No quiero marcharme de aquí, abuela. Mi madre vendrá a buscarme a finales de semana. Empieza el instituto y sé que debo preparar los libros, los cuadernos, comprar una mochila nueva y algo de ropa, la del año pasado se me ha quedado pequeña y las faldas me quedan demasiado cortas; mamá ya ha empezado a echarme sus sermones sobre la decencia y las apariencias. Bueno..., eso cuando está de buenas, porque cuando se enfada me dice bruscamente que no quiere que me parezca a esas putillas de tres al cuarto que van a clase conmigo. Siempre ha sido demasiado formal; pero tú no eres así, he visto tus fotos atrevidas de cuando eras joven y la he oído a ella y a mis tíos comentar detalles de tu temperamento, de tu carácter rebelde y "adelantado a tu tiempo", una expresión que no he comprendido bien hasta ahora. Por eso te escribo esta carta, no me atrevo a confesarme cara a cara, pero sé que me entenderás y que mediarás entre mi madre y yo para quedarme aquí, al menos un par de semanas más.
Estoy enamorada, abuela. Él llegó a principios de verano para pasar unos días en casa de Jose, el chico que siempre aseguré que me gustaba hasta que lo vi a él, a Ángel, con su camiseta negra, los vaqueros desflecados como los que odia mi madre porque dice que son propios de pordioseros, y sus cabellos despeinados cayéndole sobre la cara. Me subió un calor por el cuerpo como nunca había sentido y hasta tuve que esconderme porque no me atrevía a mirarlo a los ojos. ¿Recuerdas que una vez te pregunté qué se sentía cuando estás enamorada? Me dijiste que no hacían falta explicaciones, que sabría reconocerlo llegado el momento. Y qué razón tenías, se me arrugó el estómago cuando pronunció su nombre, y Ana tuvo que darme un manotazo en la espalda para que soltara el mío porque me quedé trabada como una idiota. Él apenas me miró, creo que ni siquiera se fijó en mí, menos mal, porque sentí una vergüenza enorme cuando me empujaron para que le diera dos besos en las mejillas y él puso su mano en mi brazo como un príncipe azul. No te diste cuenta, abuela, pero aquella noche no dormí. No sabía lo que me había pasado, pero sentí que mi vida cambiaba. Y esa misma noche decidí que quería ser otra, me la pasé observándome en el espejo para decidir si era guapa o tan solo una chica del montón. Porque si yo era una chica del montón, Ángel no se fijaría en mí, y el verano se convertiría en el peor de toda mi vida.
He venido aquí muchas veces para pensar, y me he tumbado justo donde estoy ahora, bajo los pinos, porque el silencio que hay me deja hablar en voz alta, que es como yo necesito meditar las cosas. Aunque tampoco tengo mucho que meditar, la verdad, solo intento adivinar lo que debo hacer, cómo debo comportarme para enamorarlo, porque es la primera vez que siento algo tan fuerte y me da vergüenza confesarlo... Vale, voy a ser sincera, no me gustaría mentirte: no me da vergüenza, es que no quiero decirles nada a mis amigas porque estoy celosa, abuela. Y porque tengo complejo y no quiero que se rían de mí. Sí, ya sé lo que vas a decirme, que tengo que aceptarme como soy y sentirme orgullosa de mí misma, ¡pero es que no tengo pecho, abuela, y Teresa, sí! Ya se me han subido los colores otra vez, y eso que no estás delante, ¡pero es que es la verdad! No sé por qué tengo que ir tan atrasada. Hace unos días, cuando nos bañamos en el río, Teresa se quitó el bikini detrás de un árbol para ponerse la ropa interior seca y la vi. Vi su cuerpo, abuela. No llevaba relleno en el sujetador, eran sus pechos, que ya han crecido y son redondos y duros. Tenía vello en las axilas, y... ahí..., ya sabes, mucho. Y ya se depila las piernas y se pinta las uñas de los pies. Ana me pilló mirándola fijamente mientras se cambiaba y yo disimulé rápidamente para que no creyera que era lesbiana. Me pregunté si Ana también estaba tan desarrollada como ella, pero en el fondo Ana me da igual, porque Ángel es con Teresa con quien tontea. Y yo aún no tengo nada, abuela, estoy lisa como una tablilla y ahí abajo solo tengo algunos pelitos sueltos que ni se ven. ¡¿Cómo se va a fijar en mí si tengo un cuerpo de niña pequeña?! Sí, también sé lo que vas a decirme, como para no saberlo, con la de charlas que hemos tenido a espaldas de mamá. Sé que la belleza está en el interior y que el chico que esté conmigo debe quererme por mi carácter, no por mi físico. ¡Pero eso díselo tú a Ángel, anda, díselo! ¡Si se le van los ojillos detrás del culo de Teresa, que lo he visto yo! Y ella, la muy..., se contonea y se sonríe porque sabe que lo tiene en el bote. Pero, ¿adivinas lo que más me fastidia de todo, abuela? Que ella no está enamorada de él, sólo quiere presumir y fardar delante de nosotras de que ya es mujer y gusta a los chicos que se proponga, y tú no la conoces, abuela, tú no sabes cómo es. Le gasta bromas, le sonríe y se deja tocar haciéndose la tonta: ayer, el muslo; hoy, la cintura; y mañana, a saber qué, porque hasta le roza la espalda con el pecho cada vez que se acerca por detrás. ¡Y en el río ya...! Para qué hablar. Consigue que Ángel la coja por las piernas y bajo los brazos para darle ahogadillas y él aprovecha para palpar lo que puede en mitad del juego. ¡Tendrías que ver su cara, se le cae la baba, abuela, y a mí me enciende! El otro día, después de pasarse una hora haciendo tonterías de ese tipo, Ángel salió del agua y me quedé pasmada. ¡Tenía un bulto enorme entre las piernas! ¡¿Tan grande es eso, abuela?!
Me siento un poco triste, porque no sé qué hacer. Por un lado, me dan ganas de guantear a Teresa y mandarla muy lejos de nosotros. Pero claro, ella no sabe que yo estoy enamorada de Ángel. Bueno..., enamorada, no, ¡estoy coladita hasta los huesos!, como dice mi madre cuando ve películas románticas en la tele. Así es que en el fondo no puedo culparla. ¡¡Pero es que me da una rabia!! Es el amor de mi vida, lo sé. Estoy deseando levantarme por las mañanas para verlo, me hace gracia todo lo que dice y me resulta tan simpático... ¡¡Y es tan guapo, abuela, es tan guapo!!
Necesito que me ayudes, por favor. Me cuesta mucho pedirte esto, pero lo necesito. He rebuscado en el armario y he revuelto toda mi ropa, y es muy infantil, abuela. Ana se viste muy moderna y se pone esas faldas mini que a mi madre no le gustan. Y Teresa se peina muy chic y ya usa zapatos con un poco de tacón. ¡Y se pone algo de rimel en las pestañas para hacerlas más largas, y está guapísima! A su lado, parezco la hermana pequeña y como Ángel es algo mayor que nosotras, no me mirará si visto así.
Te voy a contar un secreto, pero por favor, no se lo cuentes a mi madre, que no me dejará volver aquí más. Anoche jugamos a la botella. Teníamos que contestar la verdad a una pregunta, si no, debíamos acatar la orden que nos dieran los demás. Me preguntaron qué chico me gustaba y no me atreví a contestar, así es que tuve que hacer lo que me ordenaron: dejar que un chico me besara detrás de los pinos. Giraron la botella y se paró en Ángel. ¡La boca de la botella se paró apuntando a Ángel y yo creí que me iba a desmayar de la emoción y de la vergüenza! Me cogió de la mano y me llevó detrás de un arbol grueso, aunque como estaba oscuro, los demás no iban a poder ver nada. El corazón me empezó a latir muy fuerte, abuela, y casi no podía respirar. Yo apoyé mi espalda sobre el tronco y él se acercó despacito, sonriéndome. Me puso una mano en las caderas y con la otra me sujetó la barbilla y me levantó la cara. ¡¡Cómo me temblaban las piernas!! Cerré los ojos pensando que me besaría en la cara, pero lo hizo en los labios. ¡Me besó en los labios, muy despacito, y se quedó un ratito pegadito a mí, sin moverse! Yo no hice nada, solo esperé a que él se separara. Creo que fui una palurda, seguro que Ángel pensó que era una niñita tonta e infantil, porque no moví los labios como he visto hacer en las pelis. Ya no pude hablar más en toda la noche. Y tampoco dormí. Esa noche tampoco dormí, no podía dejar de imaginar la cara de Ángel pegadita a la mía para darme el beso. Y quiero repetir, abuela, pero si no me espabilo, él ya no lo hará más, estoy segura, ¡y me gustó tanto lo que sentí...! Por eso quiero que me ayudes a parecer un poco mayor. Pero también quiero que me digas hasta dónde puedo llegar para no ser putilla, para que los chicos no piensen que soy facilona y me busquen solo para darse el lote, como hacen con Mónica. Como ves, estoy hecha un lío. Seguro que piensas que el año que viene habré desarrollado del todo y lo tendré más fácil. Pero no sé si él volverá. No sé si Ángel pasará de nuevo con nosotros el próximo verano, abuela.
Teresa se va mañana, es mi oportunidad. Si me quedo unos días más podré estar con él a solas, sin la buscona de Teresa metiéndose por medio. Pero para eso necesito que mi madre me deje quedarme algo más de tiempo.
Será nuestro secreto, abuela. ¿Me lo podrás guardar?
© Pilar Muñoz Álamo - 2013