Corren tiempos revueltos para la escritura literaria. O tal vez sería mejor decir que corren tiempos de indecisión.
Cuando hablamos de cambios a velocidad vertiginosa, la mente se nos va al ámbito de lo tecnológico, pero no es lo único que ha mutado de forma rápida, las letras también parecen haber emprendido un baile a lo largo de estos últimos años que las ha dejado revueltas y, me atrevería a decir, que hasta ilegibles. Incluso podría compararlas con esos ciclos económicos que trazando círculos vuelven al comienzo después de haber disfrutado de un lapso de tiempo haciendo turismo por nuevos paisajes.
En los pocos años que llevo inmersa en el mundo de la escritura, he visto cómo nos sobrevenían posibilidades que después, por un motivo u otro, se han ido esfumando, como si este mundo de letras no avanzara por un terreno llano, sino por una montaña rusa donde los papeles y las prioridades se alternaran ocupando distintos planos a lo largo del tiempo.
Hace tan solo una década, quizá menos, la cadena literaria seguía un patrón, un orden claro en el que no se podía prescindir de eslabones. El escritor, tras escribir su obra, la remitía a su agente literario (si es que lo tenía) o la presentaba a las editoriales para su valoración. Si estas la aceptaban (según el criterio de cada cual), la editaban y hacían uso de las distribuidoras contratadas que, a su vez, las presentaban a los libreros para su venta y comercialización. Unos años después, ante la demanda de escritores con obras guardadas en sus cajones y sin posibilidades reales de acceder a una editorial convencional, el mundo de la autoedición empezó a abrirse paso. Con buena vista comercial y aprovechando esa coyuntura, proliferaron las "editoriales de pago", como yo las llamo, empresas registradas en actividades de edición que, previo abono de los costes reglamentarios, facilitaban al autor la publicación de su obra en papel bajo un "sello editorial" que parecía aportarle a la novela de turno el caché necesario para presentarse en sociedad, dado el desprestigio que suponía por aquel entonces imprimir tu propia obra sin filtros literarios, teóricamente necesarios para garantizar la calidad de la misma. Y casi, casi de forma paralela, el gigante Amazon abría las puertas también a esa posibilidad con una diferencia sustancial: no editaba las obras en papel, sino en digital y sin coste previo alguno para el autor. Fue entonces cuando surgió la llamada Generación Kindle, a la que muchos de vosotros ya conocéis, que supuso toda una revolución en el mundo de la escritura literaria por cuanto que contribuyó a espantar fantasmas en cuanto a la falta de calidad de lo no aceptado por editoriales convencionales (movidas en gran medida por lo comercial y/o el nombre del autor) y a dignificar el papel del escritor autoeditado ofreciéndole la posibilidad de hacer llegar sus letras a muchos lectores sin ser tachado de ególatra, o de autor soberbio que no termina de asumir su escasa valía como escritor tras haber sido rechazado por editoriales convencionales, como tantas veces hemos podido leer y escuchar. Durante esa época, asistimos a un acontecimiento único: editoriales convencionales claudicaron ante el hecho evidente de que muchas de esas obras no solo tenían calidad suficiente como para ser editadas, sino además, éxito y aceptación por parte de los lectores, por lo que fueron rescatadas por estas y publicadas bajo su sello aun sin ser inéditas, algo inaceptable hasta el momento. A raíz de esto, se convirtieron en escritores en catálogo muchos de los autores a los que conocíamos a través de las redes sociales, amigos con los que podíamos codearnos casi a diario, asequibles, al alcance de la mano, con quienes se podía comentar la novela tras su lectura sin ninguna cortapisa ni protocolo. Una nueva imagen alejada del escritor intocable, anónimo, con su imagen de ídolo y su halo de divinidad que muchos de ellos habían venido luciendo hasta entonces, como si hubieran sido dotados, poco menos, que del ansiado gen de la inmortalidad.
Pero todo ese panorama tan versátil, tan hecho a la medida de unos y otros y en el que todo parecía tener cabida, ha comenzado a astillarse, y ahora, me atrevo a decir de nuevo, que afloran espinas por todas partes.
Las plataformas digitales y la posibilidad -abierta sin censuras- a la autoedición, está colapsando el sistema. Si antes la oferta de lectura ya era alta para la escasa demanda de los lectores españoles, ahora se sale de madre. Hay más autores/escritores que lectores. Pero el problema no es ese. El problema es que un porcentaje muy alto de esos autores no "autofiltra" sus obras antes de subirlas y ponerlas a disposición de los lectores. Y oiga usted, una cosa es que prescindamos de los filtros editoriales y otra, muy distinta, es que prescindamos de los filtros de calidad, y con calidad no me estoy refiriendo solo a una cuestión de forma (que para mí es básica y fundamental), sino también de fondo, de la historia que se cuenta. Por decirlo de alguna manera, estamos abusando de la posibilidad de publicar que se nos ha ofrecido y nos estamos cargando el sistema, porque si bien antes era relativamente fácil encontrar una buena obra y a un buen escritor autoeditados en plataformas digitales como Amazon, ahora se va haciendo cada vez más complicado, con la consecuencia inmediata de que los lectores están volviendo a confiar casi en exclusiva en las obras publicadas por edición convencional, que, dicho sea de paso, continúan en su afán de dar salida, casi de forma exclusiva, a lo comercial y a todo aquello en lo que (por criterios que solo ellos conocen) deciden invertir a mansalva a nivel de promoción y publicidad.
¿Y cuál es el panorama con el que se encuentran ahora los autores/escritores que no han tenido la suerte (o la destreza, por supuesto) de ser tocados por la fortuna literaria y situarse en lo más alto? Pues yo os lo digo sin paños calientes: un panorama desolador.
* Hay escritores con obras de calidad guardadas en un cajón, invocando a la suerte para ser aceptados por editoriales convencionales que no quieren arriesgar en géneros minoritarios o en nombres que no son lo suficientemente conocidos, y que ahora ya ni se plantean volver a la autoedición porque todo el prestigio que esta adquirió en sus buenos tiempos se está yendo a pique a marchas forzadas. Y con razón.
* Hay escritores que no han tenido una relación satisfactoria con sus editoriales convencionales, o bien, que no han vendido el alto número de ejemplares que su editorial pretendía vender sin promoción ni publicidad, y que, por tanto, no han querido publicar la siguiente obra del mismo autor; escritores que, reacios a la idea de llevar su obra al olvido después del esfuerzo de haberla escrito, han preferido volver a autoeditarse, viendo como su novela se perdía en el océano digital sin que apenas un puñado de lectores acudiera a rescatarla, con la consiguiente impotencia corroyéndole el cuerpo que les ha llevado, a algunos de ellos y en determinadas ocasiones, a perderse en el burdo mundo del insulto y el desprestigio del lector por su aparente elección errónea a la hora de comprar.
* Hay editoriales pequeñas, cargadas de buenas y loables intenciones, que dan opción de publicar de manera convencional a quienes apenas tienen nombre ni curriculum, pero con un presupuesto tan escaso que no alcanza para darlas a conocer ni tampoco para contratar buenas distribuidoras que coloquen las novelas en las librerías. La obra estará publicada en papel, pero sin posibilidad de que el lector la compre porque no tendrá donde encontrarla, y eso suponiendo que la conozca.
*A su vez, hay editoriales potentes y adineradas que compran obras pretendiendo que sea el propio escritor el que realice toda la labor de promoción y casi venta de la novela, mientras ellas se dedican a dar salida a escritores consagrados u otros "sin nombre" de los que me da hasta grima hablar, pero que no dejan de ser una buena fuente de ingresos de los que ellas dependen para subsistir como empresas privadas que son.
*Hay agencias literarias pequeñas que dan cabida a autores no conocidos, pero sus posibilidades de acceso a las editoriales son escasas. Hay agencias literarias fuertes con influencia en las editoriales, pero difícilmente aceptan a escritores poco conocidos o sin un buen curriculum literario-profesional. Y vosotros me diréis: "Pues, ¡pasa de agente, ¿para qué lo quieres?!" Y yo entonces os contestaré que cada vez hay más editoriales que solo aceptan manuscritos a través de agencia. Ahora entendéis, ¿verdad?
*Hay distribuidoras con preferencias especiales por determinadas editoriales, al igual que hay libreros y grandes librerías comerciales que eligen lo que vender en función de su propia política, negando la igualdad de condiciones tanto a editoriales como a escritores.
*Hay críticos literarios que solo leen "lo que se lleva", las últimas novedades en las que las editoriales ponen su empeño absoluto. Otros que valoran -para bien o para mal- en función de sus propios gustos, sin más criterios objetivos, y otros que no pueden evitar dejarse influenciar -también para bien o para mal- por la simpatía o antipatía que el autor les merezca a nivel personal, porque si bien en un principio la cercanía de los escritores a los lectores fue acogida con aplausos, ahora ya empiezan a verse los efectos secundarios que este estrecho acercamiento puede acarrear a la valoración de sus obras.
*Hay géneros que se leen en mayor medida que otros, lectores que parten ya de sus propias expectativas y no quieren aventurarse a salirse de ellas a la hora de elegir, prejuicios insalvables que se ceban en las portadas y las sinopsis a la hora de comprar, estilos que se desechan por demasiado retóricos o demasiado sencillos, asemejando ambos a una falta de calidad narrativa...
*Y hay escritores poco autoexigentes y poco autocríticos, que no dudan en tachar a los lectores de incultos antes de admitir que puedan ser ellos los que aún tienen mucho por aprender.
Casi todos los puntos que acabo de mencionar tienen sus excepciones positivas, ¡menos mal!, pero aún así, es como veis un terreno bastante pantanoso por el que moverse, en el que poner los pies. Un terreno que invita a hacerse miles de preguntas antes de comenzar a escribir: qué género abordar, qué tema elegir, qué tipo de trama desarrollar, qué número de páginas emplear, a qué público potencial dirigirla, cómo publicar, cómo darla a conocer, cómo garantizar su calidad, cómo afrontar las críticas y comentarios malintencionados, cómo superar la presión de unas ventas escasas o, incluso, la presión que provoca haber puesto alto el listón literario con la novela anterior... Las preguntas: "¿Cómo escribir una novela que guste a todo el mundo?" o "¿cómo alcanzar el éxito como escritor?" me las ahorro directamente por tópicas y, a priori, utópicas.
Tal vez la respuesta más sencilla y más sensata para todo ello sea esta: "Escribe para ti, lo que de verdad te plazca y te llene, como si no existiera nada ni nadie más." Aunque claro, para que esta respuesta te sirva tienes que sentir que eres escritor de puertas para adentro, SOLO de puertas para adentro, y que el éxito verdadero es el que te viene de tu propia mano, no de la mano de los demás. A partir de ahí, que te llegue lo que te tenga que llegar.