30 may 2018

CHARLA CON MIKEL ALVIRA, AUTOR DE «EL COLOR DE LAS MAREAS»


    Hola, Mikel, bienvenido a esta casa.

   Antes de nada, quisiera felicitarte por «El color de las mareas», una novela que me ha encantado por su preciosa historia, su trama, su buenísima narrativa y por la cantidad de reflexiones vertidas en ella, a través de los personajes y de forma directa en esos párrafos independientes que no tienen desperdicio y que he disfrutado muchísimo.
   Quizá porque las reflexiones me pierden y porque el trasfondo de la historia, la psicología de los personajes y las relaciones entre ellos tienen para mi tanta trascendencia como la historia en sí es por lo que he querido centrar esta charla en esos pensamientos que salpican la novela, más que en su argumento. Y también porque me atrae conocer esa faceta tuya de pensador y comunicador tanto como la de escritor.
   Gracias por abrirte y permitirnos conocerte un poco más en este aspecto.

   Gracias a ti por esta oportunidad y, sobre todo, por apoyar con tus palabras las palabras de otros. Siempre he dicho que esto de escribir nos tiene que llevar a tender puentes, a crear lazos. Y no cabe duda de que tú eres una buena creadora de lazos. Estoy encantado.

   Nunca me habían llamado «creadora de lazos», pero me suena muy bien, me gusta, ja, ja.
   La novela comienza con una frase contundente y atractiva: «Se llamaba Beatriz Tussaud y no se casó con el amor de su vida». A un lector actual, esta frase le puede llamar la atención, resultarle atrayente, porque solemos estar convencidos de que la persona con la que nos casamos es y será el amor de nuestra vida. Pero, ¿a un lector de finales del siglo XIX —época en la que esto sucede—, ¿le resultaría extraña esa afirmación?

   Sin duda. La novela arranca en 1898, un momento vertiginoso en España, y se desarrolla a lo largo de las cinco primeras décadas del XX. En aquella época, lo de casarse por amor no se concebía como ahora. Afortunadamente, hemos progresado como sociedad y, aunque quede un largo trecho para que la equidad hombres-mujeres sea real, hemos avanzado respecto a ese punto. Sin ser una novela feminista, la mujer ocupa un lugar importante en el sostenimiento de la trama, con una Beatriz que no se casó con el amor de su vida (o sí; eso, el lector lo descubrirá) pero que luchó siempre por sacar a su familia adelante.

   Amor y pasión no siempre van unidas. Lina no cree en el amor, cree en la pasión. ¿En qué deberíamos creer para tener una buena relación? ¿Cuál de las dos elegirías tú?

    Una relación sana ha de basarse en tres principios, en tres pilares. La Pasión, por supuesto: sin pasión, sin sexo, sin chispa, sin calor, una relación de vuelve un mero contrato entre rutinas, que puede ser satisfactorio en lo organizativo, pero frustrante en lo emocional. Además, el Pasado: una pareja ha de acumular pasado en común, experiencias en común, vivencias compartidas; tanto las sublimes como las cotidianas: compartir tiempo, compartir instantes, compartir tropiezos y alegrías. El pasado no se imposta. Y, por último, Proyecto: esto es, creer en construir algo juntos, y no solo la educación de los hijos, si los hay. He visto familias romperse por no tener un destino común, un proyecto común. Y el proyecto más hermoso es la construcción de cada miembro de la persona autónomamente. Una relación es la suma de dos, sin negar lo particular de cada uno, el crecimiento de cada cual, los momentos individuales, puestos al servicio de un proyecto común.


   Comparto todo lo que dices, sobre todo la importancia de ese proyecto común que marca el futuro y que hace que dos líneas que comenzaron paralelas y muy unidas no terminen separándose. Aunque a veces, cuando entran otros elementos en el terreno de juego... Por ejemplo, otro hombre, como ocurre con Beatriz. Porque hay dos hombres en su vida, Marcel y Daniel.
   En la vida real, ¿se puede amar a dos personas a la vez, Mikel? Y no digo querer, digo amar.

   El amor no conoce límites, más allá de los que nos impone lo cultural. En nuestro caso, la cultura judeocristiana de la que somos herederos nos ha impuesto el límite de la monogamia. Pero el amor, como emoción primaria, desbordante e insondable, es ilimitado.

   Supongo que estarás de acuerdo conmigo en que en nombre del amor pueden acometerse actos heroicos y también estupideces. ¿Crees que hay veces en que el amor sentido por la otra persona y lo que en su nombre somos capaces de hacer puede llegar a estar reñido con la propia dignidad? ¿Hasta dónde deberían llegar uno y otra?

   Las estupideces por amor, si las comete un poeta, un pirata o un loco, son perdonables y hasta heroicas. Todos deberíamos tener a nuestro lado un Shakespeare que glosara nuestras estupideces, para convertirlas en episodios épicos. Con todo, y por ser práctico, hasta que alguien mute nuestros delirios en gestas bequerianas, lo mejor es mantener la dignidad a buen recaudo. Y ahí tienen mucho que ver los dos fundamentos de la persona: autoconcepto y autoestima. Si los trabajáramos más, el amor y sus consecuencias serían menos tormentosos. 
   Autoestima. La otra gran sufridora en muchos de los fracasos amorosos. Y si estos giran en torno a una misma persona, incluso más. En la novela se dice que «Dos abandonos en una vida son un precio demasiado alto para cualquier corazón». ¿Crees en las segundas oportunidades? ¿Y en las terceras, son posibles?

   La vida es demasiado breve como para andarse con demoras. Solo tenemos una vida y, además, no sabemos cuánto va a durar. Así que concedamos tantas oportunidades como sean necesarias. La existencia no puede ser un cúmulo de oportunidades perdidas sino, al revés, un abanico de oportunidades concedidas. ¡Claro que creo! Porque creo que el ser humano es capaz de evolucionar, cambiar, corregir, avanzar. Es la base de la evolución.

   Yo también creo en ellas, necesité tres para estabilizar mi relación, ja, ja, ja.
   ¿Amor en calma o amor loco? ¿De verdad, toda historia de amor que se precie debería tener un punto de locura, un punto de inconsciencia, por aquello de que el corazón se impone a la razón?

    El amor no es un concepto ni aprehensible ni mensurable ni racionalizable. Con todo, se ha hablado a veces de las fases del amor o de los tipos de amor. No sé cuál es más amor que otro, pero lo cierto es que no es igual el amor del flechazo adolescente que el reposado amor de quien ha compartido una vida. Reivindico con igual fuerza la locura de amor como el amor maduro.

   Hay una cuestión que siempre he sopesado respecto a las infidelidades, y es hasta qué punto podemos hablar de infidelidad sin que haya «cuernos» de por medio. ¿Marcel es infiel por pensar y desear a Beatriz mientras está con otra mujer? Según tú, ¿cuándo se puede hablar de infidelidad?, ¿dónde trazamos la línea?

   La línea la debería poner cada pareja, sin estándares ni prejuicios. El problema es que en muchas parejas se dan por sentados límites que no ha puesto la pareja, sino la cultura. Si se hablara más en la pareja, muchos de esos fantasmas desaparecerían.

   Comunicación. Siempre, comunicación, en todo y para todo, ¿verdad?


   «Huir es de cobardes», suele decirse, y es verdad que casi siempre se tacha la huida como un acto de cobardía. Pero yo a veces pienso que cuando esa huida supone una renuncia en nombre del amor, también demuestra ser, en el fondo, un acto de valentía, porque sabemos que sufriremos y aun así lo hacemos, en ocasiones, por bien del otro. Bajo tu punto de vista, ¿quién demostró ser más valiente, Beatriz o Marcel? (Sin spoilers, ¿eh?)

    Huir no es ni cobardía ni valentía. Huir es un verbo que puede responder a motivaciones totalmente opuestas. No podemos juzgar la acción (huir); mucho menos lo que a alguien le lleva a huir (los motivos). Que cada cual actúe conforme a sus principios y sus convicciones. En este caso, tanto uno como otro actúan de acuerdo con lo que a ellos les mueve y les conmueve. Nada que objetarles, más allá de que la acción nos parezca reprobable o no.

   ¿La mirada es fundamental en el amor? ¿Qué papel juega en él?

    Una mirada es siempre el inicio de una relación. Una mirada literalmente hablando o una mirada como metáfora de una palabra, un gesto, un guiño... Toda historia de amor ha empezado con una mirada, sea como sea.

   Eso iba a apuntarte, que hoy en día cada vez más relaciones comienzan en redes sociales donde no hay un contacto visual en sentido literal, pero es cierto que hay otras maneras de establecer esa complicidad equivalente a la de una mirada.
   Sigamos hablando de relaciones y amor. Siempre me ha llamado la atención la abnegación de las madres, capaces de aceptar o renegar de ese amor por el bien de sus hijos. Muchas cosas han cambiado respecto a la manera de sentir y vivir el amor a lo largo de los años. ¿En este aspecto también? ¿Y en la figura del padre?

    La cultura moldea la personalidad de los individuos, marcando límites y aportando pistas para actuar. De igual manera, la cultura se moldea a partir de los individuos que la viven. Es el huevo y la gallina. Por eso podemos decir que muchas cosas han cambiado, que las madres, como los padres, han modificado su visión de la maternidad-paternidad, precisamente porque la cultura, el marco referencial, ha cambiado; tanto como a la inversa: afortunadamente, ya no estamos en una cultura como la de inicios del XX.

   Ya que hablas de cultura... Dicen que el sexo, el poder y el dinero son los tres pilares que mueven el mundo. ¿En qué lugar queda el amor? Porque está claro que ya…, formando un pack indivisible con el sexo no va, ja, ja, ja.

    Bueno, hemos hablado antes de la pasión, del sexo. No nos referimos solo al amor de pareja, en el que el sexo ha se ser pieza clave. Hay otros tipos de amores, tan sublimes o más, en los que no hay sexo. En la novela se ven: amor filio-paterno, amor entre iguales, amor fraternal... Y, por mucho que se diga, sigo pensando que lo que mueve al mundo quizás sí sea el sexo, el poder y el dinero, pero lo que mueve a la especie es el instinto de supervivencia; instinto que, en el caso del ser humano, necesita del amor para trascender con dignidad.


   Me gusta pensar que sea así, que nos mueva algo mucho más profundo que esta triada de la que siempre se habla, que el «corazón» sea también un buen motor en nuestras vidas. Un motor bueno aunque ¡testarudo! Yo siempre he pensado que a la mente se la puede convencer, pero a él no tanto. ¿Será porque en el fondo no queremos obligarlo, porque sería como morir un poco si le impedimos sentir lo que siente? Suena un poco a paranoia, pero…

   El amor siente. No sé si es algo que reside en el corazón, en el pecho, en el estómago o en el cerebro. Puede condicionarse, limitarse, reeducarse. Es falso que no se le pueda convencer. Claro que se puede. Toda la psicología conductista se basa en ello. Con todo, soy amigo de dar rienda suelta a las emociones porque nunca generan tanto caos, tanto desorden ni tanto dolor como la sociedad cartesiana en la que estamos ha querido hacer creer. Lo dionisíaco se ha descartado a partir de Descartes y eso me da mucha pena.

   «Somos la energía que irradiamos. Somos la voz con la que tendemos puentes, el saludo, la sonrisa». Esta es una afirmación con la que estoy totalmente de acuerdo, siempre he pensado que en gran parte —aunque no en toda—, somos aquello que proyectamos. El problema es que —al igual que ocurre en toda comunicación— el receptor de esa energía la puede interpretar, experimentar o sentir de una u otra manera. ¿Estriba ahí la diferencia, tan grande a veces, entre unas relaciones interpersonales y otras, en que unas sean un éxito y otras un fracaso cuando la persona que irradia esa energía es la misma? ¿O es que esta también cambia según sea el que tiene en frente…?

   Pienso que si actuamos con honestidad, prudencia y tacto, todo es más sencillo. Apartarse de aquellas personas que limitan nuestra energía, nuestro "buen rollo", es esencial para vivir con aceptables dosis de felicidad.

   «Tender puentes», una de tus expresiones más repetidas o que más ocasión he tenido de leerte últimamente.
    A ver, pensemos... Para tender puentes son necesarios, al menos, dos pilares. Uno de ellos lo pones tú. En un mundo aparentemente social pero en el que a la hora de la verdad mucha gente va a lo suyo, ¿las personas con las que te cruzas terminan poniendo ese otro pilar para construir el puente que tú pretendes, Mikel? ¿O pasan?

    Hay mucha gente a quien no le interesa tender un puente conmigo, lo cual es comprensible. No basta con, como dices, que uno de los dos pilares quiera; se necesita el otro. Pero, por fortuna, hay muchas a las que sí les interesa y con ellas es sencillo tenderlos. Ahora bien, los puentes no solo hay que construirlos, luego hay que transitarlos: una carta, un mensaje, una llamada... y, mejor aún, un verse, un mirarse a los ojos. No basta con el contacto; éste ha de ser de calidad. Y la calidad solo se logra con la calidez.

   Yo he puesto el mío para construir un puente contigo, ¿eh?, ja, ja, ja, y estoy encantada.

  ¿Hacia quiénes sientes un interés especial por comunicarte?

   Hacia cualquier persona que tenga inquietud, que se emocione y emocione, que quiera aprender, que se arriesgue, que se entregue sin imposturas. Detesto los avatares; yo soy más de mirarnos a los ojos, como ya he dicho. No tengo patrones. A veces la chispa surge y el contacto se crea, sin forzar nada.

   Leyendo tu novela me ha dado por pensar en lo vulnerables que somos, en cómo un revés de la vida puede acabar con su estabilidad, incluso con ella en cuestión de minutos, después de haber luchado, peleado y hecho lo imposible por mantenerla de la mejor manera posible, sin escatimar esfuerzos. ¿De verdad somos tan frágiles y tan vulnerables como das a entender? ¿Podría ser la época en la que se centra la novela una de las mayores causantes de esa vulnerabilidad? ¿O es porque —literariamente hablando— un cierto punto de tragedia le confiere un atractivo a la ficción que de otra forma no tendría y por eso lo muestras así?

   No creo que en la novela haya más tragedia que en la vida real de estos inicios del XXI. La tragedia o la comedia no lo marcan tanto los acontecimientos como la arquitectura emocional, la actitud, con la que desciframos esos acontecimientos. La vida es vulnerable, sí, efímera, imprevisible. Por mucho que nos empeñemos en programarla, siempre nos sorprende.

   Sí, yo diría que más sorprendente incluso que la ficción, aunque algunos todavía parezcan resistirse a creerlo.

   «Hay personas cuyas vidas son planas, sin matices. Personas que no toman conciencia de la existencia». ¿Hasta qué punto hay que arriesgarse a vivir, Mikel? Aun siendo conscientes de que, como dices en «El color de las mareas», cada instante nos puede marcar el futuro…

   Hay que arriesgarse. Eso no significa vivir locamente, ser imprudente, hacer daño con la justificación de nuestra personalidad o lanzarnos al vacío. Tal vez el mayor riesgo sea vivir conscientemente.


   Me quedo con esta última frase, ya tengo para pensar toda la tarde :)

   ¿Tú también crees que la felicidad se mide en instantes?

    Sí, por supuesto. La felicidad no es un estado estable, es un gas inestable. Y hablo como si supiera algo de química. Quiero decir que la felicidad no es algo que se alcanza sino algo que se construye. Y en esa construcción, los momentos, los instantes, son las piezas. La felicidad supera al placer.

   ¿Y el tiempo? Nos quejamos del tiempo. Que nos asfixia, que nos ahoga; siempre queremos pararlo. Pero yo creo que es esa presión a la que nos somete el tiempo la que nos hace vivir determinados momentos con mayor intensidad y deleite, porque sabemos que tendrán fin y dejaremos de disfrutarlos. ¿A qué puede destinar Mikel Alvira tres minutos de su tiempo que le satisfaga de verdad, intensamente?

   Hay una lista enorme. Podría citar muchas acciones de tres minutos que me satisfacen enormemente. Si tengo que quedarme con algo, una conversación, aunque sea tan corta como de tres minutos.

    ¿Por qué es tan grande el deseo por lo prohibido, lo inalcanzable, lo imposible?

   Porque somos curiosos por naturaleza. La curiosidad nos ha hecho evolucionar como especie. Está ahí, en nuestros genes. Si además se es poeta como yo, permítaseme la broma, va con el oficio.

   Hay un momento en el que Beatriz afirma que los sentimientos pueden doblegarse. ¿Tú también lo crees? Porque yo tengo mis dudas…

   Sí, ya he dicho antes que creo que puede modificarse la conducta. Pueden anularse los sentimientos o crearse artificialmente. Con todo, ojalá viviéramos satisfechos con cómo los gestionamos. Para ello hacen falta altas dosis de madurez emocional y, desgraciadamente, eso ni se entrena ni se cultiva.

   ¡Qué difícil lo pones...! :)

   Hay mentiras que salvan vidas, que evitan males mayores, que provocan restablecimientos emocionales… Pero muchas personas no toleran una mentira, ni siquiera aquellas que llamamos «piadosas». ¿Mentir es pecado, Mikel? ¿Tú perdonarías más de una de las mentiras que afectan a los personajes y a la historia de «El color de las Mareas»?

    Lo del pecado tiene que ver con la tradición cristiana, que se ha basado en el miedo para imponer poder u controlar a las personas. La mentira es tan subjetiva como la verdad. ¿O es que existen verdades absolutas? Perdonar, sin embargo, es un acto sublime que nos dignifica como seres humanos.

   «La tristeza deriva en melancolía y, entonces, como versos malditos, las frases se vuelven profundas y hermosas y las manos crean al dictado de los latidos». ¿Ese estado emocional saca nuestra parte más filosófica, más trascendental? ¿Es en ese estado cuando más sentimos la necesidad de buscar el alma y el corazón de cuanto nos rodea, cuando se buscan porqués con mayor ahínco, cuando somos capaces de emanar poesía sin ser poetas?

    Yo no necesito de la tristeza para crear, para pensar, para reflexionar. Al contrario, la tristeza me paraliza. Sin embargo, confieso que cierta melancolía confiere una escenografía muy dramática para la creación.

   Por cierto, Mikel, ¿además de buen escritor, también eres poeta?

    Ante todo, poeta. Un poeta que escribe novelas. Un poeta que ama. Un poeta que cree. Un poeta que estudia, piensa, recita, duele, ríe, comparte. Sin el Mikel poeta, el Mikel novelista sería solo un contador de historias. Y no hablo de ser poeta como un tejedor de versos sino como alguien cuya actitud es la de encontrar claves para descifrar el mundo y las personas que lo sustentan.


   Después de leerte y, sobre todo, después de escucharte en esta charla no me cabe la menor duda.

   «Las fantasías precipitan estados de ánimo o manifestaciones corporales de la misma manera que las experiencias auténticas». ¿En qué medida vives, sientes o te emocionas con esa fantasía que supone la historia de una novela? ¿Has creado alguna de ellas de una manera particular o especial porque te hubiera gustado vivirla así?

    Quienes creamos, quienes escribimos, tenemos la oportunidad, como quienes leen, le vivir vidas ajenas. Eso es fascinante, sin duda. Yo hago ficción. No pretendo aleccionar ni sentar cátedra; no busco aleccionar ni enseñar. Si acaso, conmover. La ficción, que es la materialización de la fantasía, es una excusa perfecta para ello. Por eso no es tanto de qué habla la novela como de qué podemos hablar con la excusa de la novela.

   Cuánto me identifico con tus palabras, Mikel. «Conmover». Una de mis favoritas en relación con la literatura...
   Podría estar haciéndote preguntas hasta el día del Juicio Final, pero como no es cuestión de publicar una charla por entregas, acabo ya…
   Exprésame con —a lo sumo— tres palabras lo que ha supuesto para ti escribir esta historia.

    Riesgo, convicción, emoción.

   Mil gracias por aceptar mi invitación, Mikel, ha sido un auténtico placer escucharte, de verdad. Te deseo todo el éxito del mundo con estas mareas que, a mí al menos, me han conquistado totalmente.

   Mil gracias a ti. Charlas así son las que hacen que esto cobre sentido; si no, sería solo hacer libros.




7 may 2018

LIBROS Y ESTRELLAS TERRENALES


   Todo evoluciona en la vida del escritor. O al menos, así debería ser. Desde la casilla de salida —o lo que es lo mismo, la posición de novel— hasta el rango de escritor profesional hay todo un trecho que no precisamente se recorre de una manera lineal. En ninguno de sus aspectos. Y aquí hay algo que me resulta particularmente curioso: el grado de ignorancia o desconocimiento del arte de escribir —y de los entresijos del mundo literario— es inversamente proporcional a la aspiración de tocar el cielo con las manos. O a la sensación de que es difícil tocarlo. Así lo percibo yo.

   Ya lo decía Sócrates: «Sólo sé que no sé nada», en contraposición a los perfectos ignorantes que creían saberlo todo. Y es que esto mismo también suele ocurrir en el mundo literario; a medida que un escribiente va convirtiéndose, con sudor, lágrimas, esfuerzo y constancia, en un literato, más lo aborda la sensación de lo mucho que aún le queda por aprender, más alejado ve el cielo estrellado y más menguadas sus posibilidades de gustar a todo el mundo. Paradójicamente, va bajando peldaños del cielo al suelo a medida que adquiere conocimientos y, sobre todo, experiencia. Gana en sensatez y sus miras se amplían. Hasta llegar a un punto en que ya no pretende conquistar el Olimpo (aunque lo siga deseando); se conforma con un puñado de lectores fieles que sepan entender su obra, que sigan enamorados de su forma de escribir y que esperen confiados y pacientes a la siguiente entrega  mientras ellos siguen trabajando por perfeccionar su arte. Tampoco quieren alcanzar el firmamento si ello conlleva el riesgo de perderlo a los dos días; prefieren buscar acomodo en alguna nube baja y acabar formando parte del paisaje, terminar —con el paso de los años— completamente integrados en él.

   Quizás la culpa de ese ansia inicial de grandeza la tengan las mieles de esas carreras meteóricas que, de vez en cuando, saltan a la palestra en forma de best-seller, encumbrando un nombre —o un título— que suena por todas partes y que nos hace obviar que eso supone un algo extraordinario con escasa probabilidad de volver a repetirse. Quizás la culpa de aspirar a lo más alto la tenga el dicho frecuente de que si no hay ventas cuantiosas te morirás de asco sin que nadie te publique, y eso, claro, implica la obligación de gustar a todo Dios. Quizás también tenga parte de culpa el egocentrismo de pensar que somos los mejores, que estamos tocados por la varita divina y que nacimos con un don especial que nos permitirá saltarnos a la torera los sudores por los que pasaron otros para alcanzar la misma meta.

   Seamos francos. A los noveles, les suele —nos suele, metámonos todos— acompañar la ingenuidad, salvo honrosas excepciones; ingenuidad que, entre otras muchas cosas, suele venir acompañada por una especial vulnerabilidad a la crítica. Y aquí es donde entran en juego las estrellas terrenales con sus comentarios adyacentes (si los tienen, que a veces ni eso) colgadas en plataformas de lectura como Goodreads, Amazon o similar. Un firmamento estrellado del que parece depender nuestra vida literaria como quien pende de un arnés a doscientos metros de altura en caída libre, sin darnos cuenta (somos ingenuos, recordad) que la subjetividad impera en gran medida a la hora de concederlas, no solo por cuestiones personales del lector, sino por cuestiones grupales por las que se ven influenciados y que pueden estar o no en lo cierto; sin darnos cuenta de que, al igual que hay buenos y malos escritores, también hay buenos y malos lectores, admitámoslo; sin darnos cuenta de que no es bueno cualquier momento para leer cualquier cosa; o que las experiencias concretas vividas por quien tiene el libro entre las manos influyen en demasía —en bastantes ocasiones— a la hora de considerar y dar mayor o menor credibilidad a una historia. Sin percatarnos de que, en otras tantas ocasiones, desconocer los aspectos formales por los que se rige la escritura —o la construcción de una novela— hace que una obra no pueda valorarse en toda su globalidad, sino única y exclusivamente por las sensaciones que la historia provoca. Y la literatura es mucho más que eso.

   Sí, ya lo sé. «Es que para gustos… colores», «es que estoy en mi derecho de valorar una novela como me parezca, sin más», «es que no tengo por qué saber escribir para decir si una obra me ha parecido buena o no». Estáis en lo cierto. Como lectores podéis —podemos— plasmar vuestra impresión de manera estrellada con total libertad, con o sin comentario (aunque en este último caso de poco ayude al autor de la obra). Pero ahí debe estar el escritor, despojado de su chaqueta de ignorante, iluso o ególatra y revestido de experiencia, sagacidad, humildad y sensatez para aprender a observar el firmamento con conocimiento de causa y con capacidad de análisis, con el fin de apartar aquellas que carecen de fundamentación coherente y mantener las que suponen un juicio crítico acertado de lo que él publicó. Y esto, para bien o para mal. Porque tan engañoso es embriagarse con las estrellas concedidas cuando la obra en realidad no las merece, como considerarla un bodrio por el hecho de no haber sido apreciada por una mayoría cuantiosa de lectores de una plataforma concreta.  Y a la hora de hacer estas consideraciones parece volver a primar la experiencia, la profesionalidad y la capacidad del literato.

   ¿En qué me baso para afirmar esto?
   En un hecho que he venido observando a través del tiempo y que he ido apreciando a medida que conocía más a fondo la manera de obrar de unos escritores y otros: a quienes más les importa este elenco de cielos estrellados es a los autores que comienzan, a los que dan sus primeros pasos, a quienes necesitan de este beneplácito —convertido en dorada valoración numeral— para sentirse seguros en su andadura, como aval de que gustan y de que merece la pena, por tanto, seguir escribiendo; a los que sienten que solo los leerán si los demás se ven contagiados por este despliegue de estrellas gráficas —como única salida—; a quienes la falta de experiencia los hace pensar que no pueden tener detractor alguno si quieren conseguir un nombre en el mundo de la escritura.

   Aquellos otros, cuya solvencia literaria alcanza un nivel aceptable, ya ni los miran. Y si lo hacen, toman en consideración única y exclusivamente aquellos a los que conceden una cierta autoridad.

   Tal vez porque ya han aprendido que no pueden gustar a todo el mundo. Tal vez porque ya han entendido que un simple número jamás podrá equipararse a un puñado de buenas razones.

   Tal vez porque la fuente de la que procede la crítica puede ser tan determinante como la crítica en sí.

Lecturas 2018.

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