28 may 2013

EXPERIMENTO DE LECTURA: ¿UNA EMOCIÓN?


   Todo cambió radicalmente en mi vida. La imagen tétrica de mi amiga muerta, bañada en aquel charco de sangre espesa que como arma mortífera había manado de todas y cada una de las heridas de su cuerpo hasta evaporarle la vida, se había instalado en un primer plano de mi mente, proyectándose sobre mi retina sin permitirme ver nada más, tan solo a ella y al horror mil veces imaginado de lo que podrían haber sido sus últimos momentos. Aquel cuchillo infernal con el que fue asesinada sin ningún escrúpulo me provocaba un miedo irracional que me impedía conciliar el sueño, un miedo aderezado por el dolor punzante y la impotencia de saber que podría haberlo evitado, que podría haberla liberado de ese trágico destino de haber retrasado nuestra cita un par de horas. En la soledad de la noche, me parecía escuchar como un eco su lamento ensordecedor invocándome una y otra vez, solicitando auxilio con agonía y desesperación, percibiendo su aislamiento de cualquier protección posible, incluyendo la mía. Me sentía culpable, tremendamente culpable, y ese sentimiento que sobrecogía y atenazaba mi corazón me estaba matando. Pero no había marcha atrás, la había perdido. A ella, a mi amiga del alma. Ya no volvería a verla jamás. La opresión de mi conciencia y la pena desorbitada por haber sido amputada aquella parte transcendental de mí  me habían convertido en una sombra muda, levitando como un espectro perdido y desorientado, sintiéndome incapaz de soportar el dolor, de centrarme en cualquier otra cosa que no fuera su estampa, su sonrisa ida, su vitalidad muerta. Incapaz de abrir los ojos y vivir de nuevo en el mundo oscuro que me rodeaba y me apresaba sin dejarme respirar. Quería cerrar los ojos y dormir. Sólo dormir. Para siempre. Y nada más.

   Una noche, un somnífero efectivo me hizo adentrarme en un sueño reparador en el que la vi. Estaba preciosa, radiante, serena. Un halo de luz plateada, salpicada por destellos de un color azul celeste increíblemente bello la envolvía como a una diosa de mi Olimpo, aquél que yo siempre imaginé que existiría para acoger almas como la suya, limpia, pura, bondadosa. El roce sutil de su cuerpo inmaculado al acercarse a mí me hizo estremecer. Inspiré hasta la última mota de aire fresco endulzado con aroma de jazmín que inundó mi habitación, haciéndolo llegar hasta el más ínfimo recodo de mi cuerpo, revitalizado por aquella visión que nunca pensé poder disfrutar. La paz se apoderó de mí hasta hacerme sentir aletargada, sumida en el placer de un sosiego profundo que ella acunó con una sonrisa amplia capaz de curar los rasguños profundos trazados en mi alma. Y me hablaron sus ojos, soñadores, tranquilos, ocultos parcialmente por la caída leve de sus párpados que no restaban un ápice de brillo a sus pupilas, en las que pude leer su mensaje de aliento, su perdón expreso, su deseo ferviente de verme feliz, su mandato de continuar mi vida con optimismo, con esperanza, con la vitalidad con la que siempre perseguimos nuestros anhelos más preciados y que no deseaba bajo ningún concepto hacerme perder. Aún dormida, me incorporé en la cama con lágrimas en los ojos, dispuesta a tocarla para brindarle un abrazo de amistad sincera y de amor incondicional. Y ella me correspondió. Alargó su mano con lentitud, flotando en el aire como si volara, al igual que una pluma a la que una brisa ligera no permite tocar el suelo, ese espacio terrenal que ya no le pertenecía y al que no parecía querer volver. Me acarició el rostro y me devolvió la vida que se había marchado tras su estela tres meses atrás.  Mi corazón se expandió de nuevo, como un preso liberado de las cadenas que lo retienen. Y volvió a latir. Con fuerza. Con entusiasmo. Con esperanza.

   Desperté completamente, abrí los ojos de par en par y aprecié la calidez de los rayos del sol filtrándose por mi ventana, transmitiéndome su energía poderosa. Una sacudida vital me hizo reaccionar. Tenía que vestirme, maquillar mis mejillas deslucidas y salir a la calle a gritarle al viento que estaba viva, que deseaba seguir adelante sin miedo, que el único obstáculo que había levantado un muro ante mí acababa de esfumarse porque ella así me lo había hecho saber. Quería volver a conquistar el mundo. Con el recuerdo de María presente, pero sin que el mismo me atara a la cama como lo había estado haciendo hasta entonces.

   Llamé a Sergio para que me acompañara, era sábado, tenía el día libre y a mí me apetecía especialmente recorrer el campo en su compañía. Deseaba dar un paseo respirando aire puro, inmersa en los sonidos de la naturaleza para sentirme parte viva de ella, de lo mejor de este mundo que, inconcebiblemente, ahora me resultaba maravilloso. Y así lo hice. Me puse ropa ligera, me calcé unas zapatillas de deporte y me eché a la espalda una mochila pequeña con una botella de agua y un par de bocadillos para los dos. Nada más. No necesitaba nada más. El disfrute que pretendía obtener debía ser un alimento para el cuerpo exento de artilugios materiales que me hicieran perder conciencia de lo que me rodeaba. Nada de juegos. Nada de aparatos tecnológicos. Ni siquiera el móvil. Tan sólo Sergio, la naturaleza en estado vivo y yo. Tenía la profunda convicción de que no necesitaba nada más para abordar mi nueva etapa con el gozo renovado. 

   Sergio se quedó junto al coche, sacando las mochilas y cerciorándose de que todo estaba en orden antes de abandonarlo temporalmente en aquel ensanche del camino, y yo me adentré en el bosque impaciente por vivirlo, por tocarlo. El aroma a tierra, a raíces húmedas insertadas bajo los troncos robustos de los árboles con las que alimentarlos, el verdor de las hojas y la mecida de sus copas acariciando las nubes, dando cobijo a los pájaros de plumaje liviano y colorista, con sus trinares sonando en mis oídos cual música celestial, la caída salvaje del agua a través de las rocas redondeadas por la fuerza de una erosión constante, incansable, las ramas pequeñas de un débil follaje rozándome las piernas, provocando la reacción de mi piel ante lo que parecía el beso y el abrazo acogedor de la madre naturaleza me embargó de lleno absorbiéndome, atrayéndome hasta su seno en el que me recosté feliz, dejando caer mi cuerpo sobre la hojarasca mullida que me protegía de la dureza del terreno, observando el cielo que mantenía al oeste su intenso color azul tornándose plomizo de forma paulatina hasta alcanzar el este por el que el sol había nacido algunas horas antes.

   Un sonido extraño me hizo abrir los ojos de forma brusca e incorporarme hasta quedar sentada, provocando el revoloteo de dos pequeñas aves que apenas podían levantar el vuelo. Me había quedado dormida, no sabía por cuánto tiempo. Miré hacia arriba ante la ausencia de luz y vi al cielo completamente cubierto de nubes negras y densas, amenazando con descargar una tromba de agua sobre mí. Un trueno fuerte me sobresalto y algunas ramas secas crujieron bajo mis pies al levantarme. El murmullo de las hojas agitadas se mezclaba con los silbidos del aire. El trinar de los pájaros había cesado, no podía divisar ninguno, habrían corrido a ocultarse ante la amenaza de la tormenta inminente. Busqué a Sergio. No estaba. Caminé en círculos durante algunos minutos, tratando de hallar el lugar por el que había venido, pero no logré encontrarlo. Me había desorientado, por no decir que estaba perdida en aquel lugar que ahora comenzaba a resultarme extraño. Y amenazador.

   Escuché el sonido de algunas pisadas detrás de mí. “¿Sergio?” –pronuncié en voz alta-. Nadie contestó. Tal vez fuera alguna ardilla o algún otro animalejo raudo hacia su madriguera. Pero me asusté. Miré de nuevo a mi alrededor. Todo había perdido el brillo ante la oscuridad aún más intensa que ya comenzaba a cubrirlo todo. No sabría volver. Si no levantaba los pies de allí, no encontraría el camino de vuelta con facilidad. Di unos cuantos pasos sin una orientación precisa y volví a escuchar el crujido de las hojas secas y la sacudida de algunas ramas a unos metros de donde yo estaba. Callaron al detenerme y el estómago me volteó. Los latidos del corazón cobraron fuerza en mi pecho y mis piernas empezaron a temblar.  Aceleré el paso sin saber a dónde iba, deseando alejarme de allí. Tras un par de zancadas en lucha con la maleza, las malditas hojas secas volvieron a crujir. Me estaban siguiendo. El pánico me invadió y el pulso sobre mis sienes comenzó a torturarme la piel. Intenté correr, pero los cordones de mis zapatillas se enredaban entre los arbustos con suma facilidad, impidiéndome alcanzar velocidad. El aire que inhalaba por la nariz se me hizo insuficiente y abrí la boca para recobrar un aliento que el miedo me arrebataba por momentos. Volví a llamar a Sergio sin detenerme. El silencio apenas interrumpido por los truenos ya cercanos me advertía de que estaba sola. Miré de soslayo hacia atrás al tomar un sendero de ramas muertas y vi una sombra tras de mí. La oscuridad ya era evidente y no acertaba a adivinar si era humana o animal. Grité. Y apreté el paso lo más que pude hasta que una rama enganchada al gorro de mi sudadera me hizo caer. Oí las pisadas de aquel desconocido a unos cuantos metros y un estado de ansiedad inició su ascenso desde mi estómago hasta el pecho. Las bocanadas de oxígeno que intentaba aspirar me doblegaron y un reguero de lágrimas acompañadas por gemidos comenzó a aflorar. La imagen de María ocupó mi mente y sentí anclados en los poros de mi cuerpo su angustia, su miedo aterrador, su indefensión y su incapacidad de huir.

   Cuando volví a levantarme en un esfuerzo sobrehumano, giré la cabeza en dirección a la sombra, que permanecía impasible a un metro escaso de mí. Doblé mi cuerpo hacia adelante abrazándome a mí misma y rompí a llorar al ver a Sergio frente a mí, tendiéndome una mano para ayudarme a salir de allí. Me abracé a él sin mencionar palabra, enmudecida y totalmente colapsada por los hipidos del llanto que me resultaba imposible de contener. Todo había acabado. Aquel trance terrorífico había resultado ser nada, el producto de mi imaginación traicionera. Y enferma. Nada más.

   Besé a Sergio en el rostro y en el cuello mientras recobraba la serenidad y, sobre todo y ante todo, la seguridad perdida un tiempo atrás. Pero la alarma me sacudió. El susurro de María filtrándose en mi mente me hizo abrir los ojos y ser consciente de la realidad.  Los brazos de Sergio en ningún momento me rodearon, no los sentí acunándome junto él. Ni escuché de su boca palabra de sosiego alguna, de templanza o cualquier otra que me infundiera tranquilidad. Su mano izquierda se había posado muy sutilmente sobre mi cintura. La derecha colgaba hacia atrás, oculta por su propio cuerpo. Me retiré ligeramente, despacio, y lo miré a los ojos, en silencio. Su frialdad me congeló la sangre. Sus pupilas opacas se convirtieron en un muro infranqueable, imposible de traspasar. Aquel semblante extraño, casi tétrico, no le pertenecía, no era él.

   Intenté retroceder presa del pavor  cuando vi un reflejo plateado que no supe identificar hasta verlo izado a la altura de mi cuello. La hoja afilada de aquel cuchillo casi me hizo desmayar. De nuevo, el susurro apenas perceptible de María me reveló al oído su identidad criminal. Y empujada por ella, sin lugar a dudas, recobré el aliento e hice amago de correr.



-¡Corteeeeen!

-¡¿Otra vez?! ¿Y ahora qué pasa?! ¡Ya hemos recreado la escena diez veces, estábamos llegando al final! ¡¿Qué demonios ha salido mal ahora?!

-¡Le está tocando el culo, ¿no lo ves?!

-¡Bueno..., ¿y qué?!

-¡¿Cómo que y qué?! ¿Dónde se ha visto que un asesino loco se pare a tocarle el culo a su víctima justo cuando la va a matar?!

-¡A ver, Manolo! Te he dicho ya mil veces que dejes la mano izquierda en su cintura, que la tienes que sujetar para que no se escape, ¡que no la bajes más!

-¡¿De dónde has sacado a este tío?! ¿No era un actor profesional?

-¡Qué actor profesional, ni que ocho cuartos! El presupuesto que tenemos no da para más. El Manolo es mi vecino, que está parado y le hace mucha falta. ¡Pero hizo un cursillo de arte dramático en el colegio de curas cuando era pequeño, así es que algo sabe!

-¡Joder, joder, joder! Anda, coge la cámara y tira pa’lante. ¡Todos a sus puestos! Repetimos. Preparados…, listos…, ¡acción! 



Uno de los aspectos que siempre ha de perseguirse a la hora de escribir es emocionar al lector, hacerlo sentir, jugar con las palabras, con las acciones y con los elementos propios de los distintos géneros narrativos para manejarlo (al lector, con perdón) a nuestro antojo, provocándole -involuntariamente para él- reacciones de tristeza, nostalgia, optimismo, alegría, paz, miedo, temeridad, intriga, terror, incertidumbre, alivio, sorpresa, alguna lágrima pérdida o incluso una sonrisa. 
Conseguirlo no es fácil, y mucho menos cuando se pretenden inducir varios cambios de emoción a lo largo de la lectura. Pero cuando además se dispone de poco espacio para ello la tarea puede resultar en extremo complicada.
Una novela media cuenta con unas 130.000 palabras -puede que bastantes más- de margen para jugar. Este relato tiene 2.100. Mi reto al escribirlo no era conseguir despertar una sola emoción en este espacio tan condensado, sino más de una. Así es que os agradecería que me dijeráis si conforme ibais leyendo habéis pasado al menos por alguna de las muchísimas que he enumerado anteriormente, o por el contrario, no ha sido así. Si me decís que habéis pasado por dos me conformo. Si me decís que ha sido por tres, me doy por satisfecha total. Y si alguno por ahí me dijera que ha sido incluso alguna más, me hago una foto dando saltos de alegría y la cuelgo en esta misma entrada, jajaja.

22 may 2013

"EL MÉTODO VALÉRIE": SEXO Y SEDUCCIÓN.

  Cuando la editorial se puso en contacto conmigo para ofrecerme el envío de El Método Valérie indagué un poco en torno a la autora, a la temática del libro y a su contenido, sin saber a ciencia cierta si hablábamos de novela, de un tratado de sexo o de un libro de autoayuda, y no encontré demasiadas referencias de lectores que ya lo hubieran tenido entre sus manos. Finalmente, reconozco que acepté no sin ciertas reticencias, porque pensé que me podría topar con un manual frívolo y superficial, tal vez por la idea que me infundió inconscientemente la coletilla de la portada: "Secretos para ser infalible", que me parece más un título sensacionalista de reportaje de revista rosa que de un manual -o método- como éste de que hablamos. Tampoco pensé que encontraría en su interior algo útil y práctico para mí, sino que todo lo que en él leyera me resultaría muy ajeno, porque además de que el arte de la seducción nunca ha sido mi punto fuerte (por no decir que nunca he tenido, ni tengo, gracia o habilidad para seducir), mi situación personal actual tampoco me permitiría poner en práctica lo que pudiera aprender con este libro para comprobar si soy una alumna avezada. Y en este punto seguro que os preguntaréis: "¿Entonces porque les dijiste que sí?" Pues porque me pudo la curiosidad. Punto. Y resulta que al final he descubierto que mucho de lo que se puede leer en él no dejan de ser aspectos perfectamente aplicables a la pareja (no sólo encaminados a la búsqueda de una) y que pueden aportarnos algunos conocimientos que enriquezcan de algún modo la sexualidad que ya tenemos.

  En tal sentido, y bajo mi punto de vista, considero que el Método Valérie podría catalogarse en mayor medida como un manual de sexo que de seducción. Y en cualquier caso, esa seducción se produce partiendo del conocimiento en profundidad del sexo, de nosotras mismas como mujeres y como personas, de lo que realmente queremos y de lo que buscamos desde la madurez, sin artificios que atiendan a consejos absurdos, estandarizados o superficiales y frívolos relativos a nuestro comportamiento ante el género opuesto y a la manera en que se supone que debemos mostrarnos ante él para atraerlo a toda costa como si fuéramos cualquier otra especie del reino animal buscando cópula sin ningún otro sentimiento ni pretensión añadida. No hablamos, por tanto, de un manual de seducción al estilo de los que se suelen plasmar de forma abreviada en las páginas de algunas secciones de prensa y revistas especializadas para mujeres, en las que se suelen estandarizar los distintos tipos de comportamientos sexuales de cada género obviando su amplitud y extrema complejidad. Tampoco hablamos de un manual que raye lo pornográfico por creer, como parece ser una opinión un tanto generalizada, que el hablar de sexo pleno y satisfactorio pasa por conocer unas mil quinientas posturas distintas y poseer un máster para culminar con éxito las innumerables prácticas sexuales disponibles, como si pretendiéramos ganarnos el reconocimiento de la guía Michelín por nuestro buenísimo y amplio repertorio de platos culinarios.

  La autora emplea en todo momento un lenguaje directo, hilarante y muy ocurrente que nos hará sonreír en más de una ocasión al identificar como muy reales determinadas situaciones que en él nos describe, pero sin restarle la seriedad pertinente y oportuna  a otros aspectos que así lo requieren. De esa forma, con su expresión desenfadada y cercana, toca una amplia variedad de temas de los que podremos tener un mayor o menor conocimiento así como interés: los estereotipos masculinos y femeninos más significativos, un análisis físico y biológico de nuestros órganos sexuales, la fisiología y propiedades del orgasmo, el beso, la masturbación, el sexo oral, las fantasías eróticas, el porno, el sexo virtual y diversas prácticas que ella cataloga como "sexo de alto voltaje", entre otras.

  En la exposición de todos ellos, Valérie Tasso hace valer su calidad de sexóloga para ofrecernos explicaciones fundamentadas y análisis técnicos, médicos o fisiológicos más o menos detallados, además de culturales por las aclaraciones etimológicas de muchos términos empleados en sexo e incluso por la información curiosa e interesante relativa a los antecedentes historicos de ciertas prácticas y creencias. Desmitifica muchos aspectos que hasta ahora habían constituido una preocupación injustificada -por carente de sentido- para muchas de nosotras, obstaculizando su disfrute de manera alternativa, y busca, en todo momento, la practicidad y la utilidad, despojando al sexo de esos tintes místicos y de esos tabúes que resultan un incordio y de esas florituras añadidas típicas del cine americano, o burdas como las del cine porno, que sirven más para que vivamos nuestras propias relaciones como espectadoras que como las protagonistas que en realidad somos.

  Volviendo al tema inicial de la seducción, la idea primordial de la que parte Valérie Tasso y que pretende transmitir en este método es que para seducir, primero hemos de valorarnos, gustarnos y querernos a nosotras mismas -y no sólo físicamente- (la seguridad que ese hecho infunde ya es en sí una buena arma de seducción hacia los demás), que hemos de centrarnos en lo que queremos encontrar, procurando atraer y seducir a nuestro partenaire para que nos acepte como somos, porque no es cuestión de colocarse una máscara artificial y ajena a nosotras para tener que despajarnos de ella tarde o temprano. Y una segunda idea fundamental que subyace en su planteamiento es que debemos buscar primero la pareja ideal para después seducirla, y no al revés, porque lo que la autora persigue con sus recomendaciones -con las excepciones que cada cual quiera poner despúes- es el hecho buscar una relación estable, no un affair de una noche que sólo sirva para bajar el nivel de nuestra líbido; para eso no hacen falta manuales ni método alguno, moscones salidos deseando arrastrarnos a la primera de cambio hasta el huerto más cercano los hay a montones en cualquier discoteca que se precie y en otros muchos lugares también (esto último lo digo yo, no Valérie Tasso).

  Y llegados a ese último punto de las reseñas en el que suele concluirse con una recomendación -o no- de leer el libro y que casi todo el mundo espera, siento deciros que no me voy a mojar, pero por una razón sencilla y muy justificada que váis a entender:

  ¿Merece la pena leer El Método Valérie por su utilidad? Pues la respuesta depende, obviamente, de los conocimientos previos que cada cual tenga al respecto. A un médico difícilmente le puede resultar de utilidad leer un manual de primeros auxilios, en cambio, un profano en la materia podría encontrar en él bastante información práctica que utilizar si la ocasión lo requiere... y está dispuesto a ello. Que cada cual mida pues su nivel de conocimientos.

  ¿Recomiendo expresamente leer El Método Valérie? Pues también depende. Depende de lo que a cada cual le atraiga aprender en relación al tema. Por muy bueno que sea un manual de preparación de cocktailes, si a mí no me gusta el alcohol, me da exactamente igual saber o no hacer un buen combinado, es más, aunque me los sirvan en bandeja puede que ni me lo beba. Para quiénes sí disfruten paladeándolos y saboreándolos, cualquier receta nueva o que mejore las ya conocidas será siempre muy bienvenida.

  Por último, os dejo un pasaje del libro que creo que a más de una le puede resultar interesante, y que también podría contribuir a que esos "dolores de cabeza" repentinos que nos asaltan en determinados momentos remitan o disminuyan en intensidad y frecuencia:

  "Cuando el orgasmo se produce, nuestro cerebro segrega enormes cantidades de endorfinas, unos neurotransmisores que actúan de manera muy similar a como lo hace la morfina y los derivados del opio en general. El resultado de esta "sobredosis" es una sensación de enorme plenitud y satisfacción. Del mismo modo, también se multiplica por cinco la secreción de la hormona androstenediona que es capital, entre otras muchas virtudes, a la hora de incrementar nuestra energía, facilitar el sistema cognitivo, por no hablar de que es un poderoso antidepresivo. La serotonina, la "hormona de la felicidad", también aumenta considerablemente durante el orgasmo, y dado su carácter neurotransmisor encargado de regular nuestro estados emocionales, nos induce a un estado de placer, entendimiento y bienestar. Otro componente bioquímico importante en este proceso es la oxitocina (conocida como la "hormona de la fidelidad"), fundamental para establecer nuestros patrones de "simpatía", aumentando nuestra confianza y generosidad hacia el otro. La prolactina, la vasopresina o la norepinefrina son otras sustancias capitales en ese divino combinado."

¡¡Vamos, que tiene bastantes mejores efectos que el chocolate y además, no engorda!! Habrá que pensarlo.


Muchas gracias a la editorial Plaza&Janés por el envío del ejemplar.



19 may 2013

SÉ LO QUE TE PASA

  Las emociones y los sentimientos son universales, nada hay de extraño en esa afirmación. Pero sí que a veces nos resulta extraño, o cuanto menos curioso, que siendo conscientes de la diversidad humana y de su complejidad, una gran parte de nosotros los manifieste de la misma forma, con las mismas actitudes, reaccionando con las mismas pautas ante acontecimientos parecidos. Nos creemos únicos, pensamos ingenuamente que todo aquello que ocurre en el interior de nosotros es exclusivo y original, hasta que comenzamos a relatarlo con todo lujo de detalles para hacernos entender y la persona que nos escucha nos corta el hilo de inmediato para aseverar: "Te entiendo perfectamente, a mí también me pasó lo mismo, yo también me sentía igual". 
  En ese momento comprendes que formas parte del porcentaje mayoritario de una estadística que ya está escrita de antemano. Una estadística que predice lo que probablemente te va a pasar, pero no lo que has de hacer para superarlo. 


 Caminas por tu vida llevada por la inercia de los acontecimientos codianos. Rellenas tu agenda mental con la habilidad que la rutina te permite y encajas en las hojas ralladas de tu libreta pequeña aquellas otras actividades extraordinarias que has de compaginar como una autómata. Día a día. Hora a hora. Minuto a minuto para que nada falte, para que nada sobre en tu tiempo escaso y milimétricamente dividido. Acomodas tu trabajo, la atención plena a tus hijos, el cuidado de tus padres, tus obligaciones caseras, las citas médicas, las reuniones escolares, las visitas a quienes no forman parte de tu familia nuclear pero merecen tu atención aunque sea de tarde en tarde, las compras de temporada y las que nutren diariamente el frigorífico que te da de comer... Y hasta te permites realizar actividades a la vez para estirar un reloj que intentas asemejar en lo posible a una goma elástica capaz de acaparar con destreza un sinfín de necesidades con un único abrazo. Y no piensas. Actúas. No te rebelas ante lo inevitable. Te resignas. No decaes por el cansancio. Te tomas un café cargado y continúas. Notas abatimiento, pero no te sientas, ni aparcas nada de lo que está trazado en tu camino por desempeñar. Sencillamente sigues, y sigues, y sigues..., como el famoso conejito rosa de aquel anuncio al que quisieras arrebatarle las pilas a mano armada si fuera preciso para no decaer en ese toque de platillos que parece ser lo que te marca el paso sin permitirte parar, como en los desfiles militares, con disciplina y una completa ausencia de voluntad para decidir. 

   Y un buen día, inesperadamente, el tren descarrila. Un acontecimiento fuerte sacude tus cimientos y te hace saltar de la vía de forma brusca al romperse uno de los ejes cruciales que lo habían mantenido firme hasta el momento. La embestida te duele. El golpe te conmociona. El choque frontal que te hace parar te descoloca la vida por completo en cuestión de minutos. Te deshaces. Te desmoronas. Te vienes abajo y sufres por un descalabro que nunca pensaste que te pudiera ocurrir.

   Alguien llega y te asegura, mirándote a los ojos, que todo es cuestión de tiempo, que el tiempo todo lo cura, que todo lo arregla. Y tú le crees. Otro alguien te lo escribe en la distancia. Y piensas que no puede ser casualidad que todos compartan la misma opinión. Y entonces te recompones, te reubicas, encajas las piezas del nuevo organigrama en tu preciada agenda mental y física y reinicias la marcha que no debiste parar, que no puedes darte el lujo de detener. Y el conejito rosa de nuevo coge velocidad. Y te preguntas a ti misma, sorprendida, cómo puedes ser capaz de sacudirte las penas de esa forma después de haber tenido un accidente tan grave.
 

  Pero no se fueron. Las penas no se marcharon por donde habían venido, estában ahí, arrinconadas, y comienzan a reclamar su espacio a medida que tu cordura se asienta, se restablece y empieza a tomar conciencia de lo ocurrido. Pequeños hematomas afloran y se engrandecen con el paso de los días. Las boyaduras del corazón emiten destellos punzantes para reclamar el protagonismo que les fue negado. El eje partido que pretendiste obviar con el apoyo de los demás resulta ser más necesario para el alma de lo que inicialmente te pareció. Y el engranaje falla. Tu velocidad disminuye. Tu caminar se resiente. Y la mente autómata y disciplinada se torna vaga por la falta de ese ánimo que es sin duda su alimento sustancial. Y vital.
  Una  molestia en la garganta se torna permanente, pero no es una inflamación de amígdalas, te las extirparon de pequeña. Una opresión en el pecho resurge de vez en cuando y te impide respirar a pulmón lleno, pero no se trata de un infarto, ni tan siquiera de un amago cuyos síntomas conoces bien. Los colores se oscurecen, pero no es falta de luz, las lámparas de tu casa lucen como siempre y el sol primaveral, ya casi veraniego, incluso exhibe su grandeza con mayor fuerza que antes. Tu sonrisa se desdibuja, pero tus labios no pidieron descansar. Las lágrimas afloran con facilidad pasmosa, pero no es alergia, las gramíneas nunca fueron traicioneras para ti. Los compases musicales que ahora escuchas se enlentecen, pero no has cambiado de emisora, has optado por seleccionarlos tú. Quieres dormir, pero no tienes sueño. Necesitas cerrar los ojos, pero no hay en ellos un ápice de irritación. No aciertas a escuchar parte de lo que te dicen, pero en los conductos auditivos no se aprecia obstrucción alguna.
 
   Te engañaron. O mejor dicho, te faltaron a la verdad plena. El tiempo todo lo cura... no sin antes colocar cada cosa en su lugar con el objetivo claro y preciso de hacer que fluyan las emociones pertinentes, las que fueron reprimidas como un mecanismo insconsciente de supervivencia pura y dura. No sin antes racionalizar con detalle la pérdida sufrida junto a todas y cada una de sus consecuencias vitales y, ante todo, sentimentales que la misma conlleva.

   Rememoras al Ave Fenix. Y sabes que para poder resurgir de tus propias cenizas habrás de morir primero. Y a ello te encaminas. Ahora. Poco a poco. Ya lo sientes. Los primeros síntomas, todos esos que acabo de enumerar, ya están aquí. Implacables.
  
   Y prevees que no te quedan recursos para esquivarlos. Ya los agotaste este tiempo atrás.

8 may 2013

UNA CIUDAD EN FLOR Y CON AROMA DE AZAHAR

   Días amargos. Momentos tristes de resignación perdida. Sonrisas del alma alentadas por una conciencia tranquila. Y reflexiones profundas. Un universo entero de reflexiones profundas que van más allá del momento, del hecho causante que provoca esa pena, y que cuestionan de forma intransigente esa cultura ausente que debería poner la muerte sobre el tapete para hablar de ella en primera persona, con valentía, con la misma naturalidad con la que se habla del nacimiento, con la que se educa en el amor, en las relaciones sociales, en las amistades convenientes, en los peligros de la vida adulta o en las incertidumbres de nuetro futuro laboral. Para que nunca nos coja por sorpresa y desprotejidos.

   Con todas estas premisas mentales me he levantado esta mañana dispuesta a escribir una entrada "filosófica" que invitara a pensar y bucear en los subterfugios de nuestra cultura, pero un pequeño grupo de neuronas insurgentes -de ésas algo más frívolas y superficiales a las que debo mis ganas de jarana y de disfrutar la vida muy a menudo- se ha revelado nada más pisar la calle y ver los naranjos en flor adornados de reminiscencias doradas y emanando aroma de azahar. Y se han opuesto tajantemente a elucubrar en voz alta, a haceros partícipes de mis comeduras de coco transcendentales alentándome a invitaros a disfrutar de una estampa bastante más agradable, la que luce mi Córdoba sultana y mora en su mes por excelencia, en este mayo precioso en que se engalana de luz y color, de flores, música y alegría, un verdadero placer para los sentidos de sus hijos propios y adoptivos, y de todos aquellos que gusten pasar por aquí y sentirse acogidos por sus brazos dulces, amigables y llenos de encanto, plagados de historia y de tradición, de cultura y de buena gastronomía con la que acompañar cada velada diurna o nocturna.

   Sus Cruces, sus Patios...

 
   Sus calles y balcones engalanados, sus preciosos rincones repartidos por cualquier punto de la ciudad...






















   Sus romerías, su feria, su admirable casco histórico.... Su gente...
   ¡¡Mi Córdoba guapa!!, declarada Patrimonio de la Humanidad para orgullo de todos.



   Una visión de luz y color que ha sido infinitas veces musa de inspiración para poetas y escritores, dejándonos versos que la encumbran con sublime belleza:  


POEMA HOMENAJE A CORDOBA DE JOSEP - EL POETA PEREGRINO

Córdoba sultana y mora historia, cultura y arte,
la cuna de mis recuerdos, tierra, vida, pasión, madre.
El dolor de la partida, la alegría de encontrarte.

Eres hermosa, flamenca, alegre, vivaz, notable,

cuando en tus calles me pierdo enmudecen mis pesares.
El alma se me engrandece cuando piso tus aceras
que llevan a La Mezquita mezcla de arte y solera.

Quedo absorto contemplando Ciudad Jardín, San Lorenzo,

el Palacio de Viana, El Arcángel y El Realejo.
Trinitarios, Cruz del Rastro, Los Tejares, Corredera,
Puerta Sevilla, Vial Norte y la Calle de la Feria.

En el Alcázar las flores te saludan con su aroma

y las palomas te llevan a María Auxiliadora.
La mente vuela en silencio de Fuensanta, hasta Almogávares,
del Brillante a La Sinagoga por la Calle de las Flores.

En las mañanas de abril cuando el día se despierta

los Jardines de Colón miran la Torre Malmuerta.
el Cristo de los Faroles llena tus ojos de gloria,
te saluda Manolete si paseas por La Victoria.

Hay..., Plaza de Andalucía Puente de San Rafael,

Puente Romano, Santana, Museo Arqueológico, La Merced.
La luna baila en tus calles entre azulejos y brisas,
Fuenseca, la Judería, el río Guadalquivir y el Coso de los Califas

La Chiquita Piconera gracia, pasión, sentimiento,

la bella Plaza del Potro, Museo de Julio Romero,
con la Posada de Potro donde se alberga el recuerdo.

El Campo de la Verdad, El Arenal, San Fernando,

el Museo de Bellas Artes, Sector Sur, Barrio Naranjo.
Cultura, arte, belleza, recuerdos que funde el alma
Almanzor, Séneca y Omeyas llenan Medina Azahara.

En la Huerta de la Reina el Gran Teatro y Cañero

San Ipólito y San Nicolás te abren las puertas del cielo.
Gonzalo Fernández de Córdoba nos espera en Las Tendillas,
donde un reloj da las horas tocando por seguiriyas.

La Córdoba de suspiros que van a Santa Marina

y en Figueroa y San Miguel se enredan por las esquinas
en Plaza de Capuchinos vuelve a renacer la vida.

Azahares y naranjos, Museo Taurino, Obispado,

Caballerizas Reales, Arroyo el Moro, Olivos Borrachos,
Calle Luque, los Baños Árabes donde se baña el pasado.

Esa Puerta de Almodóvar donde el aire huele a gloria
el Paseo de la Ribera y al fondo La Calahorra.

Córdoba, reina del arte, de incomparable belleza,

cuando florecen tus patios eres paraíso en la tierra,
las cruces de mayo son, monumento a tu nobleza
y no hay nada más alegre que pasear por tu Feria.

Eres Córdoba alegría desbordada por doquier,

tus gentes de buena ley que derrochan sencillez,
tus vinos y y el buen yantar al paladar un placer.

Córdoba mi tierra amada yo jamás te olvidaré ,

lloraré triste tu ausencia cuando no pueda volver,
que no hay nada mas hermoso que caminarte otra vez.
Eres como un libro abierto que hay que leer con los pies.


¡No me digáis que no es bonita!
¿Aún no la conocéis? ¿Y a qué esperáis para visitarnos?

Lecturas 2018.

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