El tic-tac de un viejo reloj de pared resuena a los lejos, irrumpiendo en el silencio de la noche con un ritmo acompasado, hipnótico. La algarabía diurna hace rato que menguó su intensidad apagándose lentamente como una antigua lámpara de gas agotada por el uso, dando paso al crujido de los muebles que se estiran al dormir. La oscuridad cubre el mundo que subsiste al otro lado del cristal de mi ventana, apenas cortada por los ocres reflejos irisados que un par de farolas a duras penas irradian. Me asomo para ver el rostro de mis hijos con pulcra lentitud de movimiento, los de la bailarina de una caja de música de cuerda gastada, y compruebo que duermen, con las facciones distendidas, relajadas, con la respiración profunda, apenas adivinada por la elevación sutil de sus pequeños torsos, adentrándose en el mundo de los sueños. Apago las escasas luces que aún permanecen encendidas caminando por el piso sin apenas rozarlo, flotando ayudada por las musas que no tardan en aparecer.
Subo al desván y el aroma a madera centenaria me da la bienvenida. Cierro la puerta a mi espalda y sonrío feliz al sentir cómo me envuelve la mágica atmósfera literaria que habita entre sus cuatro paredes, que se transforman paulatinamente hasta llegar a conformar cada nuevo escenario, y cómo se tornan los colores que acompañarán a mi próxima historia: grises, para la tragedia; rojos, para la pasión y para el amor; verdes, para la esperanza; azules, para la aventura infantil que desearía vivir hoy.
Me acomodo en mi vieja mecedora de anea y me dejo llevar por su vaivén hasta escuchar la voz de la protagonista a la que hoy me tocará encarnar, hasta poder sentir sus pálpitos en mi cuerpo, sus emociones en mi mente, sus sentimientos en mi corazón que late más aprisa a cada segundo que pasa. Cierro los ojos. Quiero vivir su historia, necesito vivir su historia para poder contarla. Y me voy sumergiendo en ella como en el fondo de un océano profundo, sin oxígeno, a cuerpo descubierto para sentir lo que ella siente, sin barreras ni cortapisas. Mi respiración se acelera, se detiene. Mis manos tiemblan y laten mis sienes. El sofoco me invade y da paso al frío que me provoca el miedo. Me oprime la angustia, y la razón, la fuerza y la valentía que terminan fluyendo acaban por liberarme. Mis músculos se contraen cuando la rabia los atenaza, y vuelven a relajarse cuando el calor de una mano amiga se brinda a ayudarme, a superar el trance que ante mis ojos se presenta hoy. Pasan las horas como un cúmulo de minutos de ritmo diferente, porque el tiempo en nuestras vidas no sigue el marcaje escrupuloso del reloj; circulan despacio en los malos momentos y a velocidad de vértigo si la felicidad se ha decidido a acompañarlos.
Todo acaba. El entorno que me acoge vuelve a la esencia neutra que muestra si yo no estoy, las musas vuelan dejando la estela de su paso enredada en mi cabeza, los poros de mi piel se han impregnado al máximo de ese otro yo que acaba de usurpar mi ser. Es hora de abrir los ojos. Dejo entonces que manen las palabras como una fuente inagotable y multicolor, con el único fin de plasmar en un papel lo que podría perfectamente ser la historia de mi propia vida, mi experiencia personal, la vivencia de la que acabo de apropiarme y que me enriquecerá el alma de una forma tan real como cualquier otra.
Ahora soy consciente. Ahora soy consciente de que no es la escritura lo que de la literatura me atrae. Es el hecho de brindarme la posibilidad de huir de mí, de conocer nuevos mundos, de transformarme y sentir lo que de otro modo no podría sentir jamás, de conocer los entresijos de la mente y del corazón ajenos.
Y poderlos contar.
Es justo lo mismoq ue me atrae a mí, que los que podéis contarlo me dejéis la puerta abierta a vuestros mundos inventados. Y pasear...
ResponderEliminarPreciosa entrada
Besos
Cada uno sueña a su manera, unos escribiendo y otros leyendo, y cada cual elige, de una forma u otra, la experiencia que quiere vivir y al ritmo que quiere vivirla. Esa es la magia de la literatura, y lo que además nos hace formar un equipo perfecto.
EliminarGracias por compartirla conmigo.
Un beso!
Consigues meterte en la piel de cualquier mujer y transmites fielmente todos sus movimientos, sentimientos y emociones. Tú vives la historia primero y nosotros, los lectores, la vivimos después gracias a tus palabras. De verdad que admiro tu capacidad de imaginación, y el saber transmitir las historias de forma que dejan huella.
ResponderEliminarBesos
La imaginación y la escritura son una pareja inseparable. Es imposible recrear bien una escena o una historia si no hacemos primero un gran despliegue de imaginación y con el mayor detalle posible. ¿Cómo transmitir algo que no somos capaces de ver, de sentir o de imaginar igual que si lo hubiéramos vivido? Y todo ello, a su vez, morirá en nosotros si no elegimos cuidadosamente las palabras con las que recrearlo, y ahí es donde está la gran dificultad, el gran reto del buen escritor al que tal vez, algún día, consiga acercarme un poquito.
EliminarMuchas gracias, guapísima, por tus palabras.
Un beso!
Y cuanto tú huyes, nos haces huír a tod@s los que te leemos. Es lo que los lectores también buscamos. A autores que nos hagan huír, nos hagan conocer otras vidas, otras épocas, otros mundos. Así que, por favor, sigue huyendo!
ResponderEliminarBesotes!!!
Dicen que el fin último y la razón de ser de un escritor es que le lean. Tal vez yo no persiga eso prioritariamente -un motivo más para no sentirme escritora-, pero reconozco que cuando consigo que alguien más "huya" conmigo a través de mis historias, me siento genial, sobre todo si he logrado que llegue a sentir lo mismo que yo. Por eso estoy encantadísima de que te vengas conmigo, no hay nada mejor y más placentero que viajar en buena compañía :)
EliminarUn beso, guapa! Y gracias por estar ahí.
Y lo bien que lo cuentas además. :-)
ResponderEliminar¡Gracias, Espe, eres un sol!
ResponderEliminarUn beso!!