27 abr 2012

RELATO: "NOCHE DE TEATRO"



  Faltaban cinco minutos para izar el telón cuando un sobre diminuto penetró despavorido bajo la puerta de mi camerino. Sorprendida por tan burda intromisión e intrigada por la naturaleza de su contenido, lo rasgué tan rápido como pude decidida a leerlo someramente para continuar presurosa con mi proceso de maquillaje. El escaso sonrosado que había puesto en mis mejillas desapareció en el acto. Una sola línea escrita bastó para noquearme: “Una de las actrices secundarias es amante de tu marido”. El corazón se me desbocó y el pulso comenzó a temblarme. ¡¿Cómo diablos podría salir a escena con un amenazante ataque de ansiedad pululando a mi alrededor?!
Hice una vertiginosa recapitulación mental de todas las actrices del reparto, y conjeturando -sin temor a equivocarme- que los decrépitos atributos varoniles de mi marido clamaban ser regados con savia joven, reduje el elenco femenino a un par de figurantas voluptuosas, de carnes prietas y bien dotadas. Mis bochornos premenopaúsicos se acentuaron de forma ostensible mientras intentaba calmarme diciéndome a mí misma que todo podría ser obra de una broma de mal gusto.
Atravesé la puerta casi sin abrirla y asalté el camerino de mi marido revolviendo irreflexivamente sus enseres personales. Escruté los entresijos de su móvil a la búsqueda de comprometidos mensajes y no tardé en hallar la prueba de su escasa e insensata inteligencia. Leí y releí mil veces la grafía que aparecía impresa en la pequeña pantalla y miré un estrafalario calendario de mesa para comprobar la fecha en que acordaban marcharse. Era aquella misma noche, a las doce en punto, tras la última función. Los pasajes de avión ocultos en las entrañas de su chaqueta me daban un margen de apenas dos horas para poder reaccionar. O para dejarlo estar.
Una sarta de explicaciones a cuestiones sin respuesta me avasalló sin recato y acerté a entender porqué había mejorado notoriamente su interpretación escénica en los últimos meses. En nuestra ficticia y teatral vida marital, Ernesto me confesaba el profundo amor que le profesaba a otra mujer y su irrevocable decisión de abandonarme. Lo hacía mientras cenábamos, y su convincente actuación era un claro presagio de lo que en realidad perseguía hacer.
Sofoqué momentáneamente el tumulto de insurgentes pensamientos y traté de razonar con lucidez antes de intervenir en el primer acto. Mi orgulloso y agredido ego se resistía a perder la batalla, sin contar con que, a pesar de todo, le amaba. Pero dudaba de lo que podía ofrecerle. Haciendo un último alarde de copiosa autoestima, cerré los ojos y me enfrenté visualmente a la imagen jovial y afrutada de mi perfecta enemiga, insultantemente joven, aterciopelada y suave al placer de los sentidos masculinos, pero excesivamente amable hasta el punto de marearte y dulce hasta rayar el empalago, delgada para mi gusto y con tez de brillo exiguo. Frente a ella, yo era una mujer de pura cepa, madura, equilibrada y elegante, de noble madera y sublime crianza, y, como Ernesto me calificó una vez, armoniosa, persistente y harto agradable en mi forma de ser.
El hueco repiqueteo de unos nudillos en la puerta me advirtió de mi inminente salida a escena. Volando entre bambalinas apuré los últimos segundos para dar las oportunas instrucciones a quienes compartirían conmigo la representación teatral y me aventuré a saltar al escenario con la mente en blanco y las ideas difusas. Mi magna experiencia como prima donna melodramática me ayudó a templar la excitación y sumergirme de lleno en el personaje, aun sin poder disolver la abrumadora inquietud que me reportaba el inicio del temido tercer acto.
Evité cruzarme con la muñequita linda objeto de la traición en los profusos intermedios de la representación, y contuve el aliento desde la última izada del rojo telón hasta el momento fatídico de mi salida a escena. La ambientación teatral recreaba un entorno íntimo y acogedor, con una cálida chimenea encendida y una mesa vestida con finos bordados que apenas se vislumbraban a la tenue y romántica luz de las velas. Tomé asiento pausadamente y, ajena por primera vez a la profunda expectación del público presente, invité a Ernesto a tomar asiento como marcaba el guión. Mi marido me miró a los ojos e inclinando el cuerpo hacia delante se dispuso a recitar el texto como tantas otras noches, pero yo, desaforada y sorprendentemente tranquila, sellé sus labios con la yema de mis dedos y con un gesto elocuente lo incité a escucharme.
- Brindemos –acerté a decir con un hilo de voz-. Por nosotros, por lo nuestro y por lo que nos ha costado llegar hasta aquí. Por aquellas pequeñas cosas que han hecho de la nuestra una vida plena, carente ahora de juveniles y pasajeras emociones, pero repleta de profundos y arraigados sentimientos que ningún viento nuevo nos debería arrebatar.
Ernesto enarcó las cejas perplejo ante el extraviado guión, buscando desesperadamente las indicaciones del director teatral, que revoloteaba incesantemente entre bastidores sin saber a qué achacar mi repentina insurgencia. El mutismo absoluto del patio de butacas me animó a proseguir, y poniéndome en pie con solemnidad bajo la mirada atenta de mi marido descorché aquella botella de vino negra y camisa blanca, engalanando las finas copas de intenso color cereza y frutal aroma. Los efluvios del amor emanaron exultantes cuando nuestros labios se impregnaron del rico matiz de aquel vino, testigo de tantos y tan relevantes momentos celebrados en perfecta unión y que ahora nos permitía evocar.
De forma súbita, el rostro de Ernesto se transformó y volvió a atisbar la esencia de mi propio ser. Acarició mis manos, mis mejillas y las huellas visibles de mi madurez, y acercándose con adolescente y temerosa actitud me besó con cálida pasión, clamando desde el silencio mi indulgencia y mi perdón.
Aquella noche cambié el guión, del teatro y de mi vida, bajo el aplauso efusivo del público y del corazón.



Y vosotras, ante una evidente infidelidad, ¿lucháis o abandonáis?

23 comentarios:

  1. Cada día me gusta más cómo escribes y lo que escribes. Deberías recopilar cada uno de estos relatos que nos regalas a tus lectores del blog y publicarlos en un libro.

    Genial, me ha parecido genial tu relato.

    No sé lo que haría ante una infidelidad. Sinceramente, hoy por hoy, no concibo una vida sin él a mi lado. Pero tampoco sabría decirte si sería capaz de perdonarle una infidelidad. Creo que para saberlo hay que estar en esa situación y yo espero no estarlo nunca.

    Mil besos.

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    1. ¡Ay, Sandra, comentarios como el tuyo me alegran el día, hija!!, jaja. Muchas gracias, guapa.
      En cuanto al tema en sí, es bastante peliagudo, ¿eh? De la teoría a la práctica puede ir un abismo.
      Un beso.

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  2. ¡Fantástico relato, Pilar! Mientras lo he leído me daba la sensación de adentrarme en un patio de butacas y contemplar la última escena de una obra de Edgar Neville... ¡Me ha encantado! En cuanto a tu pregunta, complicado, complicado. Tendría que verme en la circunstancia en concreto. A mí la teoría no me vale de nada. De todas formas, son situaciones que las prefiero "noveladas" a vivirlas en la realidad. En el mundo literario dan mucho juego; en la vida cotidiana, solo disgustos y amargos dolores de cabeza. Un beso

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    1. Ahí llevas razón. Novelar este tipo de situaciones no sólo es fácil, es que además da mucho juego porque cada caso, al igual que cada persona, es un mundo, con lo cual, combinaciones las hay de todos los colores.
      Tal vez ni siquiera sea posible ponerse en situación para conocer con certeza lo que haríamos; a la hora de la verdad, nunca se sabe cómo podemos reaccionar.
      Un beso, Koncha.

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  3. PD. Para ser más correcto, debería haber dicho: "mientras lo estaba leyendo..." Y lo digo ahora.

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  4. Eres una artista de las letras! Fantástico el relato, vaya obra que hemos visto desde el palco, jeje. Es muy difícil responder a tu pregunta, en principio no creo que luchase demasiado, si te ha engañado una vez puede hacerlo otras. Hay que encontrarse en la situación para ver las reacciones, que también un error lo cometemos todos.
    Besos

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    1. Habría que analizar muchas cosas,¿verdad? Las circunstancias, la personalidad de él y, ante todo, la dignidad de una misma. La clave tal vez esté en lo que tú has dicho, si podría repetirse o no; una cosa sería un desliz y otra, una infidelidad en toda regla, pero ¿cómo saberlo? Pufff...
      Un besito.

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  5. Oleeeeeeeeeeeeeee!!!!...genial escrito....me gusto..no puedo contestar la pregunta, porque no lo se lo que haria llegado el caso

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    1. Gracias, Duky, por pasarte por aquí. Tu respuesta es de lo más sensata; yo creo que, en el fondo, nadie lo sabemos, aunque siempre algo se puede intuir, ¿no?

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  6. Un relato magnífico, Pilar.
    La pregunta... creo que ninguna opción es realmente abandonar. No lo he vivido pero si he visto esa situación con amigas y han tomado diferentes decisiones cuando llegó el caso, creo que ninguna abandonó, o tal vez le tengo manía a esa palabra.
    Besos

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    1. Gracias, guapa. Lo más curioso cuando algo así ocurre cerca de nosotros es comprobar que muchas veces se toma la decisión opuesta a lo que se ha estado pregonando siempre. Son demasiadas cosas las que se ponen en la balanza a la hora de la verdad, y entonces... del dicho al hecho...
      Un besito.

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  7. Ante todo y como siempre te digo me encanta como escribes.Por un momento he estado en el teatro, viendo la ultima escena de una obra, y que final. En cuanto a tu pregunta,y aunque creo que perdonaria una infidelidad, lo que si tengo clarisimo es que no quiero a mi lado a alguien que ya no me quiera. Felicidades y un besito

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    1. Gracias, Silvia, me alegra que te haya gustado.
      En la respuesta a un comentario anterior, yo hablaba de nuestra propia dignidad. Creo que ahí es donde está la clave de todo. Cuando sentimos que no merecemos el respeto de nuestra pareja, todo está próximo a acabar, y eso puede ocurrir con una sola vez o con varias. Menuda tesitura.
      Un besito.

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  8. Vaya preguntitaaa ehhh??...
    Yo abandonooooo...!!!..lo tengo clarísimo, no podría volver a confiar en mi pareja y la relación ya no sería la misma.
    El relatooo..Preciosooo.
    Besillos...Matilde.

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    1. Sí, la preguntita se las trae, jaja, es que me encanta poner a la gente en tesituras difíciles y contrastar opiniones!
      Creo que eres la única que ha dado una respuesta contundente, se ve que lo tienes claro, al menos en la teoría. ¿Y en la práctica? Mejor no comprobarlo, ¿verdad?, jaja.
      Besos.

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  9. Me ha encantado este relato, Pilar; cada vez te superas todavía más. En este caso además me he sentido muy identificada, porque hace años que viví algo muy parecido en primera persona; lo malo es que en mi caso me di cuenta de que no merecía la pena luchar porque no iba a servir de nada...

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    1. Entonces eres la única que puedes hablar con conocimiento de causa, que las demás estamos conjeturando sin saber lo que haríamos en realidad en el caso de vernos en una situación parecida. Los toros se ven muy bien desde la barrera, ¿verdad?, pero cuando nos sacan al ruedo...
      Gracias por tu comentario y por ese halago que se suma a los demás y que me están alegrando el día.
      Un beso.

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  10. Como siempre, una pequeña maravilla de la vida misma saliendo a nuestro paso. Me encanta cómo nos llevas de la mano y la forma tan gráfica en que lo haces, porque nos vuelves tus cómplices. Respecto a la pregunta, no tengo dudas: abandonaría. No puedo luchar en una guerra que tengo perdida de antemano y más si los méritos de la parte contraria fuesen tantos y tan fascinantes. Imposible ponerme a su altura. Y el ridículo me da un miedo terrible, así que evitaría hacerlo, de eso no me cabe duda. Gracias por el regalo, Pilar. Un beso fuerte.

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    1. La protagonista del relato también la creía perdida y la ganó. En este caso, los méritos de la parte contraria puede que fueran sólo físicos y esos ya hemos visto que son efímeros y superficiales; nosotras podemos tener otros tantos atributos a nivel personal u otra serie de aptitudes que nos hagan valer más de lo que pensamos, e incluso que ella. ¿Y si la rutina y la habituación hacen que pases desapercibidos para él? ¿No habría que recordárselos? Todo esto, si esa fuera la única causa para abandonar, por supuesto, si los motivos son otros, no.
      Un besito y gracias por mojarte al final, jaja.

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  11. Si me has hecho sentir que estaba en el patio de butacas viendo esa escena... ¡Me ha encantado!!! La pregunta es difícil de responder. Hay que verse en la situación. Pero así, tranquila como estoy ahora, no perdonaría la infidelidad. Me costaría trabajo volver a confiar en él. Y cuando la confianza se pierde... Y en la práctica, espero que nunca sepa contestarte a esta pregunta!
    Besotes!!!

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    1. Gracias, Margari. La pérdida de confianza, la autoestima, la dignidad..., es mucho lo que se pone en tela de juicio, aunque sólo sea un desliz. Te doy la razón en que es mejor no tener que responder a esa pregunta en la práctica; esperemos sólo teorizar, jaja.
      Besitos.

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  12. Genial como siempre!! Hemos acudido al teatro por unos minutos de la mano de tu relato!! En cuanto a tu pregunta... Cuando me vea en la situación lo pensaré, mientras, dejo que primadonas del teatro decidan en un mundo ficticio.

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    1. ¡¡Ah, amiga, esa es una respuesta muy cómoda, jaja, aunque sensata a la vez!! Para qué vamos a adelantar problemas que no sabemos si se nos plantearán, ¿no? Esperemos, pues, que nunca tengas que buscarle solución.
      Un beso, guapa.

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