INTRIGA, SUSPENSE,
EMOCIÓN, SENTIMIENTO, REFLEXIÓN...
Una historia que te enganchará de principio a fin.
¿
Sinopsis:
PRIMER CAPÍTULO (PRÓLOGO)
(Junio 2003)
Nada más
salir del baño caminé parsimoniosa hasta el armario con una leve punzada en la
boca del estómago. Abrí sus puertas raídas, di un gran paso hacia atrás y
observé concienzudamente mi ropa, tal y como solía hacer diez años antes cuando
debía acudir a una cita social relevante. Tardé un tiempo en percatarme de que
esa maniobra me permitía barrer, de un sólo golpe de vista, el interior del
amplio y lujoso vestidor de que disponía entonces, pero que resultaba
innecesaria ahora que mi fondo de armario había disminuido tan drásticamente
que a duras penas conseguía vestirme tres o cuatro días consecutivos sin
repetir prenda.
Mi hija Paula me observaba tumbada boca
abajo sobre la cama, sin pretensión de interrumpir lo que resultaba ser un
ritual desconocido para ella. Divertida a la vez que sorprendida, examinaba mis
movimientos y mis gestos mudos de asentimiento o negación ante cada combinación
de prendas extraídas del ropero.
—¿Por qué tardas tanto en decidirte hoy? —me preguntó intrigada.
La miré un instante sin saber qué contestar, tratando de buscar
una sencilla respuesta que pudiera complacer tanto a ella como a mí.
—Tengo una cita importante —dije al fin, y volví a centrar la
atención en lo que prometía ser una tarea ardua y comprometida.
—¿Con quién? —La madurez de Paula, crecida por encima de sus ocho
años de edad, no me iba a permitir zanjar aquella conversación con la facilidad
que yo pretendía—. ¿Es alguien de tu trabajo o es una amiga? ¿Vas a salir con
tu novio?
—No es mi novio, Paula —recalqué sonriendo—. Voy a encontrarme con
unas antiguas amigas, o eso creo.
—¿El qué crees, que vas a encontrarte con ellas o que son amigas?
Me giré buscando el rostro de mi hija ante la insistencia y el interés
que mi cita parecía haber despertado en ella.
—Creo que eran amigas —le contesté dubitativa—, aunque ahora me
cuesta asegurarlo.
Miré el reloj y advertí que disponía aún de algún tiempo hasta la
hora de marcharme, así es que decidí sentarme sobre la cama y tomarme un pequeño
respiro charlando con ella. Me tumbé a su lado boca abajo y cogí una de sus
manos pequeñas y regordetas acariciándola con dulzura. Siempre que nos hacíamos
confidencias o manteníamos alguna conversación trascendental, adoptábamos la
misma postura.
—Tal vez cuando vuelva de hablar con ellas y consiga aclarar ciertas
cosas pueda decirte si eran amigas de verdad o simples conocidas, como tantas
personas con las que convivimos diariamente sin saber de ellas mucho más de lo
que muestran al exterior.
—¿Como nuestra vecina Rosario? —preguntó Paula haciendo un
esfuerzo por comprender.
—Como nuestra vecina Rosario —afirmé sonriendo—. Hay veces en que
una misma palabra puede tener significados diferentes y no somos conscientes de
ello. Yo no entendí realmente lo que significaba amistad hasta que conocí a Ana y a su grupo. Ellas me han enseñado
que ser amigas es mucho más que ir juntas al cine, tomarse una copa los fines
de semana o citarse para hablar de moda, peluquería y tratamientos de belleza;
pero eso ya lo irás comprendiendo conforme te vayas haciendo mayor. —La miré
con dulzura, apreté suavemente sus manos y la besé en la frente con un derroche
de sentimiento—. Debo vestirme, Ana está al llegar y aún no sé qué ponerme. ¿Te
gusta éste? —le pregunté mostrándole el único traje de firma que mantenía intacto
desde hacía diez años.
—No, con ese te parecerás a las que salen en las revistas. Tú
estás más guapa con tu ropa de siempre.
La aseveración de Paula me hizo
reaccionar. Ya no me sentía identificada con ellas, no tenía por qué seguir
aparentando lo que había dejado de ser. Elegí un vestido estampado, me calcé unas sencillas sandalias de
tacón y salí al vestíbulo del apartamento dejando a Paula en compañía de Ana,
mi mejor amiga, compañera de trabajo y un bastión indispensable en mi vida
actual. Ana no sólo me había brindado una ayuda inestimable en momentos
cruciales, había conseguido además que germinara en mí la serenidad necesaria
para poder afrontar el difícil día a día de mi nueva etapa vital. La sola compañía
de un café nos bastaba para pasar horas y horas debatiendo en torno a cualquier
cosa, comprobando que no existe una perspectiva única para interpretarlas. Ana
solía dejarme absorta cuando conseguía demostrarme, con su voz suave y
aterciopelada, que no existen las verdades absolutas y que todo aquello en lo
que siempre hemos creído, bien puede no ser verdad. De su mano, tenía la
profunda convicción de haber evolucionado moral y espiritualmente a pasos
agigantados en los últimos seis años, y era consciente de haber desterrado de
mi vida muchas de las ideas superfluas y banales y muchos de los anhelos
materialistas y pedantes que habían formado parte de mí hasta entonces. Había
descubierto con cierta fascinación que fuera de La Luna todo cuanto nos rodeaba
se apreciaba de manera diferente: los colores tenían otro matiz, los sentimientos
solían ser más viscerales y no era necesario correr a la búsqueda de emociones;
la propia vida se encargaba de plantarte cara día a día con nuevos retos que
afrontar, y el más importante de todos, el de la propia supervivencia.
Aun así, el pálpito acelerado del corazón me decía que sentía un
cierto recelo a presentarme ante ellas; no me estimaba con la seguridad
suficiente como para salir airosa de las pérfidas miradas que analizarían
minuciosamente cada centímetro de mi aspecto, de las previsibles sonrisas
falsas de cortesía que se dibujarían en sus rostros estirados por el lifting y las cremas caras y, sobre
todo, no me sentía preparada para escuchar lo que probablemente iban a ser
verdades a medias, como ellas mismas.
No tenía la menor idea de cuánto podría durar el encuentro, ni
podía augurar si tras él vendría alguno más, por lo que decidí firmemente no
volver a casa sin encontrar respuesta a dos cuestiones de trascendental
importancia: quién era el padre de Paula y quién, de ellas cuatro, me había
estado persiguiendo y amenazando desde que mi hija nació.