Ya no disfruto tanto cuando leo, aunque
tal vez debiera decir "siempre que leo", porque paradójicamente, leer cada vez me gusta más. Esta es la conclusión a la que llegué (o llegamos, porque no era yo sola) tras una conversación de libros, novelas y arte literario en general. Y deduje rápido el porqué, no fue necesario que lo meditara en exceso.
A la mente se me vinieron varias imágenes; por ejemplo, la de aquel que buscando muebles para su casa hace una ruta por Ikea tras haber pasado previamente por la tienda de ebanistas de su pueblo. Y no, no os adelantéis que no voy a volver a la carga con la controversia de la calidad literaria y las ventas que llevan o no aparejadas, de eso ya hemos hablado hasta la saciedad. Voy al hecho de que un mueble y otro serán analizados de forma distinta en función del grado de conocimiento del oficio que se pueda tener. Una profana en la materia, como yo, se dejará llevar, probablemente, por su aspecto externo, por su estética (medida según mis propios y subjetivos cánones de belleza), por su utilidad, su funcionalidad y su precio; un carpintero o un ebanista (incluso yo si me apuntara a un taller para aprender el oficio) analizaría también, muy probablemente, la simplicidad de sus líneas o, por el contrario, el trabajo oculto en sus patas torneadas y en las tallas de las volutas que lo adornan, el entrelazado de sus cajones, el tipo de barnizado o la madera maciza empleada en un caso versus DM prensado en el otro, aspectos que al primero le podrían pasar por completo desapercibidas por mero desconocimiento del oficio. Eso no implica que por saber más ya no pueda gustar o convencer el primero, ¡ojo!, sino que es más probable que uno sea consciente de sus carencias y que, a la vez, le resulte más complicado menospreciar alegremente el segundo (aunque no sea atractivo) al haber podido apreciar el esfuerzo y los conocimientos necesarios para su construcción. Y en esas estoy yo.
Siempre he sabido de la subjetividad que hay en la recomendación de una obra y en la valoración personal de la misma ("para gustos... colores", como suele decirse). Y en parte, esto es algo que enriquece a la literatura: el hecho de que una misma obra se convierta en una novela diferente en función de quien la lee y de lo que cada cual es capaz de extraer o interpretar a partir de lo que se ha escrito. Pero ahora soy consciente de que ese grado de subjetividad es aún mayor de lo que pensaba, porque no todos analizamos en ella los mismos elementos, y por ende, no los valoramos igual. Y esto es algo que incluso he podido apreciar en mí misma a lo largo del tiempo. Antes solo "percibía" la historia y lo que esta era capaz de removerme por dentro; ahora no puedo evitar el análisis de la forma en que está contada, de cómo está estructurada la trama, de cómo el autor maneja y dosifica la información, del tipo de voz narrativa utilizada, del tiempo verbal, de la forma en que se crea intriga o suspense, de la profundidad de sus personajes, de la construcción de sus diálogos, de la documentación previa que le sirve de soporte, de la ambientación, de la capacidad para hacer las descripciones justas, de su grado de verosimilitud, de la calidad de su narrativa..., así como el grado de complejidad de cada uno de esos aspectos. Es decir, ahora valoro fondo y forma, y convencerme resulta por tanto mucho más difícil, porque hay que tener mucho oficio para que todo ese compendio resulte del todo óptimo. Pero, por otro lado, al llegar a este punto tampoco me creo con la suficiente autoridad como para menospreciar una obra alegremente, porque soy mucho más capaz de apreciar la dificultad que puede haber tras una estructura argumental aparentemente fácil; la perfecta evolución de un personaje que, precisamente por estar bien construida, pasa desapercibida; la complejidad en el manejo y dosificación de la información para mantener intriga; la recreación de escenarios "visuales"; o una prosa que transmita, porque hay narrativas formalmente correctas y hasta ejemplares que, sin embargo, son frías como témpanos de hielo.
A medida que voy aprendiendo más del arte de escribir y novelar, más difícil resulta que una obra me llene. Pero a la vez menos me atrevo a juzgarla de cara a los demás. Y ya no solo por lo que he referido antes, sino también por nuestra propia variabilidad. He sido consciente de que podría incurrir (o haber incurrido) en el mismo error que ya he podido apreciar en las opiniones de otros lectores, y que no es otro que su propia incoherencia a la hora de tener o no en cuenta determinados elementos en su valoración de las obras. Raya el colmo de la subjetividad que factores que han servido para minusvalorar una novela hayan pasado sin embargo desapercibidos (o no hayan sido tenidos en cuenta) a la hora de valorar otras. Da igual el porqué. Da igual si se debe a que otros aspectos altamente positivos han eclipsado estos detalles, si la calidad narrativa nos ha atrapado hasta el punto de no percibirlos, si el respeto o la admiración sentida por el autor nos impulsa (tal vez de manera inconsciente) a hacer especiales concesiones, si nos influyen en exceso las expectativas previas o la opinión de los demás... Da igual. La cuestión es que si nosotros mismos, a la hora de analizar y valorar, no somos fieles a nuestros propios criterios, a ver con qué rigor o credibilidad podemos recomendarla o dejar de hacerlo.
Han sido varios los descalabros que me he llevado últimamente. Y cuando hablo de descalabros me refiero a discrepar de las críticas leídas, para bien o para mal. Obras catalogadas como "novelón" me han decepcionado soberanamente por este otro tipo de aspectos que he enumerado antes, incluso por (bastantes) detalles de la propia trama o historia que se cuenta. En cambio otras, declaradas "infumables" por muchos lectores, a mí me han mostrado aspectos literarios que solo los buenos escritores son capaces de manejar. Y sigo prefiriendo una historia mediocre bien contada y estructurada -o de forma original- a una gran historia formalmente mediocre, al contrario de las preferencias de muchos otros.
Concluyendo:
Primero. Antes disfrutaba más con cualquier lectura por aquello de que "ojos que no ven, corazón que no siente".
Segundo. Es tal la subjetividad a la hora de poner estrellas a una obra literaria que cada vez me dejo llevar menos por las opiniones ajenas; ya tan solo me dejo arrastrar por quienes sé de primera mano que valoran los mismos aspectos de fondo y de forma que yo, para bien o para mal.
Y tercero. Mientras más cosas aprendo de este oficio de escribir y de novelar (y mira que todavía me falta una infinidad), menos me atrevo a opinar de forma pública, porque he aprendido que muchos aspectos que deberían tenerse en cuenta a la hora de hacerlo no dependen de "impresiones" (tan variables como relativas), ni de juicios propios con una -a veces- exagerada impronta personal, sino de conocimientos.