17 jun 2015

RELATO: "SUEÑOS EXTRAÑOS".

    Paseo por la habitación con una lentitud extrema, posando la vista en cada objeto, aspirando el aire cargado de sensaciones que no han podido huir de allí, porque el peso y su magnitud las ha dejado ancladas al piso y a las paredes. He cerrado la puerta, necesito soledad. Un viejo ordenador me mira con una mezcolanza de pena y orgullo por haber tenido el privilegio de ser el primero en rozar las yemas de mis dedos y transformar sus grafías en emociones impresas, en la viva representación del corazón de unas mujeres que alzaron su voz para contar sus miserias, sus cotidianeidad frustrada o feliz, sus sueños rotos o sus máximas ilusiones, conseguidas o por conseguir. Hay fotos esparcidas por la mesa, instantáneas de mí misma que me empujan a volar a decenas de lugares, de momentos compartidos guardados con mimo en los rincones de mi memoria, y que provocan una alternancia de gestos en mi rostro al contemplarlas, desde una sonrisa liviana que curva mis labios hasta la nostalgia más profunda que talla en mi ceño dos marcas verticales que no desaparecerán, pasando por la carcajada o el nerviosismo de las primeras veces. Veo carpetas recubiertas de una capa polvorienta que protege los documentos que crearon vida en conjunción con mi mente, con mi imaginación; vidas tan veraces que todavía me confundo al hablar de ellas, porque las siento como un desdoblamiento de mi propio yo, transformado, desfigurado o embellecido al revestirlo de otras pieles para expresar sus sentimientos en toda su intensidad. Hay un espejo con las esquinas enmohecidas que acaba de fracturarse al observarme en él. Esquivo las grietas y me adentro en mis propios ojos, buscando los rostros que esconden. Y atisbo caras nuevas que protestan por la augurada falta de libertad, por su futuro truncado, al tiempo que otras tantas flotan y me regalan besos de hija, madre, hermana o amiga… A ellas las acaricio y las acurruco. Las acuno contra mi pecho. Feliz por tenerlas y saber que nada ni nadie me las arrebatará jamás, que nacieron de mis entrañas con esfuerzo inusitado, cual si fueran hijos.
   Ciego mis pupilas y permito que ella me tome de la mano y me arrastre. Que me posea y se haga dueña de mi cuerpo y de mi alma por un momento, como tantas veces hizo. Me siento ante el piano y mi blusa resbala por mis hombros, deslizándose hasta mi cintura por voluntad propia. Un escalofrío me eriza el cuerpo al posar mis dedos sobre las teclas, que se han tornado cálidas para mí. Y toda la magia que inunda la habitación se concentra en la simbiosis maravillosa que acabamos de crear, yo haciéndolo resonar como nunca, alentándolo a invadir de acordes melodiosos mis sentidos y el aire que los envuelve, y él brindándome un instante de felicidad al responder a esta habilidad prestada por Jana de la que yo carezco y que siempre deseé tener. Unas manos rodean mi cintura y me abrazan. Su aliento a mi espalda rocía mi nuca. Me besa. Y una emoción se desborda y me hace llorar cuando los labios de Julio, impregnados de amor, ascienden hasta mi oído para susurrarme que es un placer escucharme tocar.
   Entorno la puerta al salir, no quiero cerrarla. No quiero. Recorro el pasillo dejándolo todo atrás, sin volverme para mirar. Y una luz intensa me despierta del estado de sonambulismo en el que me encuentro y que ha provocado este sueño tan extraño. Tan real.
   Tan vívido y... angustiosamente real.

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