Aprendí a leer contigo. Para mí, las líneas de cualquier libro eran
una sucesión de palabras sin sentido, un cúmulo de frases desprovistas
de significado. Aún recuerdo tu mirada al escucharme, boquiabierto,
extrañado. «Quizás erraste al elegir la historia», recuerdo que me
dijiste, «quizás esta no es capaz de llegarte al corazón». Y es que el
mío estaba cerrado. Como estaban mis ojos ciegos, mis oídos sordos, mi
boca muda… y mi alma rota.
Aprendí a leer contigo cuando al sentarte
a mi lado me tomaste de la mano y sentí el roce de tu piel, el calor de
tus pupilas, la candidez de tu voz y un abrazo que jamás nadie me había
dado. Despertaste en mí el amor y, con él, la confianza en el mundo que
en mi infancia se extravió. Aprendí a mirar contigo, contigo supe lo
que es comprender. Porque solo se comprende con el corazón abierto, como
una extensión del querer.
Ahora me adentro de nuevo en la historia y, al pasear por las letras,
cambia mi entonación. Los protagonistas me hablan y soy capaz de vivir
sus vidas, de entender sus sentimientos, de reír y hasta llorar
emocionada. Descubro que las frases no son un camino llano, sino una
montaña rusa a la que he subido y en la que el vértigo me pellizca, el
aire me sacude la cara y los designios de cuanto ocurre me causan
preocupación.
Ahora todo adquiere un significado. Porque no pueden vivirse otras vidas si una está muerta, o entenderse un sentimiento cuando jamás se conoció una emoción.
Tú me abriste el corazón.
Y ahora sí que sé leer.
© Pilar Muñoz Álamo - 2020
Fuente de la imagen: Pixabay.com
Fuente de la imagen: Pixabay.com