Hacía una mañana de sol espléndida. La mecida suave del viento aliviaba el sopor incipiente que comenzaba a acusar en el rostro por la larga caminata. Me aflojé el pañuelo que llevaba al cuello y me dejé caer sobre la hierba fresca de aquel prado extenso que veía por primera vez, ligeramente resguardada bajo la sombra de un álamo frondoso de verdes hojas. Respiré profundamente, llenando mis pulmones de paz y aromas dulces de los arbustos en flor, agradeciendo un merecido descanso antes de proseguir.
Miré a mi alrededor para disfrutar de un paisaje que mis retinas tardarían en volver a vislumbrar y me detuve para observar la silueta de la única persona que había visto desde que salí, entrecortada por los geométricos rombos de la alambrada de acero que lo separaban de mí.
Aquel hombre despeinado y blanquecino captó mi atención; sus andares parcos y ceremoniosos sugerían una avanzada edad, aunque lo cierto era que la distancia me impedía apreciar sus rasgos con claridad. Me fijé en el reducto en el que se encontraba, una superficie cercada de apenas cien metros cuadrados parcialmente ocupados por una casucha construída a base de listones de madera mal cortados y planchas metálicas a medio oxidar. Lo vi pasear de un lado a otro como un león enjaulado y alternando la mirada, una y otra vez, entre el recinto vallado y el extenso prado en el que yo me encontraba.
Me incorporé ligeramente atraída por la escena. Busqué la puerta. Estaba cerrada a cal y canto por lo que parecía ser un grueso candado de acero galvanizado. Me sobresalté. Mil ideas pasearon por mi cabeza en un instante. El sublime interés de los latifundistas por acotar sus extensas propiedades, impidiendo con ello el uso y disfrute de sus vecinos cobró vida en mi mente con bastante intensidad. Pero lo que vi a continuación consiguió preocuparme: las manos robustas de aquel desconocido se aferraron a la valla y comenzaron a zarandearla con fuerza, mirando hacia arriba e intentando calcular la altura exacta que tenía.
Me acerqué con sigilo, temerosa, no sin antes cerciorarme de la ausencia de gente a mi alrededor. La expresión de su rostro me consternó. La tensión de sus músculos y la extrema rigidez de su mandíbula denotaban ira, enfado, impotencia. Recorrió la cerca varias veces repitiendo incansablemente la misma operación. Estaba encerrado, aquel hombre estaba encerrado y su grado de desesperación parecía emanar a través de todos los poros de su piel. Sentí angustia y una magna incertidumbre al desconocer por qué se encontraba allí. Por un momento pensé marcharme, yo no era nadie para inmiscuirme en asuntos ajenos, pero me parecía una absoluta falta de humanidad.
Dejé mi mochila a un lado y avancé midiendo mis pasos y la distancia de seguridad que me debía separar de él. Cuando fue consciente de mi presencia se quedó paralizado, mírándome fijamente a los ojos, aunque sin variar la expresión de un rostro que comenzaba a provocarme pavor.
- Disculpe -balbucí con un hilo de voz-. ¿Necesita ayuda?
- ¡Ya no! -contestó airado-. ¡Con estas vallas nuevas que acabo de instalar, las malditas vacas de mi vecino dejarán de comerse mis geránios!
Y vosotros... ¿sois de los que pensais que las apariencias engañan?
Pues si, las apariencias engañan y en más de una ocasión, más de lo que nos gustaría.
ResponderEliminarUn beso.
Muy buen texto, si te interesa tenemos en nuestro blog un apartado de jovenes promesas, si quieres pasate y lo miras.
ResponderEliminarunsaludo
http://mundodetintaypapel.blogspot.com/
Sí, lo pienso, sin duda alguna además. Hace tiempo que me cuido mucho de dejarme llevar por las primeras impresiones.
ResponderEliminarYa sabes que me encanta leerte, es una forma magnífica de terminar la semana.
Un beso
Las apariencias engañan muchas veces, seguro, pero nuestra imaginación también se toma unas libertades... Atrayente relato, Pilar. Bsazo!
ResponderEliminarSí, las apariencias engañan en muchos casos. Si es que nos dejamos llevar y luego vienen las sorpresas. Me ha gustado mucho el relato.
ResponderEliminarFeliz fin de semana!
Besos
¡Muy buen relato! Ahora, que eso le pasa a la protagonista por preguntar... Je, je.
ResponderEliminarY hablando de preguntas, yo no podría contestar un sí o un no rotundo a la tuya. Lo que creo es que siempre hay que ir con cautela ante la primera impresión y no dejarse guiar por ella a rajatabla.
¡Un besazo!