuanto ocurre. Incluso se permite la licencia de alternar puntualmente esa narración en boca de Lucía con una narración en segunda persona —dirigida a Haydam, como si le hablara— sin que eso nos descoloque en modo alguno, evocando esa especie de diario escrito en el que a veces, y sin poderlo evitar, se cruzan imágenes que secuestran nuestra mente y la obligan a conversar con esa persona a la que sentimos la necesidad de decir, advertir o confesar algo que a su vez queremos recordar.
Engancha. “Promesas de arena” engancha, por el fondo y por la forma. El único “pero” que puedo ponerle es que se me ha quedado corta. Yo quería más. Pero no más historia —que tampoco estaría mal—, ni más explicaciones —no son necesarias, no quedan dudas— sino un poco más de profundidad, algo más de extensión en determinados episodios con los que estoy segura de que habríamos disfrutado muchísimo, degustando aún más sus detalles, la intensidad de las emociones, esa tensión narrativa tan eficaz en situaciones de cierto suspense, tanto a lo largo de la historia como en su final, un final, por cierto, real, perfecto para mí, muy coherente con la personalidad con la que Laura Garzón ha dotado a la protagonista. No sé si interpretar este “pero” como algo negativo o no. Porque si después de casi doscientas páginas de novela el lector se queda con ganas de más… por algo será ;)
Me traje Promesas de arena, dedicado y firmado por Laura Garzón, de la presentación que hizo en Córdoba el pasado viernes. Y si bien fue una compra convencida, más convencida aún de leerla salí de allí, tal vez porque, de todo lo que su autora dijo, lo que más me llegó fue ese cierto paralelismo que encontré entre "Promesas de arena" y mi propia novela ("¿A qué llamas tú amor?") en cuanto a la relación pasional, arriesgada y descerebrada de sus protagonistas y a la defensa que Laura Garzón hizo de la figura de la mujer en una relación amorosa, antagónica al estereotipo mostrado por muchas de las novelas romántico-eróticas actuales en las que la sumisión acompañada de una patente falta de dignidad parecen ser la tónica más habitual, defensa que comparto plenamente y que también resulta ser, en parte, objeto de mi propia obra. La empatía con Laura en estos dos planteamientos "literarios" despertaron muchísimo mi curiosidad, aunque ambas novelas sean por supuesto distintas. Y no me equivoqué al leerla aventurando que me gustaría. A pesar de mi escasez de tiempo, me ha durado dos sentadas. Y tengo que decir que me ha encantado.
Promesas de arena es, fundamentalmente, una historia de amor pasional, de ese amor que te posee, que te arrebata, que te desgarra por dentro, que pone en jaque al corazón en pugna con la razón sin que sepamos de antemano cuál de ellos terminará imponiéndose al final. Tal y como dijo Laura en la presentación, es una relación al límite en una situación límite, en pleno conflicto palestino en la franja de Gaza, y protagonizada por Lucía, una occidental que decide trasladarse para trabajar de voluntaria en un hospital de la ONU y Haydam, más conocido como el Halcón, un palestino de padre inglés, con ojos azules, arrogante, seguro de sí mismo y embaucador al que Lucía no puede resistirse. Pero no todo se reduce al amor entre ambos, a ese amor pasional entre dos personajes muy reales y perfectamente perfilados en físico, carácter, manera de ser y de actuar. El amor sobrevuela la novela con matices distintos mostrándonos las demás acepciones que tan grande lo hacen: el amor filial, el amor capaz de establecer férreos lazos de amistad desinteresada, el amor altruista hacia los más necesitados, el amor “social”, que crea un vínculo con quienes poseen los mismos orígenes, las mismas costumbres, la misma forma de entender la vida y de vivirla, hasta el punto de defenderse mutuamente de las agresiones externas. Y consigue mostrarlo con total realismo amparándose en unos personajes secundarios que casi compiten en protagonismo con los principales, como es el caso de Fathia, o con vital importancia para el desarrollo de la trama como Jasón o Hamyd, muy bien perfilados y construidos.
Pero como en toda novela que se precie —o que yo aprecie—, no todo se centra en los personajes; el marco, el escenario en el que se desarrolla la historia también cobra relevancia. Laura Garzón nos muestra una estampa fiel, no del conflicto palestino en general (que es el que conocemos a través de los noticiarios), sino del día a día vivido por sus gentes en el seno del conflicto, de su sentir, de su forma de entenderlo y de sus necesidades, tan alejadas de las nuestras. Nos permite contrastar ambas culturas sin poner ningún aspecto en tela de juicio, lo cual es meritorio considerando que la novela está narrada en primera persona y que es la propia Lucía, una occidental, quien nos la cuenta.
Juega su autora con el pasado y con el presente, alternativamente. No nos narra lo que sucede de una forma secuencial, sino dando saltos en el tiempo y desvelando poco a poco ciertos detalles que nos hacen detener la lectura ante la sorpresa y que, a la vez, mantienen la intriga por conocer el porqué de otras muchas cosas. Hasta el final. Y lo hace con una buena prosa, concisa y directa a veces, cuidada y elegante en general, hasta poética en algunos pasajes, pero sin perder la naturalidad, el lenguaje espontáneo y la terminología propia de la mujer joven que narra todo cuanto ocurre. Incluso se permite la licencia de alternar puntualmente esa narración en boca de Lucía con una narración en segunda persona —dirigida a Haydam, como si le hablara— sin que eso nos descoloque en modo alguno, evocando esa especie de diario escrito en el que a veces, y sin poderlo evitar, se cruzan imágenes que secuestran nuestra mente y la obligan a conversar con esa persona a la que sentimos la necesidad de decir, advertir o confesar algo que a su vez queremos recordar.
Engancha. “Promesas de arena” engancha, por el fondo y por la forma. El único “pero” que puedo ponerle es que se me ha quedado corta. Yo quería más. Pero no más historia —que tampoco estaría mal—, ni más explicaciones —no son necesarias, no quedan dudas— sino un poco más de profundidad, algo más de extensión en determinados episodios con los que estoy segura de que habríamos disfrutado muchísimo, degustando aún más sus detalles, la intensidad de las emociones, esa tensión narrativa tan eficaz en situaciones de cierto suspense, tanto a lo largo de la historia como en su final, un final, por cierto, real, perfecto para mí, muy coherente con la personalidad con la que Laura Garzón ha dotado a la protagonista. No sé si interpretar este “pero” como algo negativo o no. Porque si después de casi doscientas páginas de novela el lector se queda con ganas de más… por algo será ;)
¿La recomiendo? Por supuesto.
Felicidades, Laura Garzón. Ha sido un placer leerla y un placer haber podido conocerte personalmente.