Llegué
a casa de Ana una vez comenzada la fiesta. La música resonaba a cien metros de
distancia y el olor a alcohol se filtraba por las rendijas de la puerta
mezclado con el tabaco y algún otro aroma dulzón que no supe discernir. Alguien
desconocido vino a abrirme y se largó. Permanecí algunos segundos bajo el
quicio de la entrada observando el interior. Tardé unos segundos en acomodar la
vista a la penumbra, no había una sola lámpara encendida, sólo velas, montones
de velas distribuidas estratégicamente por el pasillo, la escalera y por
supuesto en el salón, donde el volumen de la música y la semioscuridad envolvían
los movimientos sugerentes de quienes se dejaban llevar por ella sin control.
Cerré
la puerta tras de mí y avancé unos pasos dándome de bruces con Ana, que me miró
perpleja de arriba abajo, cogiéndome acto seguido por la muñeca y arrastrándome
literalmente hasta su dormitorio sin mediar palabra.
-
Quítate esa ropa y ponte ésta –me dijo lanzando una cuantas prendas sobre la
cama-. Él está aquí.
Su
revelación me bloqueó, desconocía que hubiera sido invitado y por un momento,
me asaltó la duda de salir huyendo otra vez de allí. Me intimidaba, hasta el
punto de no haber sido capaz de dirigirle la palabra en las tres o cuatro veces
en que había tenido ocasión de coincidir con él, tal vez porque me gustaba
demasiado, y Ana lo sabía.
Miré mi
ropa y no percibí nada extraño en ella, a excepción de un clasicismo que parecía
estar fuera de lugar en aquella fiesta. Pero no pude resistirme. Una fuerza
interior hizo que me deshiciera de ella
y me colocara la que Ana había elegido para mí. Abrí las puertas del armario
para observarme despacio en un espejo de cuerpo entero y me ruboricé mientras
abría los ojos como platos preguntándome si sería capaz de salir fuera vestida
así. Nunca me había visto tan apretada, tan insinuante, tan sugerente. La falda
ceñida de punto gris remarcaba mis curvas hasta el último milímetro. No fui
consciente hasta ese instante de la atractiva redondez de mis caderas y de la
prominencia de mis nalgas, elevadas y firmes, cuyo trazado curvo moría en el
comienzo de mi espalda parcialmente descubierta, imbuida en aquel top negro
anudado al cuello que dejaba al aire parte de mi cintura, de mis hombros
torneados y un amplio escote que desvelaba sutilmente la parte superior de mis
senos. No cabía nada más en el interior de aquel top que casi me cortaba la
respiración.
Ana
entró en el dormitorio con un vaso largo en la mano que dejó momentáneamente
sobre la cómoda para aproximarse a mí. “Tienes
unas piernas de escándalo” – me dijo-. Yo no me había fijado antes en mis
piernas, escondidas siempre bajo las faldas largas o los pantalones anchos de
corte masculino y volví a sentir vergüenza de mostrarlas hasta la mitad de mis
muslos, sin unas medias que velaran algo la visión de su contorno y de una piel
que, a pesar de lo tersa y aterciopelada que según Ana parecía ser, a mí me
violentaba profundamente enseñar en tal medida; el borde inferior de aquella
falda quedaba a poco más de una cuarta de la confluencia de mis piernas. Pero
no hubo discusión. Ana me acercó unas botas altas de caña ajustada y elevado
tacón y me desabrochó los dos botones delanteros de la parte superior del top,
dejando el encaje transparente de mi ropa interior, y la turgencia que trataba
de contener, parcialmente a la vista. Me miró con autoridad cuando me llevé las
manos al escote y me hizo desistir de mi recato, me soltó el pelo largo y liso,
ligeramente despuntado, y lo dejó caer alborotándolo sobre mis hombros, y me
perfiló los ojos con lápiz negro y sombra gris. Lo que había pensado
inicialmente que podría ser un atuendo de una ordinariez sublime me quedaba
atractivo, sugerente y nada vulgar. Por un momento, la imagen que me devolvió
el espejo no la reconocí. Pero me gustó. Y mucho.
Ana me
tendió el vaso de tubo y me apremió a beber un trago largo sin remilgos. No
sabía con certeza lo que pretendía con todo aquello, pero no se lo pregunté. El
sabor de lo prohibido, de lo novedoso, de lo que no había hecho nunca me
excitó. No había estado antes en ninguna de sus fiestas, ni había intimado con
chicos más allá de lo que pudiera ser una conversación intrascendente en
compañía de otros amigos. Pero yo necesitaba más. Sentía que mi cuerpo
necesitaba más.
Bajé
las escaleras con las piernas temblorosas y lo vi. Llevaba un vaquero
desgastado y una camiseta blanca ajustada remarcando la silueta musculosa de
sus brazos. Su pelo rubio, veteado por el sol, había crecido y lucía
cuidadosamente despeinado, con un mechón cayéndole sobre la frente. Su
mandíbula angulosa, sus labios carnosos y perfilados y una barba incipiente de
varios días añadían atractivo al profundo color negro de sus ojos, que noté
clavados en mí cuando terminé de bajar los últimos peldaños que me llevaban al
salón. No supe discernir si era atracción o sorpresa lo que le provoqué, pero
me sonrió y eso fue suficiente para que un escalofrío me recorriera el cuerpo
hasta sus rincones más recónditos. Bebí otro largo trago antes de que se
acercara a mí y me saludara con dos besos en las mejillas. No supe si fue el
alcohol o su proximidad lo que me encendió, pero me dejé acompañar cuando me
acerqué, sorpresivamente para mí, hacia una zona del salón donde más de una decena
de invitados contoneaban el cuerpo al ritmo de la música, ocultos bajo la
penumbra de las velas.
Ana
pasó por mi lado y nos cambió el vaso vacío por otro lleno de diferente color,
tanto a Alex como a mí, nos dedicó un guiño cómplice y se marchó agitando el
cuerpo y los brazos alocadamente. Yo comencé a contonearme con lentitud,
dejándome llevar. Me sentí flotar y me encontré bien, la timidez parecía
evaporarse junto al humo de los cigarros. Observé a las chicas que bailaban a
mi alrededor y comencé a imitar sus movimientos, sensuales, insinuantes, marcando
sutiles círculos con la cintura y bamboleando las caderas, elevando los brazos
por encima de la cabeza. Me sentí tan abducida por la música y por mi baile
particular, que no me percaté de la proximidad de Alex hasta notar su aliento
en mi nuca. El estómago me dio un vuelco, pero no lo rehuí. Esbocé una media
sonrisa y caí en la cuenta de que no nos habíamos dirigido la palabra en todo
el tiempo, pero hablar con él era lo que menos me importaba en tal momento. Por
primera vez lo tenía cerca y no me sentía intimidada. Por primera vez no
deseaba salir corriendo de allí.
El
ritmo de la música fue cambiando, haciéndose cada vez más lento. Tenía el
cuerpo de Alex pegado a la espalda y una mano en mi abdomen abrazando mi
cintura. Comenzamos a movernos a la vez, al compás de la melodía y de los
tragos del cóctel que manteníamos en la otra mano. Noté acelerarse mi
respiración cuando me rozó el cuello con sus labios. Me puse ligeramente tensa
y en un acto reflejo, eché la cabeza hacia un lado sutilmente para favorecer su
acercamiento. Noté la sonrisa contenida de Alex ante tal invitación y no tardó
en pasear sus labios húmedos por mi cuello de arriba abajo mientras soltaba el
vaso sobre una mesa para recobrar la libertad de ambas manos. No dejamos de
movernos, ni de contonear las caderas con un ligero vaivén que me permitía
rozarle de manera insinuosa la entrepierna. Alex me rodeó al cuerpo con el otro
brazo, posando la mano bajo mi pecho mientras mordisqueaba suavemente el lóbulo
de mi oreja. “¡Estás guapísima!” – me
susurró. “Y me estás poniendo, ¿sabes? ¡Mucho!”
Aquellas palabras me terminaron de
encender completamente, nunca me había sentido tan atractiva, jamás me había
sentido capaz de despertar deseo sexual en ningún hombre. Y yo era la primera
vez que lo sentía tan cerca, la primera vez que sentía unas manos masculinas
posadas sobre mi piel, acariciándome con los dedos la parte desnuda que mi
camiseta no era capaz de cubrir. Estaba acelerada, notaba calor en las mejillas
y un cosquilleo interno que no quería que acabase. Me temblaban ligeramente las
piernas y por un momento temí caer de aquellos tacones afilados en los que me
había subido por primera vez.
Di un
último trago al líquido que contenía mi vaso sin perder el contacto con él y me
aventuré a echar ambos brazos hacia atrás para aproximarlo aún más a mí, al
menos hasta que terminara aquella pieza musical y se rompiera el hechizo. De
pronto, noté como Alex me empujaba y me apremiaba a caminar sin despegarse de
mí. Sorteamos una mesa, un pequeño sillón y un par de sillas y nos adentramos
en el pasillo no sin antes apropiarse de un grueso cirio encendido colocado
sobre una cómoda a la salida del salón. Abrió la primera puerta de la izquierda
y me empujó dentro. Estábamos en el baño. La cerró con el pie y la bloqueó
mientras dejaba la vela encendida sobre la amplia encimera de mármol donde
estaba encastrado el lavabo. Miré fijamente el rostro de Alex, insinuándose
bajo las intermitencias de luz que provocaba la llama encendida. Estaba
guapísimo. Su atractivo rostro y su atrayente cuerpo me hicieron respirar
nerviosa, no podía creer que lo tuviera tan cerca, no tanto como para besarme.
Alex sujetó mi cuello con sus manos y me besó invadiéndome por entero,
mordisqueándome los labios de forma desenfrenada. El contacto con su boca
desató una inusitada corriente eléctrica en mi piel. Sentí que me abandonaba, dispuesta
a dejar mi cuerpo a su merced.
Sujeté
a Alex por los brazos, apretando los músculos fuertes que asomaban por los
bordes de las mangas de su camiseta, mientras él me desabrochaba con dedos
ágiles los botones delanteros de mi top sin interrumpir su largo y profundo
beso. Mi respiración se aceleró aún más. Miré hacia la puerta temiendo que
pudiera entrar alguien, me moriría de vergüenza. Podría haberme zafado de él,
pero quería que siguiera, que me tocara, que me hiciera subir a las nubes
aunque solo fuera por un momento. Alex deslizó una mano por mi espalda y la
puso sobre mis nalgas apretándome contra él mientras liberaba mi pecho de la
ropa interior que lo mantenía oculto parcialmente. Su respiración se hizo mucho
más profunda y sonora cuando puso su mano sobre él oprimiéndolo con deseo. La
destreza con que Alex deslizaba sus manos por mi cuerpo me hizo gemir y cerrar
los ojos. Acaricié su espalda, sus brazos, su torso, pero no me atrevía a
bajar. No lo había tenido nunca entre las manos, sin contar con que nunca había
sido tan atrevida como para consentir lo que estaba ocurriendo en ese instante.
Alex comenzó a besar mi piel desnuda por todas partes, y yo apenas podía
soportar aquella sensibilidad tan placentera; sentía erizado el vello, los
pechos y el cuerpo entero. Vi mi torso completamente desnudo cuando Alex se
retiró de mí ligeramente para agarrar mi falda por ambos lados y subirla
bruscamente hasta la altura de la cintura, pasando a acariciarme la cara interna de los muslos con la yema de los
dedos, ascendiendo lentamente. Tenía la mirada clavada en mis ojos, lánguida,
seria, la boca entreabierta y la respiración jadeante. Creo que buscaba mi aprobación
para proseguir y yo no se la pensaba negar, me tenía por completo rendida a sus
pies. Cogió una de mis manos y la puso sobre su sexo. Me estremecí. Sonreí
ligeramente mientras mi pecho subía y bajaba con rapidez. Estaba excitada,
tremendamente excitada. Deslicé mis manos por sus caderas buscando nerviosa la
abertura del pantalón y liberé el botón metálico que lo sujetaba. Pero Alex no
me dejó seguir. Me giró bruscamente en dirección al espejo y aprisionó mi
cuerpo entre el suyo y la encimera de mármol obligándome a doblegarme
ligeramente hacia adelante. Noté la dureza apabullante que tenía entre sus
piernas clavada en mis nalgas sobre la ropa interior, mientras sus manos
masajeaban mis senos y me besaba la espalda. Gemí una y otra vez, y la humedad entre
mis muslos se hizo mucho más intensa cuando Alex rasgó el encaje de mi ropa interior
haciéndola caer al suelo, se liberó por completo del vaquero y volví a sentirlo
sobre mí. Pude ver su rostro a través del espejo, desencajado junto a mi nuca,
su aliento confundiéndose con el mío, empañando la luna que nos observaba a los
dos, sujetándome con fuerza por la cintura. Ahogué un gemido intenso cuando
noté la primera embestida… y emprendí el camino al cielo por primera vez.
Unos
golpes en la puerta me hicieron reaccionar. Me desperté asustada, sin saber
dónde estaba. Eché un vistazo a mi alrededor y las cuatro paredes lúgubres de
mi celda me devolvieron a la cruda realidad. Apenas se filtraba luz por el
ventanuco de aquella mísera estancia, pero pude verme semidesnuda, con mi
camisón desabrochado y remangado hasta la cintura. Había mojado la sabana, mi
pulso aún no se había normalizado y seguía sintiendo un intenso cosquilleo en
aquella parte extraordinaria de mi ser y una flacidez en los brazos y en las
piernas que no me dejaba moverme. No podía seguir allí, encerrada, tenía que
hacer algo. Había demasiadas cosas fuera por descubrir, por vivir y por
disfrutar, y quería sentirme una mujer de carne y hueso y ser abrazada por
otros de verdad, no por mí misma. La angustia se apoderó de mí con tan sólo
pensarlo, pero aquel sueño había sido demasiado intenso, demasiado real como
para seguir obviándolo.
Me
recompuse y me levanté precipitadamente. Alguien estaba intentando abrir la
puerta de la celda. Respiré hondo intentando tranquilizarme, no quería delatar
mi estado de excitación. La madre superiora me dedicó una auténtica mirada de
reprobación.
- Coja
su hábito y vístase. Es la segunda vez que llega tarde a maitines –me
reprendió-. Si ocurre una tercera vez, me veré obligada a expulsarla del
convento.
Un
suspiro de alivio me acompañó. En ese preciso instante, supe justamente lo que debía
hacer.
Pilar Muñoz Álamo - 2012
Y vosotros... ¿habéis tenido alguna vez sueños tan reales?
Madre mía, qué sofocazo me ha dado leyendo esto. La verdad es que alguna que otra vez he soñado cosas que cuando me he despertado pensaba que habían ocurrido de verdad; pero nada con un hombretón rubio y de ojazos negros, jaja.
ResponderEliminarJajaja, airéate un poquillo, es que hay sueños muy reales, hija!!
EliminarBesitos.
Yo me pido un sueño así... para volver de vacaciones contenta... que tengo un bajón que no es normal.
ResponderEliminarBesos!
Pídelo por tu cumple, por los Reyes, por Papá Noel... a ver si cuela, jaja, aunque no sea en las vacaciones. Disfruta de ellas y reponte, guapa.
EliminarUn beso.
Muy bueno el relato!! La verdad es que éste es un relato para el invierno, porque sí que hace subir la temperatura... bufffff!!! Qué calor!!! Pero lo mejor de todo es el final, la mujer que estaba soñando era una monja!!! Una monja!!!! Como mola!!! También ellas son humanas y viven, no?
ResponderEliminarFelicidades!!
Un besote!
¿Sabes que las duchas de agua fría van muy bien para el calor?,jajaja.
Eliminar¡Es que las represiones son muy malas, las sufran quienes las sufran!
Gracias.Un beso.
Qué sofocón!! jaja. Vaya sueño que ha tenido la monja, pero es algo normal ya que son personas iguales que nosotras y si es algo que tienen prohibido... Por supuesto que a veces soñamos con situaciones que parecen muy reales y que es una pena que tan solo sean un sueño, jaja.
ResponderEliminarBesos
Bueno, depende. Hay sueños que parecen muy reales y que son auténticas pesadillas que no quisiéramos volver a soñar.
EliminarLo prohibido es que tiene aún mayor poder de atracción!
Un besito.
Voy a por unos cubitos de hielo! Uff, vaya sueño! ¡Y vaya final! No me lo esperaba para nada... Una monja! La pobre... Menos mal que lo tiene fácil para salir del convento. Lo difícil va a ser encontrar un hombre como el del sueño! Si es que no le faltaba "de ná"!!!
ResponderEliminarBesotes!!!
Margari, es que... puestas a inventar, lo inventamos bien, ¿no?, jajaja, y si no le falta de nada al muchacho, pues mejor!
EliminarUn besito.
Este relato es muy a los Christian Grey !! :-D Pero menudo final!!!! Si, que he tenido sueños muy reales, no eróticos, pero si reales, de los que al despertar tardas un poco en darte cuanta de lo que ha sido...
ResponderEliminarUn besote!!
Menos explícito, diría yo, ¿no?, jajaja.
EliminarEs cierto que hay sueños por ahí, aunque sean de otra índole, que nos dejan confundidas durante un buen rato al despertar porque no sabemos si han pasado en realidad. Son increíbles.
Besitos.
Hace poco yo también he tenido un sueño de esos que te hacen despertar feliz de tanta exitación... tu relato no solo me ha hecho recordarlo, sino también revivirlo, con la misma intensidad, el mismo calor y la misma humedad.
ResponderEliminarÉxitos y que vengan más historias!
buenisimooooooooooooooo
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