30 jun 2018

«SE LLAMABA MANUEL» de VÍCTOR FERNÁNDEZ CORREAS


 SINOPSIS

El cuerpo del joven Manuel Prieto aparece en el Cerro Garabitas de la Casa de Campo de Madrid el día de Nochebuena de 1952. Gonzalo Suárez, inspector de segunda del Cuerpo General de Policía, se hace cargo del caso. Un caso que, sin saberlo, cambiará su vida tal y como la conoce.
El teniente Arturo Saavedra negocia los términos del acuerdo que permitirá a Estados Unidos establecer bases militares en España. Y lo hace por convicción, pero también por interés personal: las negociaciones son la puerta abierta a la nueva vida que ansía por encima de todo.
Marga Uriarte vive con odio. En el pasado coqueteó con el entorno del Partido Comunista de España. Ahora, un viejo conocido le pide ayuda en nombre del partido. Lo que parecía un mero trámite para ganar algo de dinero se convierte en una oportunidad inmejorable para saldar cuentas con su pasado.
Tres historias que se desarrollan en una España en la que, se aseguraba, había empezado a amanecer. Aunque no para todos.



   Hace un par de años me llegó un mensaje de Víctor Fernández Correas. No era el primero que recibía de él ni sería el último, pero este volvía a ser especial, porque venía de nuevo aderezado con literatura y he de reconocer que esos mensajes me encantan; aunque también me asustan, sobre todo cuando a través de ellos no me hacen partícipe, simple y llanamente, de un fragmento de novela o de una pequeña escena para mi deleite, sino que llegan de la mano de una petición concreta que conlleva una cierta responsabilidad por mi parte, literariamente hablando. En esta ocasión, a la media novela anexada al mensaje, Víctor añadía una petición, en apariencia, muy sencilla: «Quiero que me digas si crees que merece la pena seguir escribiendo esta historia». 

   Yo no dije nada en aquel momento. A juzgar por los fragmentos que ya había tenido el privilegio de leer antes —y que me habían encantado—, podría haber aventurado que sí, pero no lo hice, porque me gusta ir siempre con mi verdad por delante, mi honestidad no me permite engañar, ni endulzar el oído de nadie con mentiras piadosas que no ayudan, máxime cuando se trata de amigos, y yo necesitaba comprobar primero cómo él había dispuesto y movido sobre el tablero todas las piezas de la novela para poder ofrecerle mi particular opinión. No, no le dije nada, pero sí que pensé para mí solita: «¡¿Y cuándo algo de lo que tú has escrito no ha merecido la pena, hijo de mi vida?!» :) Cuando acabé, mi respuesta fue clara y contundente, tenía que seguir adelante. Hasta el final. 

   Aquella primera mitad ya auguraba el calibre de novela que ha resultado ser. Ya llevaba el sello propio del autor, que no se conforma con escribir una obra con la que salir del paso. No. El buen hacer literario de Víctor Fernández Correas busca crear una historia interesante, y nada simple, que entremezcla con varios hilos argumentales que le dan solidez a la trama; las sitúa en un espacio temporal histórico amplia y perfectamente documentado; y en un espacio físico que recrea con tal genialidad, que hasta somos capaces de verlo, olerlo, sentirlo, escucharlo... Disfrutarlo y sufrirlo. Con solo unas pinceladas certeras. Porque Víctor juega con las palabras como los grandes pintores con sus pinceles; con apenas unos trazos es capaz de recrear la escena que tiene en mente transmitiéndonos su esencia, el alma, aquello que la caracteriza hasta involucrarnos en ese mismo escenario como si fuéramos testigos directos de cuanto está pasando. Así nos traslada hasta el Madrid de los años cincuenta, de mitad del siglo XX, con una narración que, como bien han dicho otros, tiene tintes costumbristas por los detalles de la época que aporta y que, lejos de sobrar, son bien recibidos para creernos aún más lo que estamos leyendo.

   Cuando ediciones Versátil dijo de incluir «Se llamaba Manuel» en su catálogo de narrativa, y no en Off Versátil —dedicado al thriller y a la novela negra—, lo celebré. Porque esta novela escapa a los límites habituales de este género, y no es una novela policíaca sin más. Hay un asesinato y una investigación a cargo del Cuerpo General de Policía de la época, sí, pero en torno a ella se dan cita otros muchos aspectos que, a mi modo de ver, no solo engrandecen la historia, sino que cobran, incluso, una mayor relevancia que el asesinato en sí, como son la política, el estamento militar con sus propios intereses (interiores y exteriores), las cortapisas y los beneplácitos del Régimen franquista, una visión social centrada en las relaciones humanas, conyugales, económicas y hasta homofóbicas, la venganza, la lucha por la supervivencia, el amor... Todo ello muy bien combinado y repartido en dosis «capitulares» que siempre te dejan con ganas de más por la habilidad con la que el autor maneja el suspense.

   ¿Y de los personajes? ¿Qué deciros de los personajes? Que están bordados, tanto los principales como los secundarios. Son humanos, reales, tangibles, coherentes... Podrán gustarnos o no, podremos empatizar con ellos o no, pero te miran de frente y te plantan cara, no están hechos de humo, sueños idealizados o deseos de ficción. No son planos. Son de carne y hueso, tienen su propio temperamento, alma y corazón, aunque alguno de ellos lo tenga de piedra.

   Marga Uriarte, Gonzalo Suárez, Arturo Saavedra, el Canelita, Escolástica Sainz...

   Todos ellos, y algunos más, desfilarán con sus vidas a lo largo de las 350 páginas de una novela que se nos hace corta; vidas contadas con el estilo narrativo de un escritor que tiene una voz propia inconfundible y que me encanta...

   Una voz «literaria» que deseo, de corazón, que no enmudezca nunca. 

   Felicidades, Víctor. Mucho éxito.
 

25 jun 2018

«AQUELLO QUE FUIMOS». MI NUEVA NOVELA.



   Son incontables las veces en que parecemos tener claro quién es víctima y quién verdugo; a quién hemos de salvar y a quién culpar sin ninguna contemplación, a pesar de contar con elementos mínimos, los que nos brinda el hecho de ser testigos de un único suceso puntual, sin ahondar en nada más. No reparamos entonces en la probable conjunción de ambos papeles, ni siquiera en su alternancia dentro de un mismo ser. Como tampoco reparamos en la triste realidad de que cualquiera de nosotros, y en cualquier momento, puede dejar víctimas a su paso sin pretenderlo, incluso aquel que siempre juró que jamás dañaría a nadie.

  Decisiones. Trascendentes o intrascendentes, cobardes o valientes, que no solo condicionan nuestra vida, sino la de aquellos que habitan a nuestro alrededor. Decisiones y acciones que truncan el camino de los inocentes hasta convertirlos en culpables, para luego enjuiciarlos moral y legalmente como si todo, absolutamente todo, fuera producto exclusivo de su voluntad.

   Pero... ¿en realidad es así?


   Hace algo más de tres años, esta reflexión comenzó a apropiarse de mi pensamiento: la del poder de las decisiones —propias o ajenas— y la interacción con sus consecuencias en un juego de rol en el que víctimas y verdugos podían alternar papeles sin pretenderlo, por desconocimiento, quizás por maldad, por una despiadada presión social o familiar, o incluso por autodefensa o instinto de supervivencia. Decidí entonces, al igual que ya me ha ocurrido otras veces, alimentar el germen de esa idea profunda e interesante para crear una historia en torno a ella, convirtiéndola en novela. En novela de las que me gustan, ficticia y a la vez real, además de atemporal.

   Así nació «Aquello que fuimos».

   Vuelvo con esta novela a esa ficción contemporánea con la que empecé, que plasma la realidad actual, las emociones, los sentimientos, las reflexiones que subyacen a los hechos ficticios que conforman la historia, aunque sin olvidar esos matices literarios en su trama que conquistan al lector, que lo enganchan con su intriga, con sus giros argumentales e incluso con esos debates mentales que nacen a raíz de la actitud de los protagonistas y demás personajes que transitan por la historia.

   Más de un año y medio en escribirla. Y otro tanto para releerla y corregirla de forma incansable hasta dejarla depurada y linda. Una novela compleja de la que me siento orgullosa y para la que hubiera deseado un respaldo editorial que le diera acceso a lectores nuevos, a aquellos que apenas frecuentan las redes ni son adeptos a la tecnología digital, sino a las librerías y demás establecimientos con aroma a papel, que gustan de tocar los libros, ojearlos y hojearlos antes de llevárselos puestos. Pero no ha podido ser, hay puertas que no se abren; pero sí cajones. Los que invitan a darle una oportunidad —aunque sea más pequeña y limitada— a novelas como esta, que merece ser compartida con esos lectores fieles que nunca fallan y a los que todo les debo. Y por qué no, a mis dos protagonistas, que quieren alzar la voz para contar sus vidas con una humanidad plena y con esa fortaleza que aporta la experiencia, el miedo, la superación, el deseo de vivir y, por encima de todo, el deseo de ser feliz.

   Blanca. Fuensanta. Víctor.

   Tres nombres que han estado y vivido conmigo durante mucho tiempo. Que han ido creciendo hasta hacerse grandes, conquistándome con su forma de ser y de actuar. Con su manera de evolucionar.

   Ahora espero que os conquisten a vosotros. Nada me gustaría más.

   El 4 de julio tenéis una cita con ellos.
   Si os apetece.


«NUNCA SUBESTIMES UNA DECISIÓN, POR INSIGNIFICANTE QUE PAREZCA.
EL RUMBO DE TU VIDA PODRÍA DEPENDER DE ELLA.»

Lecturas 2018.

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