29 jul 2015

RELATO: "YO NO VENDO AMOR".

   Con un ligero letargo, acaricié mis piernas para eliminar las arrugas de las medias y estiré un vestido que no daba cabida a un soplo de aire entre su tela y mi cuerpo. Daba gracias a que mi piel podía oxigenarse a través del amplio escote que dejaba gran parte de mis senos al descubierto, asomados al exterior como un poderoso reclamo, como una fruta jugosa expuesta al mejor postor. Y a un largo de falda relativamente escaso que me permitía caminar con soltura, contonearme sobre los tacones y cruzar mis muslos al sentarme bajo la mirada atenta de la hombruna del local.
    Estaba cansada. Los últimos acontecimientos familiares habían hecho mella en mi mente y me habían sumido aún más en un estado de ansiedad difícil de controlar. Necesitaba evadirme, relajarme, pensar... Pero carecía de tiempo, las horas que aquel sábado en la noche ponía ante mí llevaban marcado el sello del euro con aroma a sexo en cada uno de sus minutos. Y no podía dejarlos pasar.
    Le arrebaté a Samuel el vaso de whisky que tenía entre manos y bebí un trago largo para que su amargo sabor me sacudiera y me ayudara a entrar en faena, a fundirme en aquel entorno sórdido y oscuro de cuya decoración mi cuerpo formaba parte. Eché un vistazo rápido, con la habilidad de quien conoce los rincones donde se refugia cada cual, viciado por su carácter, su experiencia o la asiduidad con que nos visitaba. Yupis trajeados, exhibiendo relojes caros y miradas de autosuficiencia, dispuestos a permitirse el lujo de exigir unos servicios que inflaran su ego y su sensación de poder; un grupo de jóvenes envueltos en risotadas nerviosas, abocando a un azorado probable novio a echar su última cana al aire antes de pronunciar su voto de fidelidad eterna; un tipo alto y poco agraciado, con pinta de soltero involuntario, y con un atisbo de impaciencia en sus mejillas por probar la carne ajena para obtener placer; un par de mirones, curiosos con babas y lascivia en los ojos, recorriéndome a distancia, sin demasiada intención de aliviar el calentón de su entrepierna por un dinero del que, se me antojaba, andaban escasos. Y un hombre sentado al final de la barra que no supe ubicar, absorto en el tintineo del hielo al chocar contra el cristal de un vaso que zarandeaba con la conciencia perdida. Respiré hondo. Se me hizo un mundo aventurar cómo transcurrirían los minutos desde la primera insinuación de cualquiera de ellos hasta volver al lugar en el que me encontraba: de nuevo otras manos palpándome con ansia incierta, macerando mi piel, invadiendo mi intimidad bajo un permiso monetario que me obligaba más de una vez a tragar la nausea y dibujar en mi rostro las huellas de un placer fingido que a ellos ni siquiera les importaba; de nuevo otros labios, otra lengua degustándome, dejando un estela de humedad no deseada en mis pechos, en mi vientre, en mis muslos...; de nuevo mi sexo y mi boca a merced de la voluntad ajena... Hice acopio de las dos imágenes más poderosas que me ayudaban a sobrellevarlo -el dinero tan necesario y el rostro de mi primer amor- y las fijé en mi mente a conciencia, al igual que el carmín en mis labios o el tatuaje grabado en mi pecho izquierdo, próximo al pezón, al que abrazaba de forma erótica y tan sumamente atrayente para el cliente de turno.
    Aparté mis preocupaciones y mis miserias y me dispuse a ofrecer lo mejor de mi cuerpo y de mis habilidades sexuales, con una sonrisa embaucadora y dulce en el rostro, con ademanes delicados y sensuales, con la exquisita elegancia que siempre ostenté. No me quedaba otra. Me fijé en el tipo sentado en la barra. Su aspecto agradable no me atrajo tanto como el desconcierto que me provocaba su ignorancia de todo cuanto acontecía a nuestro alrededor. Pareció notar el peso de mis pupilas sobre sus hombros, porque izó la cabeza de manera torcida y me dedicó una mirada. Sonreí al observarlo, sin dejarme intimidar por la seriedad de sus facciones. Hasta que lo vi levantarse y abandonar el lugar en el que llevaba apostado casi una hora.
    Una mano en mi cintura me tensó, no la esperaba. Lucía se había hecho con el control del novio y de su grupo de amigos, la perversión de los jóvenes la excitaba sobremanera. Me volví aparentando una naturalidad perdida y comprobé que el soltero involuntario era quien pretendía acaparar mi atención. Me estiré, al tiempo que Samuel ponía una copa delante de mí. Entonces oí la contundencia de una voz grave a mi espalda:
    —¡Lárgate de aquí, tío, la señorita está conmigo!
    Era el tipo que había abandonado la barra quien lo increpaba.
    —Lárgate tú —adujo el soltero—, yo ya estoy sentado aquí, con ella, y tú acabas de llegar.
    Un cierto nerviosismo me asoló, lo último que necesitaba aquella noche era una pelea de gallos por mis servicios. Debía reconocer que no me apetecía acostarme con aquel tipo, su mano en mi cuerpo me produjo repulsa sin saber por qué, pero preferí mantenerme al margen, si podía cumplir con ambos aquella noche volvería a casa antes de lo habitual. 
    —¿Quién te ha ordenado servirle esa copa, Samuel? —preguntó el de la voz grave.
    —Usted, señor.
    —¿Antes, o después de que este tipo se sentara aquí con ella? —inquirió señalándome.
    Miré a Samuel con una súplica en los ojos que supo entender.
    —Antes.
    Respiré aliviada. El soltero involuntario se escurrió del asiento con desidia y pagó su cuenta con intención de largarse. Entonces observé de cerca a mi nuevo acompañante, el aplomo con el que se desplazaba, como si cada miembro le pesara una arroba, su mirada lánguida, apagada, sus labios rígidos, en un torcido gesto de desgana.
    —Gracias por la copa. Me llamo Mónica —Me presenté haciendo alarde de amabilidad.
    —Roberto.
    —Es la primera vez que te veo por aquí, Roberto. Me alegro de conocerte.
    —¿Por qué?
    Su pregunta me desconcertó. Tardé unos segundos en recuperar el temple para contestar.
    —Hay algo en ti que me ha llamado la atención.
    —Eso se lo dirás a todos, Mónica —dijo, con aspereza en la voz.
    —No, cariño, podría adularte de mil maneras, pero he preferido responder a tu pregunta, sin más.
    —¿Y puedo saber qué es ese "algo" que ha llamado tu atención?
    —Los hombres que acuden a este local vienen con un objetivo claro. Tú has tardado más tiempo de lo normal en desviar la vista de tu copa para mirarme. Y fíjate, te has sentado a mi lado y ni siquiera me has tocado.
    —¿Podía hacerlo?
    Esbozó una sonrisa leve, acompañada de un gesto de sorpresa un tanto cómico.
    —Los roces previos van incluidos en el precio de la copa —advertí—. Y tú has pedido dos, la tuya y la mía. Cuando tengas que abonarla lo entenderás.
    Esta vez sonreí con él, algo en su forma de comportarse distendió mi cuerpo, me relajó.
    —¿Tu compañía y la charla no bastan?
    —Observa con disimulo al engominado que está sentado a tu derecha, en la esquina. No deja de mirarnos. Es un prepotente nato, me temo que si no me abordas te pedirá que le dejes el terreno libre, siempre va con prisas. Y yo... tampoco puedo perder el tiempo, cielo —apunté con un exceso de dulzura en la voz y con cierta pena, por no poder limitarme a una charla que sinceramente me apetecía mantener.
    Roberto se giró en el taburete, situándose frente a mí. Posó una mano con delicadeza sobre mi muslo y con el dorso de la otra recorrió mi mejilla.
    —¿Por qué estás aquí? No eres... como ellas —apuntó, señalando con una inclinación de cabeza a mis compañeras, dispersas por el local.
    Atisbé un deje de compasión en sus ojos y lo miré emocionada, en silencio.
    —No es buena idea que te cuente mi vida. Es mi cuerpo lo que estás comprando —añadí taciturna—, no mis penas. Dime tú qué haces aquí, qué buscas. Tampoco eres... como ellos —advertí imitándolo.
    —Estar contigo. Me apetece estar contigo —adujo tras una pausa, con timidez, con un tono de voz azorado.
    —Entonces acompáñame, en un reservado estaremos mejor.
    Lo invité a tomar mi mano y me siguió hasta adentrarnos en una habitación íntima que nos permitiera tener sexo sin incordios. El halo de respeto y el mimo en su trato hacia mí se me hacían extraños, no estaba acostumbrada a sus movimientos reposados, propios de una pareja sentimental, alejados de la relación típica entre cliente y prostituta. Dejé que tomara las riendas de lo que pretendía hacer conmigo. Roberto cogió su copa y rellenó la mía de la botella de cava descorchada en la cubitera. Me hizo brindar con él, sin dejar de mirarme, sin dejar de acribillar mis pupilas para leerlas. Pasó su mano por mi cintura y recorrió mi espalda atrayéndome hacia él. Aspiré el dulzón aroma de su loción corporal y dejé caer mis labios en su cuello al compás de los suyos sobre mi piel. Noté un calor tibio y me aproximé aún más, acariciando su nuca mientras  permitía a mis senos adherirse a su pecho, buscando que diera rienda suelta a un excitación contenida. O nula. Dudé por un momento qué era lo que no estaba haciendo bien, por qué no encontraba respuesta en su boca y en sus manos a mi provocación, aún no habían osado tocar ninguna parte íntima de mi ser. Hice amago entonces de desprenderme del vestido para mostrarle el conjunto de lencería que debería encender la pasión y la prisa que hasta ahora se hallaban prácticamente muertas. Pero me detuvo.
    —No, espera. Déjame a mí desnudarte.
    Paseó sus manos por mi cuello y descendió a lo largo de mi espalda hasta descorrer la cremallera del vestido en toda su longitud, tomándose su tiempo para deslizar los tirantes por mis hombros y dejarlo caer. Recorrió mi piel desnuda con las yemas de sus dedos, lentamente, insinuando cada curva, tan concentrado en ellas como antes lo estuvo sacudiendo el cristal de su copa en la barra del bar. De nuevo me centré en sus ojos. Me atraía su mirada melancólica, su tibieza, la dulzura impresa en sus pupilas observándome sin lascivia, como si un sentimiento no carnal primara por encima de todo lo demás.
    Lo imité. Mientras él se afanaba en desprender el broche de mi sujetador para vislumbrar mis senos, yo comencé a deshacer la botonadura de su camisa con toda la parsimonia de que fui capaz. La abrí y esparcí un reguero de besos sobre su pecho, apenas rozándolo con los labios, sin la boca perversa que solía utilizar. Noté un escalofrío en su piel y sonreí al haber hallado el camino hasta él. Sosiego. Calma. Ternura. Se detuvo un instante a mirarme, una vez más, para apreciar cómo le dedicaba mis caricias tan acertadamente sin conocerlo de nada. Me liberó de la prenda que oprimía la parte superior de mi cuerpo y exhaló un suspiro de excitación. Rozó mis pechos con las palmas de sus manos y yo acaricie el dorso de las mismas en un gesto espontáneo de asentimiento, de agrado por lo que hacía.
    —Abrázame, Mónica.
    La inflexión en la tesitura de su voz me emocionó. Me apreté contra su torso, rodeando con fuerza su cuerpo, y él me estrechó con sus brazos, uniendo su mejilla a la mía durante unos minutos en los que pude sentir un nudo alojado en mi garganta que jamás había sentido en aquella habitación. Caminé hacia atrás, empujada por él, y me dejó caer sobre la cama, observándome, con temor a tocarme. Le sonreí y asentí, invitándolo a unirse a mí. La forma en que recorrió mi cuerpo y la delicadeza con la que me poseyó no pude describirla como un encuentro carnal. Roberto me hizo el amor y me pidió hacérselo a él de igual manera. Sin ansia, sin prisas desbocadas, sin acometidas ni sacudidas producto de una excitación desmedida. Con sentimiento. No sé si suplantó mi rostro o decidió mantener mis facciones como protagonistas de aquel encuentro. Pero yo puedo, por primera vez, prescindir de la imagen de ese amor primero que siempre me acompañaba para poder culminar cada uno de mis servicios. No tuve necesidad de recurrir a él.
    Roberto se permitió acariciar mi pelo al terminar. Acurrucarme junto a él y besar mis labios con la tibieza de los enamorados mientras seguía indagando, en las profundidades de mis ojos, lo que hacía yo en aquel lugar.
    —Tú también estás sola, ¿verdad? —me preguntó, con el cariño fluyendo por los poros de su piel.
    Se me aguó la mirada. Maldita soledad.
    —¿Qué has venido a buscar, cielo? —volví a preguntar, percatándome de la marca de un anillo circundando su dedo anular.
    —Lo que acabas de ofrecerme. Lo más parecido al amor que debiera existir en toda relación sexual.
    —¿Acaso lo has perdido?
    —Nunca lo tuve. Llevo veinte malditos años practicando un sexo salvaje por exigencias de mi mujer. Ya no puedo más. Necesitaba sentir, emocionarme, dejar que fluyera la ternura que siempre albergué hacia ella y que nunca me permitió expresar.
    El desconcierto se apoderó de mí. En aquel antro jamás me habían buscado con un reclamo sentimental, jamás me habían pedido suscitar emociones que no fueran de índole sexual o prácticas que no estuvieran prohibidas en casa por vergüenza, educación o moralidad. Sentí una fuerte conexión con él. Maldita soledad y maldita la falta de ese amor sublime que te hace convertirte en alguien especial. No fue su cuerpo el que exigió al mío los servicios que yo acostumbraba a ofrecer; fue su corazón el que reclamó al mío aquello de lo que carecía.
   Roberto me agradeció, con el alma reflejada en su rostro, haber satisfecho su necesidad de afecto, de ternura, de amor..., sin ser consciente de que él me había ofrecido a mí tanto como yo a él.
    Lo despedí con un destello especial en mis ojos, con una promesa de amistad futura y... con mi cartera vacía.
    Porque mi cuerpo se vende..., pero mi corazón se regala.    

Pilar Muñoz Álamo - julio 2015.

3 jul 2015

VACACIONES... NOVEDOSAS.



   Todos los años, llegada esta fecha, tenía bastante claro a dónde iría y cómo planificaría y organizaría el tiempo de este mes tan preciado en que las obligaciones profesionales brillan por su ausencia. Menos este. Es la primera vez que afronto este merecido (igual no está bien que yo lo diga, pero es que de verdad me lo merezco, jaja) descanso sin tener ni la más mínima idea de lo que haré, dónde, cuándo y cómo. Vosotros diréis que eso va implícito en el significado del término "vacaciones", lo cual se traduce en dejarse llevar sin pensar, improvisándolo todo y sin reloj que marque las horas, sintiéndose libre como el viento y haciendo en cada minuto lo que nos dé la real gana. Pero es que... ¡una no se descuadricula tan fácilmente, oiga!, ¡no abandona así como así ese tic nervioso de mirar el reloj hasta gastarlo! y, sobre todo, ¡no destierra de su cabeza el chip de aprovechar el tiempo al máximo para poder hacer... no las dos cosas que ya sabemos que las mujeres podemos hacer a la vez, no, sino las muuuuúltiples cosas que hacemos con conocimiento de causa y las que hacemos de forma mecánica al tiempo que la mente anticipa -concienzuda y concentrada- todas las que hará después! (Buff... me canso de solo pensarlo).

   ¡Qué miedo me da ir a la aventura! ¿Y si no les saco rendimiento? ¿Y si se me acaban y me parece no haberlas tenido? ¿Y si me acostumbro a hacer la vaga y luego no hay quien vuelva a ponerme riendas? ¿Y si empiezo a decir: "bah... pero si hay tiempo de sobra", y al final no haga na de na? ¿Y si pierdo el interés por mis aficiones actuales y ya no vuelvo? ¿Y si a falta de un escenario vacacional apropiado no me desestreso? ¿Y si a partir de mañana voy "errante y sin rumbo, cansada y vencida" (como aquella canción flamenca "pelín nonaina" que yo escuchaba de joven), me pierdo y ya no me encuentro?

   ¿Veis? Hasta ansiedad me está entrando de pensar en todo esto y es que... estas vacaciones van a ser un tanto novedosas. Dicen que en la variedad está el gusto, pero me da a mí que ese refrán no encaja mucho aquí.

   En fin..., que no sé qué será de mi vida a partir de ya, qué rumbo tomará, qué actividades emprenderá y cuáles abandonará... Así es que os pido por favor que si me veis por ahí más perdida que Wally entre la afición del Athletic, me rescatéis y me hagáis una cura de memoria para recobrar la normalidad, que al final igual hasta añoro mi existencia de "motera vital todoterreno" que ahora mismo estoy deseandito de abandonar :)

   Felices vacaciones!! Feliz descanso!!
   Nos vemos a la vuelta... (Si vuelvo, jeje).

23 jun 2015

RELATO: "AMOR SIN NOMBRE".


   Esta noche me he puesto mi mejor vestido, remarcando mis perfiles, mis curvas femeninas para él. He realzado mis piernas con zapatos de tacón y maquillado mi rostro con discreción, acentuando el verde oliva de mis ojos y mi carnosa boca. Unas gotas de perfume en el escote, suave, con un sutil aroma a cítricos y a jazmín. Y mi pelo recogido de forma casual, liberando mi cuello de envolturas que obstaculicen el roce de sus labios, tan deseado.
   Me hago acompañar por él y la acidez de mi estómago enturbia mi estampa cuando lo observo regalar su mirada a cualquier mujer que no sea yo. Como siempre. Un velo acuoso destiñe mis pupilas y respiro ante lo evidente. No puede forzarse el amor… Se puede despertar el deseo con un trozo de tela y lápiz labial, pero no un sentimiento… Resulta absurdo luchar contra lo prohibido cuando la curiosidad mata, cuando el instinto de probar lo ajeno, lo desconocido, se arraiga en las entrañas y se enraíza en ellas como un árbol centenario, indemne a las tempestades.
   Suelto su mano y lo dejo marchar de la estancia en la que estamos. Y de mi vida. Un nudo en mi garganta lo despide de mi vida, su ceguera y su ignorancia me están matando con lentitud, con crueldad, como a esas flores que terminan por marchitarse a falta de agua que las alimente.
   Me giro y me adentro en el baño, me avergüenza sentirme delatada públicamente por las lágrimas que batallan para aliviar mi ahogo. Y Ana, mi fiel amiga, mi confidente, me sigue rauda cerrando la puerta tras de sí para poder abrazarme en silencio, para volver a cederme un hombro sobre el que llorar sin pedirme explicación.
   A solas, ella toma mi rostro entre sus manos y lo eleva hasta que mis ojos encuentran los suyos. Busco en ellos una mirada cómplice, un atisbo de comprensión que me haga sentir protegida, que aniquile la sensación de vulnerabilidad que siento. Tal y como he hecho siempre. Pero esta vez me pierdo en ellos, la profundidad con que me miran me resulta extraña. Y dulce. Muy dulce. Mi respiración se contiene y frunzo el ceño con sutileza, en un gesto involuntario que intenta adivinar lo que está pensando, leer el mensaje escrito en sus pupilas, que dibujan cada centímetro de mi rostro con ternura  inusitada. Ella me aparta un mechón de pelo y seca la humedad de mis ojos con la yema de sus dedos, despacio, con suavidad, y un cosquilleo me alerta. Parezco estar mirándome a un espejo, la expresión que percibo en ellas es idéntica a la que las mías han dedicado a Pablo durante años…, cuando estaba enamorada. Me embarga un mutismo absoluto, no puedo articular palabra, la imagen de él que copaba mi mente se ha desvanecido ante el desconcierto de lo que está pasando. Ella calla. Pero su tez, antes lívida por mi sufrimiento, se va sonrosando a medida que yo escucho lo que su corazón osa decirme. Me encojo. Y comprendo. Acierto a comprender cada uno de sus gestos que nunca supe apreciar, de sus palabras con significado oculto, de su espera paciente y su mano tendida cada minuto en que la necesité.
   La desazón me recorre el alma al ser consciente de la tortura a que la he estado sometiendo, pidiéndole que me ayudara a recuperar a Pablo y revelando en su compañía mi amargura y frustración sin intuir que su amor hacia mí la tenía presa. Esbozo una sonrisa tibia, sin apartar la vista de unos ojos que me atrapan como imanes, que siguen mirándome como jamás nadie lo ha hecho. Y el aire se impregna de magia, no sé cómo, ni por qué. Aunque eso en realidad no importa, me apremia el deseo de dejarme llevar por el dictado de los sentimientos sin preguntarles nombre…
   Aproximo mi boca a la suya hasta notar el roce de sus labios cálidos, suaves, envolventes. Y nos besamos. Sin prisa. Sin ansia. Dejando que este insólito despertar tapice sobre mí un nuevo paisaje a color. Puedo apreciar la tensión en el cuerpo de Ana al tocarnos, el miedo que rezuman los poros de su piel ante mi reacción. Un suspiro emocionado emana de ella cuando la invito a posar su mano sobre mi pecho al tiempo que dejo caer mi frente sobre la suya. Su amor me envuelve, me inunda y me descoloca. Me hace temblar. Me desconcierta. Y a la vez me gusta y me produce una sensación calma, como la caricia de una ola al atardecer. Desconozco lo que sentiré mañana, qué turbulencia de sentimientos albergará mi ser al recordar mi cuerpo desnudo bajo sus manos, bajo su boca… Al recordar la erección de mi piel y el latir agitado del pulso… Al sentirme protegida, comprendida y amada por una mujer como nunca antes lo fui por un hombre.
   No sé qué será de mí mañana. Solo sé que deseo detener el tiempo y abandonarme aquí y ahora hasta el final. Con ella. Con mi amiga fiel a la que, desde este mismo instante, ya no sabré cómo llamar.


Pilar Muñoz Álamo - 2015


18 jun 2015

"UN HIJO" de ALEJANDRO PALOMAS.


SINOPSIS

Una novela llena de ternura e intriga para los lectores de; Una madre y El curioso incidente del perro a medianoche; Guille es un niño introvertido, con una sonrisa permanente. Tiene solo una amiga. Hasta aquí, todo en orden. Pero esta apariencia de tranquilidad esconde un mundo fragilísimo y con un misterio por resolver. Las piezas son un padre en crisis, una madre ausente, una profesora intrigada y una psicóloga que intenta comprender qué esconde el niño. Una novela coral donde se mezclan sentimientos, silencios, vacíos y un misterio cautivador.



   La lógica de los niños puede resultar, a veces, apabullante y cuanto menos sorprendente. Y no debería de serlo cuando somos los adultos quienes, aparentemente, gozamos de la sabiduría que nos aporta el conocimiento adquirido y la experiencia de vida. Pero resulta paradójico que estas dos fuentes del saber contribuyan, con relativa frecuencia, a enrevesar las cosas en lugar de clarificarlas, a disipar la sencillez de miras con la que analizarlas para alcanzar conclusiones mucho más reveladoras. Nos empeñamos en afirmar, consciente o inconscientemente, que la complejidad es una cualidad inherente a la mayoría de las situaciones que vivimos y como tal las analizamos, y buscamos soluciones a la altura de ese grado de complicación que terminan por resultar ineficaces e incluso absurdas. ¡Cuánto hemos de aprender de los niños! ¡Cuánto deberíamos reaprender de lo que un día supimos, de lo que trajimos a este mundo como habilidad innata y hemos ido perdiendo a lo largo del camino por una contaminación mental y mortal que resulta difícil evitar!
   Alejandro Palomas nos presenta a Guille, un niño encantador, con una sensibilidad especial que yo no podría aventurar si es innata o adquirida, o tal vez una mezcla de ambas cosas, impresa en su sangre y alimentada por la educación y el modelaje de su propia madre de los que Guille pudo disfrutar hasta el momento de su separación. Y fuerte. Un niño fuerte como suelen serlo la mayoría de ellos, aunque de nuevo los adultos nos obstinemos en pensar que la inocencia y la edad escasa es directamente proporcional a la debilidad física y psicológica, hasta el punto de sobreprotegerlos cuando, a veces, somos nosotros quienes debiéramos cobijarnos bajo su amparo.
   La historia que se nos cuenta es tan sencilla como preciosa, tal dulce como entrañable, tan sorprendente como real. Porque yo no me canso de decir que lo cotidiano y lo habitual también sorprende cuando reparamos y exponemos de manera minuciosa los detalles de esa vivencia que la hacen particular, cuando a los demás se les hace vivir y empatizar a través de ese cúmulo de sentimientos y de emociones que acompañan a tal experiencia al hacerlos testigos directos de lo que se les cuenta. Y esto es precisamente lo que Alejandro Palomas persigue en "Un hijo". Narra un suceso por desgracia relativamente frecuente, como es la desaparición de una madre de la vida de su hijo, pero se centra en exponer, con maestría, la forma de reaccionar y las secuelas mentales y psicológicas que este hecho produce tanto en Guille como en su padre, convirtiéndolas en el verdadero leitmotiv de la novela. Y nos conquista. Nos conquista con su capacidad de ahondar en las profundidades del corazón, en el pozo de los sentimientos conmoviéndonos, pero sin regodearse en el morbo de las penurias ajenas y, sobre todo, de las tristezas infantiles a las que resulta muy sencillo rendirse para provocar la lágrima fácil. Guille nos conmueve, pero lo hace por la fortaleza admirable que despliega a pesar de su edad, por su ingenuidad, por su inocencia, por su sensibilidad, por sus ganas de vivir y de defender aquello en lo que cree, aquello que piensa que le salvará.
   No toda la historia gira en torno a los sentimientos. Alejandro Palomas desarrolla una trama que va desgranando poco a poco la forma en que todo acontece, permitiéndonos conjeturar lo que ha pasado y si existen, según nuestro criterio propio, razones suficientes para  que sus protagonistas se muestren así. Y lo hace a tres voces, con tres de los protagonistas contando en primera persona su historia y su propia percepción de la misma -Guille, Luis (su padre) y María (la psicóloga del colegio)-, con un lenguaje y un estilo narrativo distinto para cada uno de ellos que se ajustan como un guante a su edad y a su personalidad.
   No hay demasiados escenarios, ni tampoco el autor se recrea en las descripciones del ambiente o del entorno, solo las justas para situar a los personajes y centrar la historia. Pero es no necesitamos más. Esquivamos los físico para colocar nuestros cinco sentidos en lo psicológico de la historia, en lo sentimental, destinando por otro lado nuestra curiosidad al intento de descubrir lo que ha pasado. Este último puede que sea el único aspecto que a mí no me ha permitido acabar la novela con el excelente sabor de boca que deseaba, y es que desde el mismísimo principio anticipé el final, con lo cual me ha faltado ese factor sorpresa que tanto me gusta y que hubiera hecho que "Un hijo" fuera, para mí, una novela con un regusto exquisito. ¡Pero esto no tiene por qué pasarle a los demás, por supuesto!

   En definitiva, "Un hijo" es una novela cuajada de sentimientos y de emociones, escrita con una sensibilidad pasmosa y con una narrativa impecable que se adapta a la perfección a cada una de las voces que cuentan la historia, con un desarrollo de la trama estudiado que va desgranando poco a poco el porqué de lo sucedido y de la forma en que se comportan y se manifiestan los personajes (reales, tangibles y muy humanos, por cierto). Una novela de la que he disfrutado muchísimo y que merece ocupar un puesto a la altura de su predecesora: "Una madre".

   ¡Felicidades, Alejandro Palomas!


Pd. Esta opinión ("reseña") forma parte de la Lectura conjunta organizada por Margalida Ramon (Blog Libros, exposiciones, excursiones...) y Marisa González (Blog Book & Co.)


17 jun 2015

RELATO: "SUEÑOS EXTRAÑOS".

    Paseo por la habitación con una lentitud extrema, posando la vista en cada objeto, aspirando el aire cargado de sensaciones que no han podido huir de allí, porque el peso y su magnitud las ha dejado ancladas al piso y a las paredes. He cerrado la puerta, necesito soledad. Un viejo ordenador me mira con una mezcolanza de pena y orgullo por haber tenido el privilegio de ser el primero en rozar las yemas de mis dedos y transformar sus grafías en emociones impresas, en la viva representación del corazón de unas mujeres que alzaron su voz para contar sus miserias, sus cotidianeidad frustrada o feliz, sus sueños rotos o sus máximas ilusiones, conseguidas o por conseguir. Hay fotos esparcidas por la mesa, instantáneas de mí misma que me empujan a volar a decenas de lugares, de momentos compartidos guardados con mimo en los rincones de mi memoria, y que provocan una alternancia de gestos en mi rostro al contemplarlas, desde una sonrisa liviana que curva mis labios hasta la nostalgia más profunda que talla en mi ceño dos marcas verticales que no desaparecerán, pasando por la carcajada o el nerviosismo de las primeras veces. Veo carpetas recubiertas de una capa polvorienta que protege los documentos que crearon vida en conjunción con mi mente, con mi imaginación; vidas tan veraces que todavía me confundo al hablar de ellas, porque las siento como un desdoblamiento de mi propio yo, transformado, desfigurado o embellecido al revestirlo de otras pieles para expresar sus sentimientos en toda su intensidad. Hay un espejo con las esquinas enmohecidas que acaba de fracturarse al observarme en él. Esquivo las grietas y me adentro en mis propios ojos, buscando los rostros que esconden. Y atisbo caras nuevas que protestan por la augurada falta de libertad, por su futuro truncado, al tiempo que otras tantas flotan y me regalan besos de hija, madre, hermana o amiga… A ellas las acaricio y las acurruco. Las acuno contra mi pecho. Feliz por tenerlas y saber que nada ni nadie me las arrebatará jamás, que nacieron de mis entrañas con esfuerzo inusitado, cual si fueran hijos.
   Ciego mis pupilas y permito que ella me tome de la mano y me arrastre. Que me posea y se haga dueña de mi cuerpo y de mi alma por un momento, como tantas veces hizo. Me siento ante el piano y mi blusa resbala por mis hombros, deslizándose hasta mi cintura por voluntad propia. Un escalofrío me eriza el cuerpo al posar mis dedos sobre las teclas, que se han tornado cálidas para mí. Y toda la magia que inunda la habitación se concentra en la simbiosis maravillosa que acabamos de crear, yo haciéndolo resonar como nunca, alentándolo a invadir de acordes melodiosos mis sentidos y el aire que los envuelve, y él brindándome un instante de felicidad al responder a esta habilidad prestada por Jana de la que yo carezco y que siempre deseé tener. Unas manos rodean mi cintura y me abrazan. Su aliento a mi espalda rocía mi nuca. Me besa. Y una emoción se desborda y me hace llorar cuando los labios de Julio, impregnados de amor, ascienden hasta mi oído para susurrarme que es un placer escucharme tocar.
   Entorno la puerta al salir, no quiero cerrarla. No quiero. Recorro el pasillo dejándolo todo atrás, sin volverme para mirar. Y una luz intensa me despierta del estado de sonambulismo en el que me encuentro y que ha provocado este sueño tan extraño. Tan real.
   Tan vívido y... angustiosamente real.

15 jun 2015

CRÓNICA DE LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID: UN DÍA MUY ESPECIAL.


   Nada esperaba que me viniera de vuelta en este mundo de la escritura en el que he estado hasta ahora, porque nada buscaba cuando empecé. No había etapas, no había metas, solo esa especie de liberación personal que te reporta el dedicarte a lo que te gusta, el ocupar ese tiempo libre -aunque sea muy escaso- en lo que te llena, te enriquece y te ayuda a sobrellevar esas otras obligaciones a las que no queremos o no podemos renunciar y que terminan cansando por tratarse de una imposición. Y cuando a nada se aspira, cuando nada constituye una expectativa por cumplir, cualquier pequeño logro conseguido en la cuesta de ascenso es un deleite, un gran disfrute para la mente y para el corazón.
   Si alguien me hubiera dicho hace apenas dos años que en este 2015 iba a estar firmando en una caseta de la Feria del libro de Madrid lo habría tachado de iluso total.
   No quiero extenderme haciendo un balance de lo que ha sido este tiempo, sino decir que el sábado se dieron cita, de forma acumulada, toda una serie de imágenes, encuentros, sensaciones, sentimientos, emociones, incluso conversaciones interesantes a nivel literario y personal que ya atesoro como algo grande. Estar en Feria del libro no fue solo una cuestión de firma, de venta de libros, fue mucho más.
   Siempre he dicho que las relaciones humanas son para mí una fuente de inspiración, de aprendizaje, de experiencias y de diversión, cómo no. Y el sábado las hubo en cantidad. 
  
Comencé encontrándome, sobre la una y media, con mi gran amiga y escritora Mayte Esteban donde nos habíamos citado de manera improvisada, porque ese fue el gran acierto del día, dejar que todo fluyera como el destino lo deseara, ¡y qué bien se portó con nosotras! Nos adentramos en la feria con la intención de saludar a Víctor del Árbol, yo no quería dejar pasar la ocasión de felicitarlo personalmente por su "millón de gotas" -un novelón como la copa de un pino que merece estar en la cúspide como está-, ni dejar escapar la posibilidad de hacerme con un ejemplar firmado de "La tristeza del samurái" (que Mayte consiguió para mí) para poder seguir disfrutando de su buena literatura. Y allí, a pie de caseta, nos encontramos a Concha (blog De lector a lector), que muy amablemente nos invitó a unirnos a un grupito de blogueras saladísimas a las que ya conocía a través de las redes y que me encantó conocer personalmente, porque me lo pasé genial con sus golpes de humor, su desparpajo, sus comentarios literarios y con esa morcilla patatera que Ángela León trajo de su tierra y que nos zampamos sentadas bajo los árboles como si estuviéramos de picnic. 
 A ello siguió una comida en La Tagliatella en la que seguimos riendo y charlando como cotorras hasta la hora de mi firma en que salí corriendo como la Cenicienta (aunque sin perder el zapato) para poder llegar a la caseta a las cinco y media. Y allí comenzó otro desfile de gente guapa a la que me alegré muchísimo de ver, con la sensación extraña y hasta irreal, aunque muy especial, metida en el cuerpo por estar sentada dentro de la caseta: las amigas blogueras -las de la morcilla- que volvieron a verme y a hacerse una foto conmigo que guardaré siempre (Ángela Leon, Manuela Martín, Concha Fernández, Teresa Seshat, Margalida Ramon y Mayte Esteban); Marina Collazo Casal (ese encanto de mujer detallista como nadie y dispuesta siempre a empujar nuestras obras en las redes y donde haga falta); Pablo Manrique, con su mujer y su hija (ese amigo y poeta capaz de crear y dedicar de manera altruista sus poemas a quien se los pida); mi gran Yolanda Rocha Moreno (a la que me alegré muchísimo de ver, tan madrecita, tan achuchable, tan cariñosa conmigo como siempre), acompañada de Pepe Hervás (otro amigo que nunca falla y que ha estado acompañándome en cada ocasión en que he acudido a Madrid por motivos literarios); Mercedes Gallego (una gran escritora que estuve encantada de conocer personalmente y de la que recibí halagos que me sonaron a gloria al venir de ella, que domina las letras); la gran Mónica Gutiérrez (tan dulce y tan encantadora como ese hotel en ninguna parte del que es dueña y con la que me gustó muchísimo charlar y compartir impresiones tanto en el rato de la firma como después, tomando un refrigerio y descansando los pies en un kiosco de El Retiro); y no quiero olvidarme de mencionar a Pilar Pérez Martín (con la que al final no pude coincidir por un malentendido horario, pero que es como si hubiera estado porque sé que lo deseaba de corazón y que lo intentó). Y fuera del entorno de face, a mis tíos (hermanos de mi madre) a los que no esperaba y que me emocionó ver allí, acudiendo a su edad hasta el recinto solo para saludarme; a mi sobrina, a su chico y toda la familia de su chico que son un verdadero encanto; a la representación de Maidhisa (la distribuidora con la que firmaba) que me hicieron sentir como en casa, como si los conociera de siempre) y por supuesto, a los lectores anónimos que se acercaron por la caseta también. Me traje el cariño de todos ellos, sin excepción, y todavía lo tengo a ras de piel. Firmé, pero aunque no lo hubiera hecho, tan solo por ello hubiera merecido la pena ir.
   Vi a escritores con cola para estampar su dedicatoria, a otros algo más solitarios pero con la misma ilusión, a muchísima gente compartiendo espacio y una misma afición: las letras en todas sus vertientes. Y me encantó. Se que me repito, ¡pero es que me encantó! Intercambiamos opiniones, risas, charla, libros, sueños..., y hasta me regalaron una escoba de bruja para volar hacia ellos y  alcanzarlos mejor :) 
     El día terminó con un colofón perfecto: una vueltecita por Madrid con dos grandes amigos que se han convertido también en padrinos de mis andaduras madrileñas, dos amigos forjados en las redes que han traspasado con creces ese umbral de los comentarios superficiales o de cortesía para pasar a forma parte de mi vida hasta adentrarse en lo personal, al igual que yo en las suyas, y que demuestra que la distancia no es óbice para encontrar apoyos de los fuertes, de los que te ayudan a seguir avanzando. Hablo de mis segovianos Alberto y Mayte (vale, sí, ya sé que tú eres segoviana de adopción, que en realidad eres de Guadalajara :) ). Con ellos, después de cenar en familia, tuve ocasión de pasear por la zona centro de Madrid y de visitar La Central -qué el destino quiso que estuviera abierta a las doce de la noche para que yo pudiera verla-, una librería emblemática para mí porque aparece varias veces en mi novela, como escenario en el que Jana y Julio tienen algunos encuentros con diálogos muy significativos para el tema de fondo que subyace a la trama. 
    Qué más deciros. Que al volver a casa no podía dormir.
      Porque yo fui a la Feria del libro de Madrid con un pensamiento muy claro en la cabeza.
Y las emociones, esa noche, me desbordaron.
   Aún siguen. Desbordándome y confundiéndome, a partes iguales. Pero benditas sean, porque ellas son las que me recuerdan a diario que estoy viva. 

   Gracias por ese día. A todos los que, de una forma u otra, presentes o ausentes, contribuisteis a hacerlo tan, tan especial. Y tan significativo.
   Gracias a mi familia que me empujó desde casa y, en especial, a mi marido, que se quedó en la retaguardia velando por que todo siguiera funcionando con normalidad.

   Y gracias a todos los que me habéis acompañado a lo largo de estos cuatro años.

   Un beso enorme!!


   Pd. Me he tomado la libertad de coger las fotos publicadas en face, propiedad de las protagonistas de ese día, y en las que me han etiquetado. Si alguna de ellas no desea que aparezcan, las retiraré en el acto. Gracias por inmortalizar todos estos momentos.  


10 jun 2015

"DESCUBRIENDO A VALENTINA" de MARA MACBEL.

SINOPSIS
Cuando descubres que tu vida no es todo lo que podría llegar a ser; cuando piensas que no estás sacándole todo el jugo que podría tener... entonces tienes que reconstruirlo todo y, en especial, reconstruirte a ti misma.
Valentina ha temido esa decisión durante los últimos años en los que ha estado viviendo una vida que a priori debía pertenecerle, pero con la que jamás se ha sentido completa.
La aparición de una persona, extrañada pero no extraña, le ayudará a dar el paso idóneo para despertar en ella su parte más intima y más real: su verdadera identidad, anulada durante el tiempo suficiente como para que esta resurja con la fuerza necesaria para afrontar su futuro inminente.
El apoyo de sus amigos será indispensable para no desviarse del camino trazado, para no tropezar y para huir de las incertidumbres.
Pero, ¿para levantarse, no es necesario caer anteriormente? ¿Y si el camino trazado fuese el primer desvío hacia la verdadera felicidad de Valentina? 


    Nunca suelo poner títulos a las entradas de opinión, tan solo el de la novela y el de su autor o autora, pero si en esta ocasión tuviera que hacerlo este sería indiscutiblemente: "Descubriendo a Mara MacBel", imprimiéndole un matiz positivo y "sorpresivo" a tal descubrimiento.
   Cuando Mara MacBel (Maca Ferreira, en mi face y en su casa) anunció que publicaba "Descubriendo a Valentina" me sorprendió, no porque la viera incapaz de hacer algo así (lo hemos hecho más de un@), sino porque no conocía su faceta de escritora. Y fue tal la ilusión con que la vi ante su novela que no dudé un solo segundo en que la compraría para empujarla y... ¿leerla? Pues sí, para leerla encontrara lo que encontrase, desde un bodrio total y absoluto hasta un novelón que no tuviera nada que envidiarle a los best-seller del momento; pero con mi miedo inconsciente a tener que hacer lo que estoy haciendo en este preciso instante: dejar constancia escrita de mi opinión sincera. Porque yo no sé mentir, ni halagar los oídos de nadie si no pienso realmente lo que estoy diciendo. Ni aunque se trate de mentiras piadosas, que considero que en literatura hacen un flaco favor si lo que una quiere es mejorar aprendiendo de los errores. Pero respiré. Digamos que mis temores y mi grado de contención de aire fueron menguando progresivamente a medida que iba avanzando a lo largo de sus páginas, sin que fueran necesarias muchas de ellas para concluir que la novela se leía muy bien.
   He de hacer aquí un inciso para recordar que es muy fácil dejarse llevar por los gustos personalísimos de cada cual a la hora de hacer una valoración, lo cual me parece que es obrar de una manera demasiado subjetiva (aunque toda opinión tenga siempre algo de subjetividad). Creo que no debemos perder de vista que el hecho de no ser asidua de un determinado género o temática -incluso estilo narrativo o argumental- a la hora de elegir lectura no tiene por qué restarle puntos positivos. Hay que medirla dentro de su "contexto" y en función de los ingredientes propios de ese género en el que se encuadra. Y en ese sentido no voy a negar, como ya lo he hecho alguna vez, que me siento conquistada por las novelas profundas, con reflexiones que tocan la mente y el corazón, que nos hacen pensar, sentir, emocionarnos, incluso con tramas más complejas que ofrecen diferentes hilos argumentales despertando mi interés. Pero sé que la literatura no se reduce a eso, en absoluto. Sé que la literatura también es entretenimiento, diversión, ratos de evasión, de sueños conquistados a través de sus personajes, de recreacion de paisajes y vidas idílicas... Por eso no podré catalogar nunca una novela como mediocre si cumple con esta función y no aquella que yo siempre persigo; sería no solo una injusticia por mi parte, sino también un error. Eso sí, que esté bien escrita es un requisito indispensable, porque la literatura es un arte se cuente lo que se cuente y como se cuente, y exige una narrativa mínimamente digna, sin excepción. Y la de Mara MacBel lo es.
   "Descubriendo a Valentina" es una novela de corte romántico-erótico desenfadada, contada en primera persona por ella misma con un tono hilarante y muy ocurrente, aunque se permite rozar la emotividad cuando deja entrever sus reflexiones en relación con los conflictos que el amor genera en su vida tras un matrimonio fallido y sus nuevos intentos de rehacerla. Al leer la historia, pero sobre todo por la forma en que está escrita, me ha recordado el estilo de "El cuaderno de Paula" de Sara Ballarín o la saga de Valeria ("Valeria en los zapatos", "Valeria en el espejo"...) de Elisabet Benavent, y tengo que decir -según mi opinión personal- que el estilo de Sara MacBel en "Descubriendo a Valentina" nada tiene que envidiar a las que acabo de mencionar, que os recuerdo u os lo digo -por si no lo sabéis- que son novelas publicadas por Editorial Suma de letras. Tan solo le ha faltado aportarle algo más de profundidad a la trama, pero tampoco tanta, no os creáis.
   Construye su autora unos personajes coherentes, acordes al cariz de la novela: muy actuales, liberales en sus relaciones y en el amor, divertidos, centrados y algo aniñados -casi a partes iguales-, pero que nos hacen pasar un rato de lectura muy agradable con su desparpajo, su sentido del humor y su forma peculiar, a veces, de afrontar las situaciones dentro de una trama que no tiene grandes pretensiones, pero que mantiene el interés por seguir leyendo para conocer el devenir de la nueva vida amorosa de Valentina -a caballo entre dos amores de naturaleza distinta- y su lucha a la búsqueda de su propia identidad como mujer, sin obviar algún que otro giro sorpresivo que adereza la historia para alcanzar un mejor regusto final.
   No hay romanticismo empalagoso ni demasiado edulcorado, solo en dosis justas que nos permiten interpretar que sus protagonistas, además del sexo y de la atracción física  hacia el otro género, también sienten que el amor les resulta necesario en sus vidas, persiguiendo la combinación de ambas cosas si es posible. Y hablando de sexo... No he encontrado que las escenas eróticas rocen lo soez o lo burdo, ni siquiera que la carga erótica desplegada en ellas merezca una advertencia a lectores "sensibles" por lo que en ellas se pueda encontrar. Es más, hasta casi el final de la novela en la que aparece una escena con más carga que en las anteriores, conforme avanzaba leyendo me iba diciendo a mí misma que "Descubriendo a Valentina", más que ser catalogada como novela erótica debería serlo como "novela romántica subida de tono", porque aunque en ella se da cita el sexo explícito y detallado no considero que el contenido de estas escenas escape en demasía a lo que el común de las parejas pueda practicar en la intimidad de su alcoba (o donde sea), con lo cual, a las alturas del siglo que estamos viviendo no creo que se pueda espantar nadie por leerlas; no digo con ello que produzcan deleite a cualquier lector, por supuesto, pero rechazo tampoco. Reitero que no me han resultado burdas en su descripción ni soeces en su lenguaje y resalto no solo el tacto con el que la autora las ha descrito, sino el acierto de hacer extensivo a estas escenas el tono hilarante y ocurrente al que me he referido al principio, aligerándolas así de peso y consiguiendo que el lector ylas sienta como naturales, espontáneas y muy reales, propias de la vida cotidiana de cualquier mortal que no haya hecho voto de castidad :)
   Resumiendo, Mara MacBel nos descubre a Valentina en una novela de fácil lectura, con diálogos ágiles cargados de notas de humor y personajes humanos, reales, con los mismos defectos, virtudes y conflictos que tenemos todos, lo cual nos hará sentirlos como cercanos. Una novela que será una elección perfecta para l@s amant@s de la romántica en general y en especial para aquellos que también gusten de disfrutar de una erótica explícita y bien escrita, que les hará evadirse y pasar un rato divertido y de lo más entretenido, permitiéndoles incluso emocionarse en algunos de sus pasajes al ponerse en la piel de sus protagonistas. 

   Felicidades, Maca Ferreira! Esta opera prima marca el comienzo de lo que puede ser un camino mucho más largo. Prometes. 

Lecturas 2018.

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