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8 abr 2013

ENCUENTRO CON MARA TORRES, AUTORA DE "LA VIDA IMAGINARIA"

   El pasado viernes, día 5 de abril, y dentro del ciclo "Patios y Libros en Córdoba", tuvo lugar un encuentro con Mara Torres, periodista y autora de la novela "La vida imaginaria" -finalista del Premio Planeta, como ya sabéis- en la Biblioteca Central de Córdoba, un encuentro que mi amiga Marga (sí, la Marga que todos conocéis, la bloguera mallorquina polifacética que anda metida en mil fregaos) y yo no nos queríamos perder y que programamos unos días antes cuando lo vi anunciado en la página Web de la biblioteca.

   Llegamos a la Sala María Moliner, donde el acto tendría lugar, algo pasadas las ocho de la tarde, recien llegadas de Málaga y habiendo empleado el tiempo justo para dejar su maleta en casa, coger los ejemplares de La vida imaginaria y salir de nuevo por piernas para no perdernos nada. Cuando nos sentamos ya había comenzado la charla, aunque creo no habernos perdido mucho: la presentación del acto, a cargo de Dª Laura Ruiz, Delegada de Infraestructuras del Ayuntamiento de Córdoba y las primeras palabras -tan aduladoras, tal vez, como las que vinieron después- de D. Enrique Miguel Rodríguez, director de Relaciones Institucionales del diario La Razón, que habló inicialmente de la trayectoria profesional de Mara Torres y de su labor de periodista y presentadora de las Noticias de la 2, además de su recién estrenada faceta de escritora. Y a continuación, la finalista del Premio Planeta tomó la palabra para hablarnos, de forma amigable, amena, distendida y sin protocolo ni guión aparente, del antes, durante y después de la novela, de algunas anécdotas en torno a ella y a su escritura y por supuesto de sí misma, casi más atendiendo a las preguntas que le llegaban desde la mesa y desde el público que por iniciativa propia. 

   No voy a tardar más tiempo en decirlo: ¡me encantó! Me encantó lo que dijo y cómo lo dijo, el fondo y la forma, porque una vez más volví a comprobar (ella me lo confirmó con su actitud) que en esta vida quienes más tienen de lo que presumir suelen hacer alarde de una humildad que desconocen muchos otros a los que aún les queda muchísimo por aprender y por progresar, y que por tanto no suelen tener mucho de lo que pavonearse, aunque intenten demostrar lo contrario. Y me gustó poder comprobar que algunas de las conjeturas que yo había elaborado en torno al fondo y a la forma en que está escrita la novela se acercan bastante a la "versión oficial" de la propia autora y del jurado del Premio Planeta, y no digo esto por presunción, sino por empatía, lo digo por ella, más que por mí, porque cuando se escribe una historia -de mayor o menor extensión, de mayor o menor importancia, real o imaginaria- lo que se desea por encima de todo es que quien la lea sea capaz de captar la esencia que la obra encierra, aquello que el autor deseaba transmitir, y que acierte a comprender los motivos que le llevaron a escribirla de tal y cuál forma; y no siempre es así, no siempre ese flujo se canaliza de forma correcta, ya sea por defecto del emisor, del receptor o del propio mensaje. 

   Mara Torres tocó diversos temas a lo largo de su intervención, pero no es cuestión de plasmarlos aquí por entero, entre otras cosas porque yo no sabría reproducirlos, tal vez, de la misma forma en que fueron expuestos por ella misma; todos sabemos que los matices y el lenguaje no verbal que envuelve a una charla o a una conversación son tanto o más importantes que el mensaje en sí. Pero sí que voy a compartir con vosotros algunos detalles que a mí, personalmente, me parecieron interesantes, y uno de ellos tiene que ver con ese lenguaje ágil, cercano, directo y coloquial usado en la narración de la novela y que tanta controversia está suscitando entre los lectores.
 
   Ella habló del lenguaje literario, de las normas estrictas que lo sustentan y que ella conoce, y se declaró muy pulcra y cuidadosa con su forma de escribir y de redactar, por propia exigencia y por la de la profesión que ejerce desde hace ya un buen número de años, lo cual disipa la duda que podría suscitar la narrativa empleada en La vida imaginaria en términos de calidad, o mejor dicho, en términos de mérito de quien la ha escrito. Y es que ella se propuso de forma expresa huir del lenguaje literario típico para describir las hazañas y el discurrir de la vida diaria de Fortunata Fortuna. Decidió plasmar sobre el papel, de manera fiel, la forma con la que nos expresamos al hablar, porque deseaba que el lector "escuchara" hablar a Nata, no que la leyera, lo cual supuso un esfuerzo para ella a la hora de redactarla porque rompía con las normas habituales que la autora, por instinto natural, tenía tendencia a emplear a la hora de escribir. Y fue este aspecto precisamente -según confesó durante su charla- lo que indujo al jurado del Premio Planeta a valorarlo especialmente por novedoso, original, fuera de lo común, sin que por ello pudiera tacharse de descuidado o poco trabajado. 

   Y no sólo fue el lenguaje lo que procuró que escapara de los cánones habituales, también quiso que así fuera con el perfil de su protagonista, presentándola como una mujer de nuestro tiempo, alejada de la imagen desmerecida que la mujer ha ocupado innumerables veces en el cine y en la literatura. Quiso que Fortunata Fortuna fuera lo más parecida posible a cualquiera de nosotras y con la que pudiéramos identificarnos muchas de nosotras de encontrarnos en una tesitura parecida; alguien ni guapa ni fea, ni inteligente ni torpe, ni delgada ni gruesa, ni tímida ni excesivamente extrovertida, integrada en el mundo a nivel social, tecnológico, laboral, familiar... y capaz de salir adelante replanteándose una nueva forma de vivir su vida mientras lucha con un desengaño amoroso que no sabe bien cómo digerir. Una mujer de carne y hueso con un lenguaje malsonante que en nada se parece al que la autora emplea en su vida pública ni privada. Y justificó el título por la confluencia entre realidad y sueños que todos nosotros entremezclamos a diario, entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, entre lo que vivimos y lo que quisiéramos vivir, entre lo que escuchamos y lo que nos gustaría escuchar, entre lo que vemos y lo que realmente desearíamos ver, dejándonos llevar a veces hasta no saber dónde está la frontera entre una cosa y la otra, dónde termina lo onírico y comienza lo tangible, lo veraz.

   Y refirió un detalle con el que a mí terminó de ganarme. 
   No fue ésta una novela escrita con la pretensión exclusiva de presentarla al Planeta, ni tan siquiera -inicialmente- con la intención de remitirla a una editorial para su publicación. Las primeras páginas de esta novela dijo haberlas escrito en uno de esos domingos de tarde solitaria en las que una intenta a veces matar el aburrimiento y la soledad como puede, con el hastío entre los dedos y el lamento profundo de que existan en el calendario tales días que alguien o algo debería hacer desaparecer, y tanto es así que el primer título que ostentó esta novela fue "Los domingos de mierda", un título muy representativo del estado anímico de la autora en el momento de comenzarla, y que encabezaba una historia destinada a quedarse oculta en un cajón hasta que la voz de la propia protagonista, haciendo alarde de rebeldía e inconformismo, se hizo valer para salir a la luz pública, aunque fuera bajo un pseudónimo que escondiera la verdadera identidad de Mara Torres, que no tenía intención alguna de figurar como autora declarada en la portada de un libro para saltar aún más a la palestra pública con la consiguiente pérdida de, aún más, intimidad. Llegados a este punto, no pude evitar hacer comparaciones malintencionadas -lo confieso- con todos aquellos vividores y oportunistas que hacen uso de cualquier aspecto mediático que pueda cruzarse en sus vidas para adentrar la cabeza en el mundo literario sin saber escribir una letra. Y al hilo de todo esto, una nueva aseveración de la señora Torres que casi me hace levantarme y aplaudir. Su afirmación contundente de que ésta es su primera novela escrita y que ello tan sólo la convierte en la autora de la misma, no en escritora, calificativo que considera de mucha envergadura como para asignárselo alegremente siendo La vida imaginaria su primera obra escrita, por mucho que haya sido galardonada con el premio Finalista del Planeta. Aseguró que este premio es una rampa de lanzamiento muy potente para una novela, que la sitúa automáticamente en todos los medios de comunicación, en todas las librerías y en todos los quioscos de prensa del país, cosa que no ocurriría si la misma hubiera sido publicada por cualquier editorial sin premio añadido, cuya progresión habría sido, indudablemente, mucha más modesta y de más lenta evolución, por lo que volvió a ratificar su cualidad de periodista -profesionalmente hablando-, pero en absoluto de escritora. De nuevo una humildad que yo repartiría entre muchos de quienes habiendo escrito apenas dos historias ya se hacen llamar así con boca amplia y sin pudor (sálvese quien pueda).

  Muchas cosas se me quedan en el tintero, pero no os quiero cansar. Al terminar pudimos charlar un poquito con ella, nos firmó los ejemplares de La vida imaginaria que llevamos para nosotras y el que regalaré para Sant Jordi Bloguero, y no dudó en hacerse unas cuantas fotos con nosotras para inmortalizar el encuentro. 

   

Felicidades, Mara, por el premio recibido y por ser como es.



29 mar 2013

"LA VIDA IMAGINARIA" de Mara Torres

 Hoy me he levantado pensando cómo los seres humanos vivimos en un permanente estado de adaptación, aunque no nos lo parezca; a veces, sutil y otras, no tanto. Cómo cada elemento que aparece o desaparece de nuestras vidas nos obliga a reconstruir nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestra dedicación..., a focalizar la atención en aspectos diferentes de nosotros mismos o de aquello que nos rodea, mientras hacemos un esfuerzo considerable -en ciertas ocasiones- por intentar que nuestro equilibrio emocional continúe como si fuera la viva representación de un electroencefalograma plano, sin alteraciones ni altibajos que imposibiliten que el resto de nuestros quehaceres cotidianos, que no han sufrido ningún revés, sigan gozando de la buena salud que tenían hasta entonces. Y he seguido pensando que ciertamente debemos ser animales de costumbres arraigadas cuando tendemos a recuperar el estado en el que estábamos aun sin haber salido bien parados de la situación anterior. 

Y todo ello lo he pensado a raíz de haber terminado de leer la novela finalista del Premio Planeta 2012, La vida Imaginaria, de Mara Torres, que será la que regale para Sant Jordi bloguero y que espero que a quien la reciba le guste tanto como a mí.

Me encantan las novelas que me hacen reflexionar. Leo por distensión, por entretenimiento, por aventurarme en mundos y en espacios en los que tal vez jamás tenga la dicha de encontrarme en la vida real -aunque tengo que reconocer que, inconscientemente, no puedo evitar analizar otros muchos aspectos "técnicos" de cada una de las obras que caen en mis manos-; pero indiscutiblemente y con independencia de su trama, me queda muchísimo mejor sabor de boca cuando extraigo un pensamiento que da vueltas por mi cabeza durante un tiempo después de haber cerrado la contraportada de la novela, y La vida imaginaria es una de ellas.

No es ésta una novela con una trama elaborada, no es de las que te mantienen pegada a las páginas en el afan de saber qué ocurrirá u ocurrió con la protagonista o con cualquiera de los personajes secundarios que aparecen en ella, no es una novela fantasiosa que destaque por su imaginación -a pesar del título-, ni en la que poder recrearnos con sus paisajes maravillosos o sus historias de amor. La vida imaginaria es una historia real, y con real me refiero a una historia que puede haber vivido y que vivirán miles de mujeres en esta época que nos ha tocado vivir. Y ése es precisamente el secreto de su éxito, el de haber sabido plasmar con una verosimilitud asombrosa las sensaciones, las emociones e incluso lo que podría ser la rutina desarmada de una mujer, como cualquiera de nosotras, que ve rota su relación de pareja de la noche a la mañana obligándola a reincorporar de nuevo en su cotidiana existencia los hábitos que llevaba mucho tiempo sin practicar y el abandono, por otra parte, de aquellas otras que habían sido creadas en pareja y que ya han perdido su razón de ser. Y todo ello, mientras el corazón y la mente pugnan por hacer valer sus razones para decantarse por un camino u otro: el de no perder la esperanza de volver a recuperar al hombre del que sigue enamorada, o abrir paso al nuevo horizonte que le permita acostumbrarse a vivir en soledad y abierta a nuevas relaciones afectivas o amorosas que le ayuden a reconstruir su vida para volver a alcanzar ese estado en el que ya se había acostumbrado a vivir. 

¿Por qué tras un descalabro amoroso o una mala experiencia conyugal insistimos en intentarlo de nuevo con alguna otra persona? ¿Por qué esa experiencia no nos sirve de escarmiento para decir "Una y no más, Santo Tomás"? Las estadísticas lo confirman, las personas divorciadas o separadas -a pesar de haber vivido una mala experiencia amorosa- tienden a buscar una nueva pareja estable con la que compartir su vida y su espacio en mayor medida que aquellas otras que se han mantenido "solteras" durante una gran parte de su vida. ¿Construímos la nuestra sobre unos pilares que nos cuesta trabajo desmoronar? ¿La soledad o la compañía se constituyen como elementos básicos en nuestra forma de existencia y nos resulta difícil prescindir de ellos como si ya formaran parte inherente de nosotros?

Cuestiones como éstas y otras similares son las que me ha suscitado la lectura de la historia de Mara Torres, narrada de una forma que me ha resultado muy original y que tal vez -en mi humilde opinión- haya podido ser una de las causas que más haya podido influir en la concesión de su premio de finalista, por encima incluso de la historia que en ella se cuenta. Un lenguaje cuidado, pero muy desenfadado, fresco, muy actual, haciendo uso de muchas de las expresiones coloquiales con las que nos sentimos sin duda identificadas en nuestro hablar diario, con diálogos ingeniosos, dinámicos, y que hacen que los personajes, incluída por supuesto la protagonista, Nata, nos parezcan tremendamente reales, cercanos y próximos al entorno social en el que vivimos. Una historia que tiene la pretensión de plasmar una situación que reconoceremos hasta el último detalle y con la que en más de una ocasión incluso sonreiremos por tener esa extraña sensación de sentirnos delatados, por descubrir que aquello que decimos, pensamos o hacemos es más universal de lo que parece.


Sinopsis:
¿Qué pasa por tu cabeza cuando la persona a la que quieres se va? ¿Qué haces con tu vida cuando tienes que pensarla otra vez? ¿Te la inventas? El mundo de Nata se llena de preguntas cuando Beto la deja. Pero el tiempo no se detiene, y los episodios que Nata cuenta de su propia historia la van llevando hacia un lugar donde todo vuelve a ser posible. Novedosa y contemporánea, esta novela tiene el nervio de un relato confesional, divertido y emocionante. Pero, por encima de todo, descubre a Fortunata Fortuna, un personaje fascinante que ha venido al mundo de la ficción para quedarse.

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