Vuelvo a pisar la arena húmeda, fría. Hundo en ella mis pies descalzos y espero a que una ola libe mis tobillos y los impregne de sal. Lleno mis pulmones de oxígeno mientras entorno los ojos, mientras la calma acompasada por el murmullo de las caracolas me abraza fuerte, gozosa por volver a encontrarme. El eco de las gaviotas golpeando mi pecho me hace ser consciente de la soledad.
Me siento en casa, de vuelta a este rincón alejado y tan preciado que me permite pensar, citarme a solas con mi propia voz, a la que a veces me cuesta reconocer. Porque cambia su tesitura cuando nadie la escucha, cuando quedan atrás los testigos de las confesiones que me suele hacer entre brumas. Dejo que se desahogue, que divague entre el absurdo y la razón, con mi corazón aderezando ese monólogo, salpicándolo de sentimientos, de instinto, de emoción...
La playa está desierta. Y camino. Camino en dirección al faro que apenas vislumbro entre la niebla. Me atrae su luz. Como una estrella polar orientándome en la oscuridad, indicándome hacia dónde ir. A sus pies veo las olas encrespadas y el rumor llega hasta mí, bravo y poderoso. Las observo y me embelesa la furia con la que atrapa las piedras desmoronadas por sus embestidas. Las engulle y estás desaparecen, allanándolo todo. Pienso entonces si me arrebatarían las sombras al rociarme. O si me llevarían con ellas por entero hasta un paraíso precioso de arrecifes de coral.
Me subyuga la idea. Me atrapa. Me excita.
Y me dejo llevar. Alcanzando el faro con los pies helados. Abriendo los brazos. Aspirando la sal que hace alborear la cresta de la marea que me envuelve. Que me lleva hasta el fondo para no regresar.
Ays! Pero qué bonito...Aunque más vale regresar...
ResponderEliminarBesotes!!!
Excelente. Narrar una historia dura con palabras duras es sencillo. Hacerlo en un tono amable es mucho más complicado.
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