2 oct 2013

RELATO: "DESEOS DE FICCIÓN"

   Raquel abre los ojos con la respiración entrecortada, un golpe metálico la ha extraído del sueño excitante en que se hallaba inmersa. Tenues rayos de sol se filtran a través de la persiana, bañando de claroscuros su cuerpo apenas cubierto por su ropa interior de satén. Con lentitud, extiende la mano, palpando el lado derecho de la cama para buscar a David y continuar con él lo que en su sueño acababa de iniciar con un extraño provocándole un resquicio de humedad entre sus piernas. Está vacía. Las sábanas frías y el murmullo procedente de la cocina revelan que él se encuentra allí desde hace rato, dando una mano de pintura al techo como habían acordado el día anterior.
   Notando aún los pálpitos en la sien, se incorpora y se dirige al baño descalza, dedicándose unos minutos para observarse de arriba abajo en la luna del espejo. Su cuerpo estirado por las horas de sueño luce unas curvas trazadas con exquisitez que no duda en exponer aun más bajando ligeramente los tirantes estrechos y la tela del sujetador semitransparente y desplazando los bordes externos de su pequeña braga para adentrarla entre sus nalgas, prietas y redondeadas. Alborota su cabello con los dedos y pone unas gotas de perfume a ambos lados de su cuello permitiendo que resbalen hasta impregnar sus pechos, y retoca la máscara de sus pestañas y la línea negra pintada en sus ojos desde la noche anterior.
   Sus pasos sigilosos le permiten postrarse en el quicio de la puerta para observar la silueta escultural de David encaramada en la escalera, antes de que él se percate de su presencia. Vislumbra con detalle sus muslos bronceados, el centro de su deseo enmarcado por las costuras adicionales de sus boxers ajustados y los trazos de su musculatura fornida y atrayente aflorando por su vieja camiseta sin mangas y de largo recortado. Ella abre los ojos con el deseo encendido, incrementado ante la visión de unas diminutas gotas de pintura que, salpicando su pelo, le infieren un atractivo aún mayor de maduro interesante.
   Raquel carraspea para hacerse notar. En un derroche de sensualidad se recuesta sobre el marco de la puerta y muestra su exuberancia con los labios entreabiertos, humedecidos por el pasear constante de su lengua. Los ojos de David se posan sobre ella y su boca esboza una sonrisa acompañada de un "buenos días" apenas perceptible; ha perdido la voz al verla acercarse con mirada libidinosa, envuelta en el dulzón aroma que tanto lo excita. Hace amago de bajar, pero Raquel lo retiene mientras le ordena con mirada lasciva seguir pintando. Él vuelve a izar el rodillo embadurnado de blanco con la concentración perdida, mientras ella se coloca al pie de la escalera frente a él, sorteando el puente metálico para poder desplazar sus manos con libertad plena y ascender con suavidad por la cara interna de sus muslos hasta el nexo de unión, que comienza a tornarse prominente ante las caricias y la estampa turgente de Raquel que puede verse desde lo alto. Sus dedos femeninos inician bajo la tela flexible con destreza la búsqueda de una piel aterciopelada cada vez más estirada y recorren su largo contorno una y otra vez con sus yemas entrenadas. La respiración acompasada de David comienza a alterarse ante la excitación de su sexo y la mirada provocativa de Raquel, que no está dispuesta a parar.
   David suelta el rodillo en el interior de la lata y se agarra momentáneamente al arco de la escalera para desprenderse de sus bóxers con agilidad. Y permanece inmóvil, de pie sobre el último peldaño, con sus caderas a la altura del rostro de Raquel que ya ha comenzado a acariciar efusivamente sus nalgas aproximándolo a ella. Él inspira, retiene el aire y exhala una bocanada al notar el roce de sus rodillas con los pechos desnudos de su chica, y su sexo enarbolado perdiéndose en su maravillosa oquedad oscura.
   Sintiendo alterado el equilibrio y ante el deseo de dar ocupación a sus manos ociosas, David detiene la acción por un momento y baja, apartando la escalera con brusquedad, rodea a Raquel por la cintura y la oprime contra su cuerpo deslizando las manos por su espalda, por su vientre, pellizcando sus senos con fuerza hasta sentir el deseo irrefrenable de poseerla allí mismo.
   En un impulso desbocado, agarra la braga y la desgarra lateralmente haciéndola caer al suelo, la obliga a abrir las piernas y posando ambas manos bajo sus nalgas la eleva hasta colocarla a horcajadas sobre sus caderas. Raquel, excitada, rodea su cuello con los brazos y lo besa con furor, mordisqueando sus labios, explorando su boca con ansia, mientras él camina con ella hasta la encimera donde la deja caer. La frialdad del mármol, en contraste con el calor de su sexo, la estremece erizándole la piel. Ella se retrepa hacia atrás y abre aún más las piernas esperando recibirlo, mirándolo a los ojos sin musitar palabra, ahogando los gemidos que sin lugar a dudas vendrán después. David la observa complacido y desliza las manos por su cuello, por sus senos, por su cintura y por sus caderas, hasta tirar de sus piernas para colocarla al borde de aquel improvisado asiento con la intención estudiada de dejar accesible el camino por el que adentrarse en ella con ímpetu sublime, hasta alcanzar el éxtasis en una exhalación conjunta.
   Él permanece de nuevo inmóvil unos minutos, sin salir de aquella entraña cálida que lo acoge, con el sudor enfriando sus cuerpos y a la espera de recobrar el aliento y recuperar en parte el compás de la respiración. Raquel recorre con sus uñas largas y esculpidas las vertebras excitadas de David, sus dorsales torneadas, sus bíceps aún tensados, la nuca postrada al reposar la cabeza sobre el hombro. Un nuevo vaivén comienza con sutileza; un nuevo arranque a velocidad lenta que amenaza con tornarse acelerada de un momento a otro, no sin antes hacerla bajar de donde está sentada para girarla hacia la pared, y que la mirada de David alcance a ver ahora su espalda y sus nalgas en cada uno de sus arrebatos.


   Cierro el libro y tomo aire, este capítulo ha sido lo más. Me avergüenza decirlo, pero estoy excitada, nunca había leído erótica por considerarla obscena, pero esta historia romántica me tiene absorbida imaginando un sueño que quiero reproducir en mi vida ahora que la madurez ha revolucionado mis hormonas y tengo la libido a flor de piel. Voy a dejarme de ñoñerías, de practicar este amor de aguas calmas como si fuera un vejestorio sin atractivo alguno, mi vida pide a gritos un soplo de aire fresco. Quiero sorprender a Pepe, vivir con él experiencias nuevas que nos exciten, como a los protagonistas de estas novelas que tengo intención de seguir leyendo.
   Agudizo el oído y escucho un sonido metálico procedente de la cocina. ¡Esto no puede estar pasándome a mí! Pepe se ha decidido por fin a cambiar la maldita bombilla que me recuerda a una discoteca de feria cuando cocino. ¡Esta es mi oportunidad!
   Doy un salto de la cama y me adentro en el baño con el corazón bailando. Enciendo los halógenos dispuestos en el techo y recibo una lluvia de luz que me ilumina el cuerpo, y los pliegues y arrugas que habitan en él… también. Me observo por mitades en el espejo de la pared con el nuevo conjunto de lencería burdeos que compré en el merca tres días atrás. No queda mal, aunque en mi caso, las curvas de mi cuerpo se asemejan más a los escalones del porche que a las líneas exquisitas de la prota del relato. Me estiro lo que puedo para evitar los surcos que dividen mi abdomen en franjas horizontales y acomodo mi braga para parecer más sensual, pero no encuentro el lugar perfecto donde acoplarla, tal vez sea demasiado pequeña: el rebrote de grasa que rodea mis caderas aflora igualmente la ponga donde la ponga, por lo que decido reliar el borde y adentrarla entre mis nalgas para exhibirme sexy, dejando al descubierto los hoyuelos que alguien bautizó con mucha bondad como piel de naranja, y que están metamorfoseando a cráteres del Vesubio a paso veloz. Pero no me importa, me consta que a mi Pepe le gusta mi culo; él dice con voz de encanto que así blandito se coge mejor.
   Espeso mis pestañas con algo de rímel y pinto mis labios de rojo pasión. Deslizo los tirantes del sujetador, aparto la blonda, humedezco mis senos con unas gotas de mi perfume más preciado (el único que tengo) y avanzo con paso sexy y la respiración cortada para mantener el tipo hasta dejarme caer en el quicio de la puerta con pose insinuosa. Pepe está a lo suyo y no me ve. Carraspeo para llamar su atención y siento un cosquilleo nervioso por el cuerpo, una mezcla de rubor y excitación ante lo que será la mirada y las primeras palabras de Pepe cuando me vea.
  —¡¡Niña, joder, que te van a ver los vecinos, que está todo abierto!!” –exclama él, mirando hacia la terraza como un poseso.
   Ignoro su comentario; ya estoy acostumbrada a esos celos que tanto me gustan y que me hacen sentir solo suya. Lo miro de arriba abajo y mi pulso se acelera: los remolinos de su pelo cano, su rostro anguloso con barbita de ocho días, su pecho mullido donde arrebujarme para dormir, el flotadorcillo que protege la tableta de chocolate para que no se derrita, sus muslos velludos con caracolillos perfectos..., y los slips ausentes bajo el corto pantalón deportivo que lleva puesto, cuya redecilla recoge mi fuente del placer como  un nido de ave.
   Avanzo con hambre de sexo hacia la escalera en la que está encaramado. El plafón de cristal se resiste y eso me da tiempo para imitar a mi admirada Raquel recorriendo los muslos de mi marido hasta adentrar las manos bajo la tela del pantalón con todo el erotismo de que soy capaz.
   —¡¡Coño, que manos más frías tienes!!
   Su exclamación me asusta, pero continúo, metida en mi papel de hembra erótica. Los bordes de la redecilla están clavados en sus ingles, por más que intento no puedo introducir los dedos para acariciar su sexo, así es que, sin perder mi sonrisa lasciva deseosa de correspondencia, comienzo a masajear su entrepierna para insuflarle la sangre que noto que le falta aún.
   —Niña, estate quieta —dice con la vista clavada al techo intentando encajar la bombilla nueva sin conseguirlo—. ¡Niñaaaaa, mira que este no es sitio, que me va a dar un calambrazo de narices y me voy a quedar tieso, estate quietecita ya!
   Me mira algo sorprendido y sonrío, sin pronunciar palabra. Dispuesta a seguir con mi empresa, tiro hacia abajo de la prenda que lleva puesta para liberar el falo que me vuelve loca. No hay manera. La boca comienza a resecárseme de mantener los labios entreabiertos y la sonrisa clavada. El pantalón no cede. Con voz sensual le advierto que no puedo deshacer el nudo que los sujetan a su cintura y que necesito ayuda. La magia del momento se rompe ligeramente durante la lucha encarnizada que aquel nudo de marinero hecho a conciencia nos hace librar. Mis dientes toman el mando y mi respiración se vuelve a agitar cuando por fin cede y puedo deslizar el pantalón corto por sus piernas con lentitud. Su sexo aparece ante mí y me detengo, extasiada. Lo veo moverse con cada pálpito, izándose con esfuerzo en cada pulso hasta alcanzar la horizontal. Lo tengo justo frente a mi rostro, me sudan las manos, no sé qué hacer. No me he visto nunca en tesitura tal y me da cierto rubor acercarme a aquello para engullirlo a plena luz del día. Con mi bloqueo mental no reparo en que he dejado los pantalones de Pepe medio enredados en sus tobillos, trabados en una de sus zapatillas que no los deja salir. Me pongo nerviosa cuando observo que está braceando en el aire para mantener el equilibrio que ha perdido por mi hazaña erótica.
   —¡¡Menuda hostia me voy a dar con tus inventos, María, que este no es sitio, te lo estoy diciendo!! —advierte mientras baja de la escalera blanco como la pared-. ¡Anda, vamos p'allá!
   —No, en la cama no, Pepe, aquí. ¡Tómame aquí!
   ¡Por fin reacciona! Mi marido reacciona y sucumbe a mis encantos sensuales sin dilación. Sigo acariciando su abdomen, su pecho, su nuca, su pelo... Él dirige sus manos hacia mi braga de encaje para bajarla (me estoy clavando el borde de la encimera en la espalda, pero mi excitación sublime no me permite quejarme).
  —¡¡Rómpelas, Pepe!! —le ruego solícita imaginando al espécimen de David haciendo aquello con las bragas de Raquel.
  —¡¿El qué?! —pregunta sorprendido, parando en seco la maniobra—. ¿Que las rompa? ¡Pero si son las nuevas, ¿no te las compraste el viernes?!
  —¡Desgárralas, Pepe! —insisto con los labios secos.
  Mi marido agarra la prenda con las dos manos y da un tirón seco sin éxito. Vuelve a intentarlo mientras me clava el resto de la prenda en la entrepierna con el tirón.
   —¡¡Joder, con las bragas del merca, pues sí que resisten!!
   Hace un tercer intento con fuerza desbocada de gladiador romano mientras yo cierro los ojos por temor a que el hematoma de la costura opuesta se instale en mis caderas durante un mes. Al fin lo consigue y una sonrisa aflora a mi rostro. ¡Lo estoy consiguiendo, estoy recreando fielmente la escena que acabo de leer!
   —¡Me he hecho daño, hostia! —vocifera mirándose los dedos.
   Me apresuro a tomar su mano entre las mías y las acerco a mi boca. Las beso y las recorro con la punta de la lengua para suturar las marcas de la costura. Un escalofrío me recorre el cuerpo, ¡hasta estoy improvisando, Dios! Rozo su miembro y me abro de piernas sin dejar de mirarlo. Tomo sus manos de nuevo y las sitúo bajo mis nalgas.
   —Levántame, Pepe -le ordeno con voz ronca.
  —¡Que yo no estoy pa' estos trotes, María, que estoy muy mal de la espalda. ¿Y si seguimos ya en la cama? —sugiere con un deje de resignación.
   —Venga, Pepe, hazlo por mí, yo te ayudo.
   Flexiono las rodillas ligeramente y me impulso hacia arriba al tiempo que él me sujeta por el trasero. Me encaramo a sus caderas como un chimpancé huérfano, cruzando las piernas a su espalda para no caer, porque noto como me voy escurriendo poco a poco sin remisión. Me apresuro a señalarle la encimera, besándole el cuello con pasión.
   —Ahora, siéntame aquí, Pepe, y fóllame.
   Aquel verbo hecho carne resuena en la cocina como una bomba. Con lo erótico y excitante que queda en boca de Raquel, en la mía ha sonado a pilingui barriobajera sin sentimientos ni corazón. Y yo quiero mucho a mi Pepe, bien lo sabe él. Pero ha debido de sonarle igual que a mí, porque aún sigue mirándome, a pesar de encontrarme ya a la altura casi de sus rodillas con las piernas todavía cruzadas por detrás de él para no terminar de caer del todo. Finalmente, se recompone sin decir nada, mi obscenidad lo ha dejado mudo. Hace un esfuerzo colosal por levantarme de nuevo y con total brusquedad me deja caer de nalgas sobre el mármol de la cocina. Cientos de diminutos pinchazos se clavan en mi piel como agujitas afiladas.
    —¡¡Cago en la madre que parió al niño!! ¡Le he dicho mil veces que recoja las migas de pan de la encimera cuando se haga el bocadillo, y nada, ni caso! —grito enfadada por aquella invasión vaginal de levadura.
   Me bajo de un salto, sacudo las migas y me subo de otro. Las interrupciones... cuanto más cortas mejor. Me alboroto el pelo, sonrío de nuevo como si nada hubiera pasado y desplazo el culo por la encimera hasta colocarme en el borde. Me mantengo erguida (en el primer intento de retreparme hacia atras como hizo Raquel me asesté un golpe en la cabeza con el tirador de la vitrina, ella debía tener la pared libre) y abro las piernas invitando a mi marido a que me posea. Pepe se aproxima entusiasmado, con ojos de deseo encendido (no sé si es por mí o porque quiere que termine ya el numerito de una vez).
   No lo encuentro. El sexo de mi marido se ha perdido bajo la encimera, su metro sesenta no le permite estar a la altura de mi entrepierna para poder encajar nuestras piezas y componer el puzle que tanto ansío. Lo veo empinarse, ponerse de puntillas para ganar unos centímetros de altura, como los perrillos de diferente raza cuando quieren copular.
   —¡Que no llego, María! —dice agobiado.
   —El banquete, coge el banquete pequeño que uso para alcanzar los tarros. 
   Pepe resopla, es un sol. Por más que proteste, en el fondo sólo desea complacerme, estoy segura de que nuestra vida sexual a partir de ahora será distinta, más rica, más excitante, más...
  Su primera embestida evapora mis pensamientos, hace que flote a la estratosfera, que me sienta Raquel, una diosa del Olimpo en brazos de mi Adonis particular, que viva un sueño, que cumpla con mis deseos de ficción sin preocuparme para nada por la realidad.
   —¡¡¡El condón!!! ¡¡Pepe, el condón!! ¡Que no te has puesto condón, Pepe!
   —¡Pero cómo me voy a poner condón si no has parado de decirme lo que tenía que hacer! ¿Ves? Si lo hubiéramos hecho en la cama como Dios manda, habría caído en la cuenta del globito. Pues... tú dirás...
   —¡No importa, sigue, cometamos una locura de juventud!
   —Te recuerdo que la última locura de juventud se llama Lola.
   No escucho lo último que dice, me dejo llevar por sus impulsos desbocados, medidos a conciencia, eso sí, para no caerse del taburete que cada vez cruje más, pero deliciosos. Mi pulso se acelera al compás de sus gemidos de toro de Mihura, sin importarnos las miradas de vecinos envidiosos de nuestra pasión. Hasta que llega al éxtasis y echa el freno con más eficacia que el ABS. Yo aún estoy a medio gas, necesito algo más, dos, tres..., cuatro empujoncitos más. Pero acaba. Se retira exhausto, se baja del pedestal y busca sus pantalones con el cordón destrozado por el suelo de la cocina.
   —Otra vez, Pepe, no te vayas, tómame otra vez  —suplico apasionada.
   —¡Sí, vamos, que te crees tú que esto se recupera tan pronto! Además, son las siete cuarenta y cinco, a las ocho empieza el partido de la Champions y tengo que ir a por cervezas. Esta noche repetimos, ¿vale, pichoncito?



   © Pilar Muñoz Álamo - 2013
      

30 sept 2013

TIEMPO DE CAMBIOS

  La vida no es un camino recto, en él confluyen muchos otros senderos que a veces tomamos con conciencia plena. Otras veces, un impulso extraño nos invita a variar de rumbo sin saber lo que encontraremos al final del mismo, ni lo que nos deparará su recorrido; tanto es así que pienso que no somos nosotros quienes lo elegimos, sino él el que nos engulle para depararnos mil experiencias con las que enriquecernos.


  La escritura siempre me acompañó, pero yo nunca reparé en ella como algo serio, siempre hice oídos sordos a esa capacidad para crear historias y trasladar los pensamientos al papel que muchos otros advirtieron, tal vez porque nunca consideré que aquella fuera una habilidad especial. Mi temperamento y mi forma de ser me mantuvieron -y lo siguen haciendo- bastante más ocupada en observar la vida, las relaciones humanas, el porqué de las actitud de los demás y su reacción ante las experiencias cotidianas o extraordinarias, por la reflexión profunda que intenta dar significado a todo lo que nos rodea, por la psique de quienes habitan en este mundo, por cuestionar las costumbres inútiles o las decisiones condicionadas, por detectar las injusticias sociales que muchos aceptan sin rebelarse. Hasta que un día descubrí, casi por casualidad, que podía hacer partícipe a los demás del resultado de mis elucubraciones, y hacerlo además con tintes literarios convertidos en relato. Aquel fue el comienzo de una aventura que se ha extralimitado a la publicación de “Ellas también viven” para convertirse en una experiencia muy amplia y profundamente enriquecedora para mí a todos los niveles: literario, personal, social, psicológico…, una experiencia que no desearía abandonar, no por aspirar al rango de escritora, sino porque se ha convertido en una forma de vida que intento compaginar con todo lo que ocupa mi espacio temporal y de lo que no deseo alejarme; eso sí, manteniendo siempre el origen y la razón de ser que da sentido a mis escritos: la necesidad de contar y de transmitir un mensaje, por encima de la necesidad básica de conjugar las letras.


  Una novela espera ver la luz, con la ilusión contenida por la responsabilidad de no defraudar a quien desee darme una nueva oportunidad y una cautela desmedida por evitar los tropiezos que ya tuve por ignorancia previa. Pero ante todo, y sobre todo, con el deseo de disfrutar de este nuevo paseo evitando, en la medida de lo posible, los sinsabores que generan las falsas expectativas, las presiones del mercado, los compromisos literarios y la aspiración utópica de querer llegar arriba a toda costa.


  Antes de que ser yo quien se decida a buscarlo abiertamente, me estoy dando tiempo para que sea el camino que debo seguir quien se revele ante mí y me absorba, como ya sucedió tiempo atrás. Y seguir deleitándome no solo con las letras, sino con todo lo que estas traen consigo y que, si cabe, son para mí una fuente de satisfacción aún mayor por todo lo que me reportan a nivel personal.


  Es hora de pensar en un cambio de vestimenta para adoptar un nuevo rumbo y de calzarnos otros zapatos con los que volver a pisar con firmeza el nuevo terreno escarpado que nos espera.

26 sept 2013

¿CREES QUE ERES LIBRE?

  ¿Os habéis detenido a pensar alguna vez cuántas de las cosas que nos rodean, cuántas de las experiencias que vivimos y cuántas de las personas con las que nos codeamos a diario las hemos elegido realmente nosotros? Yo, sí. Y he llegado a la conclusión tajante de que la libertad es tan solo un espejismo, una mentira que hemos decidido creer en favor de nuestro bienestar psíquico, porque sentir que no tenemos el control de nuestras vidas provocaría una infelicidad indescriptible y ante todo, destructiva; y la opción alternativa, la de echarle agallas al asunto, nadar a contracorriente y actuar de forma anárquica ante todo y ante todos, tampoco parece una vía plausible tomando en consideración la discriminación y persecución social que quienes lo hacen tienen que soportar, y que en muchos casos llega a poner en peligro su propia supervivencia.

  Siempre he considerado que somos simples peones colocados en un tablero de ajedrez, movidos por los hilos del destino, de la casualidad, de la sociedad en la que nos ha tocado vivir y arrastrados por la marea social que nos absorbe condicionando la mayoría de las decisiones que tomamos en la vida y que nos abren el camino hacia un futuro que, ingenuamente, creemos siempre poder cambiar.

   No elegimos el seno de la familia en la que nacemos, el colegio al que asistimos, los primeros amigos que conocemos... No elegimos la capacidad intelectual que nos facilitará o entorpecerá el aprendizaje, los defectos físicos por los que sufriremos burlas, nuestras destrezas y habilidades innatas que contribuirán a evitar problemas... Tampoco elegimos ya -en un alto porcentaje de casos- los estudios que cursaremos, el trabajo que encontraremos y la calidad de vida que todo ello nos reportará... Ni escogemos el carácter de los hijos que tendremos y que será fruto no solo de nuestro empeño en moldearlo, sino también de la interacción que existe entre la base genética y la influencia del entorno que no podemos manejar siempre a discreción, pero que incidirán sin embargo en nuestro devenir diario de manera contundente.

  Muchas veces he leído teorías e hipótesis que defienden el libre albedrío de las personas a la hora de trazar su camino en la vida. Pero, ¿realmente existe? Yo creo que tan solo está presente en detalles tan pequeños y en decisiones tan insignificantes que ni siquiera lo puedo considerar libertad. Decido por mí misma con quien me caso, a quien uno mi vida; pero si la cosa sale mal, ¿de verdad puedo sacar las maletas en cualquier momento y hacer borrón y cuenta nueva?, ¿o el sufrimiento de mis hijos, mi carencia de recursos económicos o incluso la amenaza de muerte de mi marido me impedirán marcharme aun siendo esto lo que yo deseo? Mi vocación innata hace que decida ser psicóloga de profesión, pero ¿mis notas en selectividad me permitirán cursar la carrera para poder ejercerla?, ¿o acabaré sirviendo mesas en una cafetería -sin vocación hostelera- porque ni los estudios ni mi curriculum me permite encontrar trabajo en el gremio que me gusta? Decido tener familia numerosa porque somos seis hermanos y siempre he sentido al máximo el instinto maternal, pero tengo treinta años, estoy en paro y mi pareja en Barcelona, a mil kilómetros de distancia buscándose la vida para poder iniciar la nuestra; ¿de verdad me dará tiempo a tener tan siquiera dos?, ¿y podré mantenerlos o tendré que recurrir a la ayuda de sus abuelos condicionando el futuro de estos y coartándoles su libertad de elección por amor a sus nietos y su compasión hacia mí?

  Pero es que las circunstancias no solo nos arrebatan la libertad para decidir cómo trazar las líneas sobre las que sustentar nuestra vida cuando intentamos elegir nosotros, es que además hasta tienen el descaro de mofarse delante de nuestras narices jugando a retarnos, a engatusarnos con sus propuestas atractivas y edulcoradas para después impedirnos que podamos llevarlas a buen puerto cuando así lo deseamos. Yo jamás me planteé que las letras pudieran formar parte de mi vida. Nunca elegí este camino, ni tan siquiera para pasear; la escritura era una forma más de canalizar mis pensamientos, mis mensajes, un simple canal de comunicación alternativa a la palabra, nada más. El camino se presentó ante mí sin yo buscarlo, y ahora que lo saboreo, que descubro sus colores y la influencia positiva que estos tienen en mi vida, las mismas circunstancias personales que lo pusieron ante mí, ahora me impiden poder seguirlo. ¿Qué se hace cuando el tiempo no permite concesión alguna para dar rienda suelta a la inspiración? ¿Qué se hace cuando no se puede prescindir de un trabajo que te da de comer y te absorbe la mitad de la jornada? ¿Qué se hace cuando no se puede -ni se quiere, por un sentimiento indiscutible y por responsalidad adulta- dejar a un lado a la familia para esbozar unas cuantas letras a diario? El deseo está ahí, la capacidad de elección también, pero la libertad plena y absoluta para poder llevarla a cabo, no.

  Podría seguir enumerando ejemplos hasta el día del juicio final: el de aquellos que eligen la senda literaria con el deseo de transmitir y llegar al corazón de los demás haciendo filigranas preciosas con las palabras e invirtiendo en ello su esfuerzo y sus ilusiones, y acaban perdidos en el entramado del mercado de las letras sin control alguno sobre sus propias obras por tener que ajustarse a las pautas marcadas por editoriales a las que no les mueven ni por asomo los mismos intereses; la del bloguero amante de la lectura que pierde el interés por compartir impresiones con sus afines al sentirse indirectamente coaccionado por la forma de proceder de los demás; el amante de los deportes que ve en su práctica la válvula de escape al hastío de su vida cotidiana y al estres laboral y ha de abandonarlos para siempre por una dolencia física que le impide hasta ponerse en pie; el del poeta de sensibilidad sublime que quiere ser trovador de la belleza y ha de guardársela para sí mismo porque nació en la época equivocada, porque el romanticismo ya es cosa del pasado y ahora lo que priva son los mensajes de correo electrónico y el whatsapp; el defensor de lo justo que creyó nacer para cambiar el mundo y ha terminado apaleado, insultado, rechazado y al final, resignado ante el entramado político imposible de sanear.

  Tengo la impresión de que nuestra misión en la vida es aprender, aprender y aprender, basándonos en las experiencias y en las relaciones sociales que factores por completo externos han trazado para nosotros, como si fuéramos marionetas moviéndonos en un mundo de locos. Y con la libertad justa para elegir entre un dulce o una tostada, entre una novela histórica o de género erótico, entre teñirse de rubio o en color caoba... Y aun así, si ante cualquiera de estas minúsculas y anodinas elecciones nos paramos a reflexionar a fondo, tampoco estoy segura de no haber elegido el dulce por cuidar la estética de nuestro físico, el tinte rubio para no escuchar que carecemos de inteligencia y la novela erótica por temor a que nos cataloguen de "salidas" o de mujeres fáciles.
  Por mucho que intente rebelarme, hay días en que me siento presa, como un pájaro en libertad con las alas cortadas, víctima de las circunstancias y sometida al yugo de muchas necesidades creadas por nosotros mismos, un sentimiento que contradice a quienes se empeñan en asegurarme que somos dueños absolutos de nuestra propia vida. 


  ¿Y vosotros? ¿Sentís que sois libres?

22 sept 2013

"MALDITA" de MERCEDES PINTO MALDONADO

   No creo que pueda decir nada de Maldita que no se haya dicho ya. De hecho, considerando los comentarios que ya tiene en Amazon hasta he llegado a sentir cierto complejo, porque creo que debo ser más o menos la última en leerla :). Pero es que me ha gustado, mucho, y necesito decirlo de forma clara, por lo que he decidido pensar en voz alta -como ya es habitual en mí- y autoescuchar lo que sus páginas me han suscitado, lo que han traído a mi mente a lo largo de su lectura para así rendirle homenaje aunque solo sea ante mí misma.

   Hace tiempo que comencé a leer esta novela, y he tardado en terminarla más del que hubiera querido (no tengo a Cronos como aliado, y últimamente menos). Sin embargo, he de decir que a pesar de la brevedad de mis sentadas, Maldita ha conseguido engancharme por completo desde sus primeras páginas; la imagen de Adela sentada en su mecedora frente al ventanal de su dormitorio, sola, haciendo nada, y la decisión autoimpuesta de su marido de no dirigirle palabra ni atención alguna me pareció un comienzo muy potente que despertó mi curiosidad por conocer el porqué de todo ello de forma automática, como supongo que ha debido ocurrirle a otros muchos lectores más. A partir de ese comienzo, me he sorprendido a mí misma decenas de veces lamentando (con ofuscación) no poder seguir leyendo, sin que los personajes -a los que he ido conociendo a pequeños ratos- ni la acción que transcurre en ella se perdieran por mi mente en ningún momento.
   No tengo la sensación de que Mercedes Pinto se extendiera en exceso recreando la ambientación en la que se enmarca la historia, que haya aportado detalles minuciosos del entorno que trasciendan mucho más allá del lugar en el que van transcurriendo los hechos. Y sin embargo, ha conseguido transportarme con eficacia y con rapidez, trayendo a mi mente la imagen de los grandes cortijos andaluces anclados en fincas y latifundios repletos de jornaleros trabajando por y para el señor de las tierras, terratenientes de reconocido prestigio social que gozaban de muchos derechos gratuitos aportados por su rango y que, tal y como ocurre en Maldita, no dudo que utilizaran en beneficio propio cuantas veces desearan masacrando la vida de quienes no tuvieron la suerte de nacer en una familia de noble apellido y de un ostentoso poder ecónomico. Y al igual me ha sucedido con el marco temporal y con las costumbres sociales de la epoca en la que se centra Maldita, perfectamente recreadas a través de la acción y de los diálogos, más que estar basadas en descripciones adicionales en la narración que habrían ralentizado sin duda la lectura de la misma, pero que permiten hacerse una idea perfecta de la forma de vida de sus protagonistas, que no fue otra que la de muchos de nuestros ancestros no tan lejanos.

   He oído multitud de veces que cualquier tiempo pasado fue mejor. A mí no me lo parece. Tal vez porque mi mentalidad va acorde con la época que me ha tocado vivir, o incluso algo más allá, y me resultan incomprensibles la forma de pensar y las actitudes resignadas -o conformes- de quienes vivieron bajo las normas morales o sociales de la época en la que se centra la novela, y cuyos detalles he reconocido y considero de una veracidad absoluta por haberlos escuchado mil veces de primera mano de boca de mis abuelos y en alguna que otra ocasión también de boca de mi propia madre. El "qué dirán", la honra masculina, la moralidad femenina, la importancia de la clase social, la defensa del apellido, la resignación del pobre..., cuestiones todas en las que Mercedes Pinto sustenta la novela con un realismo pleno y que me han hecho ser consciente, aún más, de que no me gustaría haber vivido en una época en la que no existía libertad personal para que cada cual pudiera ejercer sus propias acciones y tomar sus propias decisiones, quedando presas de los convencionalismos sociales y de una falsa moralidad que les obligaba a construir su vida en función de los demás, y soportando adicionalmente las consecuencias ineludibles de las habladurías provocadas por las malas lenguas, los rencores o el deseo de venganza de sus congéneres. Otras tantas veces también escuché decir, en mi entorno de más edad, eso de que "las parejas de hoy en día tienen muy poco aguante", y no dudo que sea verdad, pero Maldita me ha recordado la cantidad de vidas destrozadas que una mala elección a la hora de casarse pudo acarrear y que la sociedad de entonces no permitió romper a tiempo; una elección que en muchos casos ni siquiera fue tomada libremente por los propios protagonistas de ese enlace.

   He vivido cada línea de la novela. Mercedes ha conseguido que me integrara en ella como un testigo de excepción, tocándola como una infiltrada, al igual que con sus personajes, perfectamente definidos, humanos, reales, tangibles. He sonreído, me he enternecido, me he alertado, me he tranquilizado, ¡me he cabreado!... y he acomodado mi regazo muchas veces con la intención de acoger a Lucía desplegando las alas como una gallina clueca para protegerla, y sacando las uñas cuando alguien se aproximaba a ella para hacerle daño. Mercedes me ha hecho empatizar fácilmente con los buenos, odiar a los malos y comprender neutralmente a quienes tenían sus propias razones para obrar como lo hicieron, a pesar de no compartir con ellos una misma forma de pensar. Me ha hecho sentir pena por Adela, a pesar la brevedad con la que aparece en escena. Y me ha hecho encariñarme muchísimo con Lucía, la protagonista fundamental de la historia, a pesar de que en un principio he de admitir que me costó un poquito verla como un personaje real, por su autosuficiencia y su capacidad extrema para desenvolverse sola, y por un despliegue de raciocinio que me sorprendía un tanto que pudiera poseer a juzgar por su edad, aun siendo consciente de la gran inteligencia que su autora le había otorgado. Después pensé -en una de esas muchas reflexiones que siempre hago en mis paréntesis lectores- que tenemos tendencia a compararlo todo con aquello que conocemos, con quienes tenemos cerca y a los que no dudamos en usar de referencia sin ser conscientes de que lo que sucede en cada novela, así como las reacciones y la forma de actuar de los personajes que viven en ella, no tienen porqué adecuarse a los límites de lo que nosotros conocemos de primera mano,  entre otras cosas porque las circunstancias que rodean y que han venido acompañando a unos y a otros en su camino por la vida pueden ser muy diferentes, por lo que resulta difícil adivinar cómo habría respondido un personaje real de haberse visto en una situación extrema como ocurre en este caso, en el que el instinto de supervivencia -que resulta ser infinitamente más poderoso de lo que creemos- juega un papel crucial. Por otro lado, también pensé que la literatura de ficción permite ciertas licencias que no permite la vida real. A partir de ahí, el personaje de Lucía comenzó a calarme hasta los huesos, por su fortaleza, por su alma limpia, por su inocencia, por su templanza y su sabiduría para vivir su vida con inteligencia práctica; al igual que el de Ángel, Herminia o Ana.

   Me ha gustado la historia y la forma en que se desarrolla y me ha gustado la narrativa de Mercedes Pinto, sencilla, cuidada, muy cómoda de leer. Pero no me ha gustado que se acabara tan pronto, me he quedado con ganas de más, he seguido deslizando los dedos unas cuantas veces por el lector a ver si había más páginas que pasar, porque me resistía a quedarme con la "piel de pollo" y con la sonrisa boba con la que me ha dejado el final sin conocer un poco más de lo que acontecerá en la vida de sus personajes. 


   Como siempre, os dejo la sinopsis de la novela, porque me voy por las ramas y casi nunca explico de forma expresa de lo que va. Creo que nadie mejor que la propia autora para transmitírlo.

Corren los años cincuenta y en el seno de una familia adinerada nace Lucía. Llega al mundo pesando apenas dos kilos y cuarto, marcada por la muerte de su madre y rodeada de los secretos, los odios y rencores acumulados de las cinco generaciones que la precedieron. Su padre, un terrateniente que goza de gran poder económico y social en la comarca, la repudia desde el momento en que fue concebida y la condena a vivir el resto de su vida en una casucha. Lucía crece completamente aislada, a merced de la familia de una hacienda vecina, y especialmente de Ángel, un joven muchacho. El encierro hace de ella una criatura especial. Es inteligente, trabajadora y dispuesta, pero incapaz de internarse en el mundo. Ella no lo sabe, pero ha nacido para cumplir una misión: deshacer todos los entuertos que han provocado en aquellas tierras los cinco Diego del Valle que sucesivamente las ocuparon. 


Pd. Espero que Mercedes Pinto me acepte la pequeña broma de haber usurpado su portada :)

 

4 sept 2013

LITERATURA COMERCIAL O DE CALIDAD: ¿EL ESCRITOR TENDRÁ QUE DECIDIR?

    No llevo demasiado tiempo andurreando por estos lares literarios, al menos tratando de deshilvanar los hilos que dirigen un negocio sustentado en la cultura, un negocio con ánimo de lucro que no debería ser tal, pero que desde el punto y hora en que no goza de un apoyo monetario sustancial por parte de las administraciones, es hasta cierto punto lógico que se convierta en lo que actualmente es, una actividad ejercida por un entramado de empresas con una extensa relación de trabajadores en nómina que tienen la sana costumbre de dar de comer a su familia mes a mes, sin obviar la tendencia generalizada y también extendida en otros campos a tratar de vivir lo mejor posible a cuenta de los ingresos de la empresa para la que se trabaja, ingresos que procuran incrementar a base de rentabilizar sus inversiones al máximo, a veces, mucho más de lo debido.
    Nada de esto me resultaría tan reprochable si no estuviéramos hablando del fomento de la cultura. Pero la literatura corre la misma suerte que las demás artes en este país -pintura, escultura, teatro, cine, música...-, la de estar casi por entero en manos privadas que no sienten, ni tienen, -con pequeñas excepciones- la obligación moral de fomentar su crecimiento con una calidad depurada porque no es misión suya "culturizar" a la población, darles la formación educativa e intelectual que debería correr en gran parte a cargo de las entidades gubernamentales. Así es que no sé a quien echarles la culpa de determinados fenómenos que manchan la esencia pura de lo que debería de ser la literatura y que entorpecen que la calidad de ésta florezca y vea la luz como debiera. Porque al igual que nadie reprocha a una entidad o compañía médica privada que no ofrezca todos sus servicios sanitarios de forma gratuita o a muy bajo coste -como sería lógico desde el punto de vista humanitario-, tampoco sé hasta qué punto se puede exigir a una editorial privada que ponga en peligro la subsistencia del negocio por cumplir escrupulosamente con unos estándares de calidad en aquello que publican -en beneficio de una buena formación lectora-, ignorando que la mayor fuente de ingresos a veces proviene de la morralla literaria que muchos acaban leyendo a saber por qué -aunque en muchos casos, lo sospecho-. Aun así, el cabreo que me provoca apreciar de cerca ciertas cosas -que yo, además de incomprensibles, considero injustas- no me lo quita nadie. Pero no solo me provoca cabreo, también produce una batería de preguntas que circundan mi mente en torno al mundo de la escritura, pero sobre todo, en torno al mundo de los escritores y a las tesituras que deben encontrarse a lo largo del camino.
    Los ejemplos que más rápido se nos pueden venir a la cabeza son los de esos famosillos cuya vida y milagros levantan el morbo de miles de lectores y que, con una calidad mediocre (siendo benévola), ocupan en una editorial el puesto que debería asignarse a una buena novela por mérito literario. Pero es obvio que la publicación de ese libro es inherente a la cualidad de "famosillo" del autor o autora en cuestión, con lo cual, si un escritor no es protagonista del papel couché es inútil que se plantee nada a la hora de sentarse a escribir. Pero la cosa cambia cuando el meollo de la cuestión no está en la persona, sino en aquello que se escribe. Cuando la tesitura está en crear una novela muy buena a nivel literario o crear una historia excelente a nivel comercial. Me diréis que deben conjugarse ambas cosas, pero esa es la teoría -y queda muy bonita-. En la práctica, la cosa cambia; no siempre -aunque puede conseguirse, qué duda cabe- la calidad literaria está bien avenida con el atractivo comercial, por lo que suele ocurrir muchas veces algo similar a lo que ya sucede en la gran pantalla, que el Oscar a la mejor película, o las mejores críticas de los expertos cinéfilos, no recaen en las que obtienen al final unos ingresos de taquilla descomunales. Y qué mejor prueba a nivel literario de lo que digo que el fenómeno Grey.
    Ayer, paseando por face y la blogosfera, vi que después de crear una expectación sublime con miles y millones de apuestas en torno a los actores que protagonizarían la película, por fin se habían desvelado los nombres. Pero no fue eso lo que me extrañó, sino que al teclear "50 sombras" en Google aparecieran decenas y decenas de entradas de medios de comunicación ofreciendo la misma noticia en un mismo día: prensa escrita, televisión, webs literarias y blogs en general, una cobertura mayor -se me antoja- que la del Premio Cervantes o el Premio Novel de Literatura. Junto a ellas, otras que informaban de que su autora era la escritora mejor pagada de 2013 y que había hecho incrementarse los ingresos del grupo que la edita en cuatro millones de euros. Todo un fenómeno al que no encuentro una justificación plausible, porque su narrativa no goza de calidad literaria, su historia tiene tintes románticos como en muchísimas otras historias, su argumento no está mejor tramado que otras miles de novelas y, sobre todo y ante todo, porque el erotismo ha existido siempre en la literatura, y a mi juicio, de mejor calidad. ¿Una buena campaña de marketing? ¿Un buen trabajo de psicología social para eliminar el tabú que ha impedido a muchas mujeres leer erótica antes sin sentir vergüenza? ¿Una novela en la que, antes que pensar en la propia historia, se han reunido los elementos necesarios para crear un bestseller en potencia? ¿Una intención clara de no usar un leguaje o una narrativa pulida para que el libro fuera accesible tanto a las lectoras empedernidas como a las que no lo son, ampliando al máximo la horquilla de mercado? Tal vez un poco de todo. Pero el problema no es ése. El problema es que con él se ha abierto la caja de Pandora para que surja una moda literaria que las editoriales han demandado al máximo para aprovechar la coyuntura actual, y no digo esto porque tenga algo en contra de la literatura erótica, todo lo contrario, lo que me apena realmente es que existieran autores y autoras de novela erótica de óptima calidad luchando por sus escritos y que no fueran ni editados ni reconocidos -cuanto menos leídos- hasta que la señora E.L. James pegó el pelotazo con sus 50 sombras.
    Todo esto no me hace sino pensar en aquellos escritores a los que conozco a través de las redes sociales intentando abrirse camino en este mundo con sus novelas de calidad -en muchos casos-, mediante autoedición o cualquier otra fórmula que se precie, entre las que se encuentra la espera paciente a que una editorial convencional decida apostar por ellos, y también en aquellos otros que tal vez no hayan dado el salto aún, pero que sientan una devoción por la escritura como para desear dedicarse a ella profesionalmente. Casi todos coinciden en un aspecto: dicen escribir para ser leídos, ése es su sentido, su razón de ser; afirman que su máxima como escritores es tener el reconocimiento de los lectores y llegar al mayor número posible de ellos, aunque me consta que muchos quieren hacerlo bien, aportando a la buena literatura su granito de arena. Pero yo me pregunto si en tiempos de crisis como ahora, en los que se busca evitar pérdidas a toda costa, eso será factible. Me pregunto si más de uno no optará, consciente o inconscientemente y movido por las circunstancias, por vender su alma al diablo y escribir en función de las demandas ajenas, centrándose en el fondo más que en la forma, y dejar que sean los grandes literatos de nuestra historia los que sigan gozando de ese reconocimiento mientras ellos intentan abrirse paso a codazos, y sea como sea, para poder comer de las letras todos los días del año. ¡Qué triste!

1 sept 2013

LLEGA SEPTIEMBRE

     1 de septiembre. Fin del periodo estival, de las vacaciones ansiadas en las que hemos puesto la mente en blanco y nos hemos permitido la licencia, tal vez, de estar tumbados panza arriba sin importarnos las consecuencias de lo que pudiéramos hacer, a sabiendas de que al finalizar agosto, como cada año, haríamos propósito de enmienda, nos llamaríamos al orden y dedicaríamos un tiempo prudencial a replantearnos nuestra vida, nuestras metas y los nuevos logros que queremos conseguir a corto, medio o largo plazo. Y es que somos los humanos animales de referencias, de fechas concretas que nos marquen la pauta de cuándo actuar y cómo, que nos den el pistoletazo de salida para virar el rumbo de las cosas: el día de San Valentín, para decir "te quiero" de una forma más profunda; el día de Nochebuena, para acordarnos de que tenemos familia en un pueblecito perdido de Pekín con los que nunca hablamos, pero a la que ese día parecemos querer muchísimo; el día de Año Nuevo, para hacer acto de constricción de cómo nos hemos comportado a lo largo del año y aventurar lo que será nuestra vida en el siguiente; el día del Domund, para hacer alarde de esa solidaridad escondida que simpre tuvimos -ojo-, pero que ahora sale a relucir como una pepita en una mina de oro... ¡Y por supuesto septiembre no podía ser menos! El inicio del curso escolar con sus cuadernos y sus libros nuevos, sus uniformes a estrenar, sus mochilas impecables y la vuelta a la acción del inflexible reloj despertador nos arrastra a todos y a todo. El resurgir de la rutina pesa como una losa y después de un verano desmadrado en el que nada de lo hecho ha sido cuestionado, el septiembre disciplinado resulta ser un momento ideal para desechar los malos hábitos e instaurar lo más idóneo para garantizar nuestro equilibrio físico, mental, familiar, personal o laboral. Y eso implica pensar, hacer balance inconsciente de hasta qué punto merece la pena seguir haciendo lo que hemos venido practicando por inercia en más de una ocasión, y resulta ser la excusa perfecta para desterrar lo que estorba, lo que ya no nos aporta nada, lo que nos produce más quebraderos de cabeza que placer. Resulta la excusa perfecta para quemar etapas dándolas por conclusas y abrir las puertas al aire fresco que a partir de tal momento nos pueda entrar por la ventana, abierta de par en par. 

   ¿Y sabéis lo qué resulta más curioso? Que el temor a dar el espaldarazo a ciertas cosas se evapora como por arte de magia. Septiembre nos vuelve más sensatos, más racionales o tal vez más soñadores. Nos abre un apetito ciego al arte de experimentar, de escapar de la rutina que ya conocemos de sobra. Y no tememos abandonar ciertas cosas en pro de otras porque tenemos la explicación perfecta si alguien osa preguntarnos el porqué de nuestra decisión, una explicación perfecta y bastante convicente: empieza septiembre. Punto. Y es que en esa fecha tenemos tanto derecho a variar el rumbo de nuestra vida de forma sustancial como el que decide que va a dejar de fumar, que abandonará el consumo de alcohol para perder la barriga cervecera criada con mimo durante el verano, que se apuntará a pilates cinco días a la semana para mantenerse en forma física y mental, que iniciará un curso de inglés on-line maravilloso para aprender a hablar en 90 días o que va a construir paso a paso la casa maravillosa de la Mariquita Perez en fascículos coleccionables -cuyo número uno, como todos los demás, sale a la venta, curiosamente, a primeros de septiembre-.

  Y en eso estamos. Porque es tan común y está tan extendido el propósito de cambio, de renovación, de abordaje de etapas nuevas, que cuando cae la última hoja del calendario en la que pone agosto el cuerpo exige un acto de meditación introspectiva imposible de evitar. Y aquél que no lo hace es porque resulta ser un rezagado veraneante que ha decidido caminar a contracorriente y empezar sus vacaciones cuando las terminan los demás, con lo cual, su acto de introspección comenzará en octubre, pero tampoco se librará de él. 

   No sé las consecuencias que todo esto me traerá este año. Le he negado a mi mente la posibilidad de pensar, pero no me ha hecho ni puñetero caso y, como no podía ser de otra forma, ha provocado al instinto que ahora tira de mí y que se empeña en quemar algunas naves que hasta ahora intentaba mantener a flote. 

   Dicen que la naturaleza es sabia y que la intuición a la hora de decidir no suele ser mala consejera. 

   Tal vez la deje hacer. Tal vez arda alguna que otra cosa por ahí. 

   Renovarse o morir, ¿no dicen?

29 ago 2013

RELATO: "AMOR ADOLESCENTE"

   No quiero marcharme de aquí, abuela. Mi madre vendrá a buscarme a finales de semana. Empieza el instituto y sé que debo preparar los libros, los cuadernos, comprar una mochila nueva y algo de ropa, la del año pasado se me ha quedado pequeña y las faldas me quedan demasiado cortas; mamá ya ha empezado a echarme sus sermones sobre la decencia y las apariencias. Bueno..., eso cuando está de buenas, porque cuando se enfada me dice bruscamente que no quiere que me parezca a esas putillas de tres al cuarto que van a clase conmigo. Siempre ha sido demasiado formal; pero tú no eres así, he visto tus fotos atrevidas de cuando eras joven y la he oído a ella y a mis tíos comentar detalles de tu temperamento, de tu carácter rebelde y "adelantado a tu tiempo", una expresión que no he comprendido bien hasta ahora. Por eso te escribo esta carta, no me atrevo a confesarme cara a cara, pero sé que me entenderás y que mediarás entre mi madre y yo para quedarme aquí, al menos un par de semanas más. 


   Estoy enamorada, abuela. Él llegó a principios de verano para pasar unos días en casa de Jose, el chico que siempre aseguré que me gustaba hasta que lo vi a él, a Ángel, con su camiseta negra, los vaqueros desflecados como los que odia mi madre porque dice que son propios de pordioseros, y sus cabellos despeinados cayéndole sobre la cara. Me subió un calor por el cuerpo como nunca había sentido y hasta tuve que esconderme porque no me atrevía a mirarlo a los ojos. ¿Recuerdas que una vez te pregunté qué se sentía cuando estás enamorada? Me dijiste que no hacían falta explicaciones, que sabría reconocerlo llegado el momento. Y qué razón tenías, se me arrugó el estómago cuando pronunció su nombre, y Ana tuvo que darme un manotazo en la espalda para que soltara el mío porque me quedé trabada como una idiota. Él apenas me miró, creo que ni siquiera se fijó en mí, menos mal, porque sentí una vergüenza enorme cuando me empujaron para que le diera dos besos en las mejillas y él puso su mano en mi brazo como un príncipe azul. No te diste cuenta, abuela, pero aquella noche no dormí. No sabía lo que me había pasado, pero sentí que mi vida cambiaba. Y esa misma noche decidí que quería ser otra, me la pasé observándome en el espejo para decidir si era guapa o tan solo una chica del montón. Porque si yo era una chica del montón, Ángel no se fijaría en mí, y el verano se convertiría en el peor de toda mi vida. 

   He venido aquí muchas veces para pensar, y me he tumbado justo donde estoy ahora, bajo los pinos, porque el silencio que hay me deja hablar en voz alta, que es como yo necesito meditar las cosas. Aunque tampoco tengo mucho que meditar, la verdad, solo intento adivinar lo que debo hacer, cómo debo comportarme para enamorarlo, porque es la primera vez que siento algo tan fuerte y me da vergüenza confesarlo... Vale, voy a ser sincera, no me gustaría mentirte: no me da vergüenza, es que no quiero decirles nada a mis amigas porque estoy celosa, abuela. Y porque tengo complejo y no quiero que se rían de mí. Sí, ya sé lo que vas a decirme, que tengo que aceptarme como soy y sentirme orgullosa de mí misma, ¡pero es que no tengo pecho, abuela, y Teresa, sí! Ya se me han subido los colores otra vez, y eso que no estás delante, ¡pero es que es la verdad! No sé por qué tengo que ir tan atrasada. Hace unos días, cuando nos bañamos en el río, Teresa se quitó el bikini detrás de un árbol para ponerse la ropa interior seca y la vi. Vi su cuerpo, abuela. No llevaba relleno en el sujetador, eran sus pechos, que ya han crecido y son redondos y duros. Tenía vello en las axilas, y... ahí..., ya sabes, mucho. Y ya se depila las piernas y se pinta las uñas de los pies. Ana me pilló mirándola fijamente mientras se cambiaba y yo disimulé rápidamente para que no creyera que era lesbiana. Me pregunté si Ana también estaba tan desarrollada como ella, pero en el fondo Ana me da igual, porque Ángel es con Teresa con quien tontea. Y yo aún no tengo nada, abuela, estoy lisa como una tablilla y ahí abajo solo tengo algunos pelitos sueltos que ni se ven. ¡¿Cómo se va a fijar en mí si tengo un cuerpo de niña pequeña?! Sí, también sé lo que vas a decirme, como para no saberlo, con la de charlas que hemos tenido a espaldas de mamá. Sé que la belleza está en el interior y que el chico que esté conmigo debe quererme por mi carácter, no por mi físico. ¡Pero eso díselo tú a Ángel, anda, díselo! ¡Si se le van los ojillos detrás del culo de Teresa, que lo he visto yo! Y ella, la muy..., se contonea y se sonríe porque sabe que lo tiene en el bote. Pero, ¿adivinas lo que más me fastidia de todo, abuela? Que ella no está enamorada de él, sólo quiere presumir y fardar delante de nosotras de que ya es mujer y gusta a los chicos que se proponga, y tú no la conoces, abuela, tú no sabes cómo es. Le gasta bromas, le sonríe y se deja tocar haciéndose la tonta: ayer, el muslo; hoy, la cintura; y mañana, a saber qué, porque hasta le roza la espalda con el pecho cada vez que se acerca por detrás. ¡Y en el río ya...! Para qué hablar. Consigue que Ángel la coja por las piernas y bajo los brazos para darle ahogadillas y él aprovecha para palpar lo que puede en mitad del juego. ¡Tendrías que ver su cara, se le cae la baba, abuela, y a mí me enciende! El otro día, después de pasarse una hora haciendo tonterías de ese tipo, Ángel salió del agua y me quedé pasmada. ¡Tenía un bulto enorme entre las piernas! ¡¿Tan grande es eso, abuela?! 

   Me siento un poco triste, porque no sé qué hacer. Por un lado, me dan ganas de guantear a Teresa y mandarla muy lejos de nosotros. Pero claro, ella no sabe que yo estoy enamorada de Ángel. Bueno..., enamorada, no, ¡estoy coladita hasta los huesos!, como dice mi madre cuando ve películas románticas en la tele. Así es que en el fondo no puedo culparla. ¡¡Pero es que me da una rabia!! Es el amor de mi vida, lo sé. Estoy deseando levantarme por las mañanas para verlo, me hace gracia todo lo que dice y me resulta tan simpático... ¡¡Y es tan guapo, abuela, es tan guapo!!

   Necesito que me ayudes, por favor. Me cuesta mucho pedirte esto, pero lo necesito. He rebuscado en el armario y he revuelto toda mi ropa, y es muy infantil, abuela. Ana se viste muy moderna y se pone esas faldas mini que a mi madre no le gustan. Y Teresa se peina muy chic y ya usa zapatos con un poco de tacón. ¡Y se pone algo de rimel en las pestañas para hacerlas más largas, y está guapísima! A su lado, parezco la hermana pequeña y como Ángel es algo mayor que nosotras, no me mirará si visto así.

   Te voy a contar un secreto, pero por favor, no se lo cuentes a mi madre, que no me dejará volver aquí más. Anoche jugamos a la botella. Teníamos que contestar la verdad a una pregunta, si no, debíamos acatar la orden que nos dieran los demás. Me preguntaron qué chico me gustaba y no me atreví a contestar, así es que tuve que hacer lo que me ordenaron: dejar que un chico me besara detrás de los pinos. Giraron la botella y se paró en Ángel. ¡La boca de la botella se paró apuntando a Ángel y yo creí que me iba a desmayar de la emoción y de la vergüenza! Me cogió de la mano y me llevó detrás de un arbol grueso, aunque como estaba oscuro, los demás no iban a poder ver nada. El corazón me empezó a latir muy fuerte, abuela, y casi no podía respirar. Yo apoyé mi espalda sobre el tronco y él se acercó despacito, sonriéndome. Me puso una mano en las caderas y con la otra me sujetó la barbilla y me levantó la cara. ¡¡Cómo me temblaban las piernas!! Cerré los ojos pensando que me besaría en la cara, pero lo hizo en los labios. ¡Me besó en los labios, muy despacito, y se quedó un ratito pegadito a mí, sin moverse! Yo no hice nada, solo esperé a que él se separara. Creo que fui una palurda, seguro que Ángel pensó que era una niñita tonta e infantil, porque no moví los labios como he visto hacer en las pelis. Ya no pude hablar más en toda la noche. Y tampoco dormí. Esa noche tampoco dormí, no podía dejar de imaginar la cara de Ángel pegadita a la mía para darme el beso. Y quiero repetir, abuela, pero si no me espabilo, él ya no lo hará más, estoy segura, ¡y me gustó tanto lo que sentí...! Por eso quiero que me ayudes a parecer un poco mayor. Pero también quiero que me digas hasta dónde puedo llegar para no ser putilla, para que los chicos no piensen que soy facilona y me busquen solo para darse el lote, como hacen con Mónica. Como ves, estoy hecha un lío. Seguro que piensas que el año que viene habré desarrollado del todo y lo tendré más fácil. Pero no sé si él volverá. No sé si Ángel pasará de nuevo con nosotros el próximo verano, abuela.

   Teresa se va mañana, es mi oportunidad. Si me quedo unos días más podré estar con él a solas, sin la buscona de Teresa metiéndose por medio. Pero para eso necesito que mi madre me deje quedarme algo más de tiempo. 

   Será nuestro secreto, abuela. ¿Me lo podrás guardar?


© Pilar Muñoz Álamo - 2013

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