1 de mayo.
"Hoy conmemoro el día en que, hace
20 años, decidí por voluntad propia abandonar mi trabajo. No fue una decisión
unilateral, fue consensuada con mi marido. Con la tablilla de mi análisis de embarazo
mostrando aquellas dos deslumbrantes líneas rosas, nos sentamos a la mesa para
planificar nuestro futuro y el de quien habría de colmar de previsibles satisfacciones
nuestra vida conyugal. Se lo merecía todo. Nuestro futuro hijo y cuantos
vinieran se lo merecían todo: nuestros cuidados, nuestra atención, una
educación pedagógica, conductual y amorosa minuto a minuto, y eso requería
tiempo y dedicación, el mismo del que no dispondríamos de seguir desarrollando
nuestra ocupación profesional. Planteamos abiertamente quién de los dos
renunciaría a su vida laboral, pero ahora sé que todo estaba determinado de
antemano. Ambos, consciente o inconscientemente, sabíamos que sería yo. Miles
de años hablando de instinto maternal, miles de años avalándose por doquier la
capacidad masculina de procurar el sustento de la familia, miles de años
cuestionándose la hombría de quienes se permiten ser mantenidos por sus esposas
mientras ellos se dedican a las labores culinarias o al cuidado de su prole. Dije
adiós, con todo el dolor de mi alma, porque me sentía realizada como mujer y
como miembro de la sociedad en la que nos había tocado vivir, pero satisfecha
ante la promesa bilateral de que sólo duraría el tiempo necesario para verlos
crecidos y con la suficiente autonomía como para no necesitarme. Entonces
retomaría de nuevo mi papel de mujer independiente, autónoma y capaz de aportar
al mundo lo que mis estudios me habían permitido adquirir.
Me costó adaptarme, a pesar de
sentir un amor sobrehumano por mis hijos. Durante muchos años sentí castrada una parte de mí, sentí remordimiento
de conciencia por desear estar en compañía de adultos en lugar de estar con mis
niños, me sentí vacía por haber renunciado a una faceta personal que me
pertenecía y que sentía que tenía todo el derecho a desarrollar, me sentí
menospreciada socialmente por no disponer de ingresos propios que me hicieran
merecer el respeto de mis congéneres, me sentí enjaulada desempeñando un
trabajo repetitivo y monótono del que nadie parecía querer oír hablar. Y me
sentí hasta despreciada en ocasiones por mis propios hijos, que pocas veces
valoraron que mi dedicación en cuerpo y alma no dejaba de ser una decisión
personal; ellos siempre lo consideraron mi obligación, y las obligaciones no se
agradecen, se cumplen. Ver sus necesidades plenamente satisfechas, sus rostros
de felicidad, junto a la idea de retomar mi vida en algún punto aún no
determinado, me animaron a seguir, a invertir cada segundo de mi tiempo en esa
empresa, sin recriminaciones, sin juzgar a nadie, sin culparme a mí misma por
lo que me estaba perdiendo.
Mis hijos han crecido y han comenzado
a labrarse su propia vida, como estaba mandado. Mi marido ya se ha forjado la suya.
Ahora me toca a mí.
Con 45 años, pongo el pie en la
calle dispuesta a comerme el mundo, con mi título de licenciada bajo el brazo y
las ilusiones a flor de piel, iluminándome un rostro surcado de signos de madurez.
Pero todo ha cambiado. El curriculum de los veinteañeros triplica al mío; las nuevas
tecnologías están a años luz de mi intelecto, nunca tuve tiempo de subirme a
ese carro y ahora circula tan rápido que me resulta imposible abordarlo y no
parece estar dispuesto a detenerse, a esperarme; mi resistencia física está
mermada con respecto a los más jóvenes; mis cargas familiares, a pesar de su crecida edad, no me
permiten disponibilidad para viajar; mi capacidad de aprendizaje se presume
disminuida y, según parece, serían necesarios innumerables cursos de formación
para ponerme al día, lo cual no es rentable; no estoy al tanto de los cambios
políticos, sociales y normativos en un grado de profundidad suficiente, a pesar
de haberme esmerado es escuchar la radio a diario y leer la prensa local y
nacional. Y ya no basta con aprobar unas malditas y complicadas oposiciones,
ahora es necesario formar parte de una bolsa de trabajo con miles de puntos
acumulados durante años rulando por cualquier rincón de la geografía de, cuanto
menos, mi comunidad autónoma.
Se me ha ido el tren. Un tren que
dimos por hecho que seguiría ahí, esperando a que yo terminara lo que nos parecía
prioritario a nivel familiar. Se ha marchado para no volver, y yo me he quedado
sentada en la estación, esperando, como Penélope. Y ahí me quedaré.
Ahora ya no hay opción de volver
atrás, de retomar lo que dejé y cuando lo dejé. Aquella fue mi elección y por
tal camino he de seguir. Veinte años invertidos en mi familia y no reconocidos
por ella, ni siquiera socialmente. Sé que mi marido flirtea con una compañera
de trabajo a la que considera “a su nivel”. Pero yo dependo de él, de ese
sueldo laboral al que nunca renunció y que ha compatibilizado durante todos
estos años con esa misma familia a la que yo me he dedicado y a la que he
sacado a flote con mi esfuerzo y mi renuncia. Mi independencia se esfumó y sólo
podré recuperarla mal viviendo, porque esa misma sociedad que tanto aboga por un
papel de madre sumamente indispensable, es la que acaba poniéndote el pie en la
yugular si decides desempeñarlo a pleno rendimiento.
Hoy celebro el día en que perdí
mi trabajo, junto a otros cientos de miles de personas que, o bien lo perdieron
en algún otro momento, o no saben si lo encontrarán jamás."
Este testimonio ficticio podría ser el de muchas de nosotras, pero estoy segura de que hay otros tantos por ahí que también merecerían contarse en este día, ¿verdad?
¿Seguro que es ficticio? Quizás no sea tu caso, pero sí el de Conchi, Tere, Mamen o Carla, que hay miles por España. Madres que sacrificaron todo para dedicarse única y exclusivamente al cuidado de los hijos para luego, con el paso de los años, ver que toda su formación académica y/o experiencia profesional no sirve para nada. En fin, feliz día del trabajador, aunque a algunos nos toque trabajar :(
ResponderEliminarUn beso shakiano!!!
Ficticio en el sentido de que no es propio, pero como ya he dicho al final, podría ser el de muchas, muchísimas de nosotras. Bueno, como tú bien dices, "podría"... no, "es" el testimonio de muchas de nosotras. Una pena, pero lamentablemente así es.
EliminarUn besito.
Espero que queden pocas mujeres dispuestas a tomar esa errada, erradísima decisión.
ResponderEliminarFeliz día del trabajo!!
Besos,
Yo creo que lo peor no es tanto el hecho de tomar esa decisión, sino que ésta llegue a condicionarte tanto que luego no se te permita rectificar o redirigir tu vida. Eso es para mí lo verdaderamente lamentable. Tal y como está la vida ahora, este tipo de decisiones efectivamente hay que sopesarlas muchísimo a la hora de tomarlas.
EliminarUn besito.
Hola Pilar, he leído tu testimonio y se me aceleraba el pulso, aún queda tanto por hacer y tantas que deciden "libremente" (es tan entrecomillado ese libremente...) Ser madre es visto socialmente como algo maravilloso, y digo yo (que no soy madre) que no les faltará razón... pero no es todo tan idílico como lo pintan, sino uno más de los "cuentos de hadas" que te dicen desde pequeña pero que te empuja a estas decisiones "libres". Pero me gustaría también decir, que la otra opción (trabajar y ser madre) tampoco es una panacea... lamentablemente a la mujer se le exige siempre... ya está bien ¿no? Tu relato es increíble, no sólo por el contenido sino por la forma. Mil gracias!
ResponderEliminar¡Ay, Marilú!¡Hagamos lo que hagamos seremos las grandes perjudicadas! Si nos quedamos en casa y renunciamos, nos puede ocurrir lo que acabamos de leer, pero si decidimos compaginar ambas cosas, conseguirlo nos costará, en muchas ocasiones, sudor y lágrimas, si es que se nos permite, que a veces ni eso. La biología no la podemos cambiar, pero la sociedad sí. Y espero que eso no tarde mucho.
EliminarUn besito.
Yo soy una de esas mujeres, que hace ya mas de tres años y medio deje mi trabajo para dedicarme completamente a mis dos hijas que tenía en ca más la que estaba apuntito de llegar. Pasado ya todo ese tiempo, intento volver a la vida laboral, más que nada por salir de casa y no sentirme mujer florero mientas las niñas van al colegio, por tener alguien, alguna persona adulta con la que hablar, por reacionarme con gente adulta y no solo con niñas, pero es un momento complicado para encontrar algo y creo que para mis hijas ha sido lo mejor que pude hacer, espero que me lo tengan en cuenta.
ResponderEliminarComo ya le comentaba a Carmen, lo malo no son en sí las decisiones que tomamos, sino la posibilidad de recarcirnos de ellas o de cambiar su rumbo con total libertad cuando así lo estimemos nosotros, y mucho más cuando se trata del cuidado de los hijos y cuando es la propia sociedad la que nos demanda atención para ellos en muchísimos aspectos.
EliminarEspero que tengas la oportunidad de vivir, a partir de ahora, como realmente tú deseas, no como te obliguen "los demás".
Un beso y muchas gracias por tu testimonio, guapa.
Yo soy una de esas mujeres, que hace ya mas de tres años y medio deje mi trabajo para dedicarme completamente a mis dos hijas que tenía en ca más la que estaba apuntito de llegar. Pasado ya todo ese tiempo, intento volver a la vida laboral, más que nada por salir de casa y no sentirme mujer florero mientas las niñas van al colegio, por tener alguien, alguna persona adulta con la que hablar, por reacionarme con gente adulta y no solo con niñas, pero es un momento complicado para encontrar algo y creo que para mis hijas ha sido lo mejor que pude hacer, espero que me lo tengan en cuenta.
ResponderEliminarUn testimonio demasiado real en el que muchas mujeres lo han dejado todo por sus hijos y cuando quieren darse cuenta los hijos hacen su vida y ellas se quedan sin nada. Sin trabajo y con unos estudios que no sirven para nada. Ojalá con el paso del tiempo se den cuenta que "Ellas también viven" y que hay que disfrutar de los niños pero también tienen que disfrutar de ellas mismas.
ResponderEliminarBesos
Pienso que somos demasiado abnegadas y que consideramos egoísmo cualquier cosa que tenga que ver con dedicarnos tiempo a nosotras mismas a lo que queremos hacer en la vida a nivel personal. Ese es el problema, que nos sentimos culpables cuando les quitamos tiempo y dedicación a ellos para darnoslo a nosotras. Cuando aprendamos a verlo con mayor mesura, progresaremos. Mientras, no.
EliminarUn besito, guapa.
Es una pena que este relato, a pesar de ser ficticio, sea en realidad el pan nuestro de cada día... Aunque no estoy muy de acuerdo con un comentario que he visto por ahí arriba que afirma que es una decisión erradísima dejar el trabajo por quedarse en casa criando a los hijos; conozco a gente que lo ha hecho y no se ha arrepentido para nada. Lo malo es que habría que cambiar la forma de pensar de nuestra sociedad; y eso sí que no es nada fácil...
ResponderEliminarEsa es una tarea larga, porque para cambiar normas antes hay que cambiar la forma y manera de ver las cosas y de entenderlas, y eso es lo más complicado. Hay miles y miles de casos parecidos a éste, lamentablemente.
EliminarUn besito.
Por desgracias, Pilar, hoy en día es aún peor. En una ocasión, durante un curso de Administrativo Contable que realicé, uno de los profesores nos dijo: "a partir de los 30 es muchísimo más complicado encontrar trabajo". Por esa época yo tenía unos 24 ó 25 y me dije: "Al menos, aún me queda algo de tiempo para encontrar un trabajo". En tres meses cumplo los 32 y aún estoy esperando ese puesto de trabajo. Sí, he trabajado de otras cosas que nada tienen que ver con mis estudios, pero siempre de forma temporal. Ahora llevo tres años en los que ni siquiera me han llamado de cajera para el súper y, ha llegado el momento de plantearse ser madre. Sigo echando currículums, sigo buscando trabajo, pero no albergo ninguna esperanza de encontrarlo. Sin embargo, siempre he querido ser madre y lo único que me preocupa es el futuro que les puede esperar a ellos.
ResponderEliminarOtro relato maravilloso.
Mil besos.
Cierto. La crisis está haciendo estragos en general, pero está incidiendo en nosotras en muchísima mayor medida. Es verdad que si antes lo teníamos complicado, ahora ya se quitan hasta las ganas de intentarlo. Y en cuanto a los hijos, volvemos a lo de siempre, a la necesidad de elegir entre una cosa u otra, cuando deberíamos poder disfrutar de ambas con plenitud. Tu caso es el de muchas mujeres en España, ¡y no sé cuándo acabarán de una vez!
EliminarMuchas gracias por compartir con todos nosotros tu experiencia personal. Nos sirve para comprobar como los relatos también pueden ser tristemente reales.
Un beso, guapa.
Un relato muy real, muy cotidiano, por desgracia. Y lo peor es esa ausencia de futuro, de esperanza. Deja una de quererse hasta a sí misma en el camino...
ResponderEliminarBesotes!!!
¡Eso nunca! ¡Dejar de quererse a una misma..., nunca! Si somos víctimas de la sociedad y de sus convicciones morales, políticas y hasta legales, no vamos a echarnos nosotras mismas más tierra encima. Tenemos que seguir luchando, Margari, por encontrar el espacio que nos niegan, unas veces, y que no nos reconocen, en otras.
EliminarUn beso, guapa.