25 abr 2014

LA OPINIÓN DE UN LECTOR CERO: ALBERTO GONZÁLEZ.

   No buscaba quien me regalara los oídos tras la lectura de mi novela y antes de su publicación, sino una opinión sincera, cruda incluso aunque estuviera hecha desde el cariño; digamos que buscaba el significado literal del dicho: “La confianza da asco”. Porque mintiéndonos nos hacen un flaco favor esos lectores primeros que nos aportan una visión anticipada de lo que mucha otra gente pensará después, sin contar con su ayuda inestimable para mejorar la novela al ser capaces de analizar la obra bajo distintas perspectivas -tantas como lectores cero hay- y desde la ignorancia imprescindible de lo que ocurre en la historia, de los personajes, de los giros argumentales, del final…, única forma de apreciar realmente el efecto que todo ello producirá en el lector.

   He querido contar con varios “lectores cero” que no estuvieran cortados por el mismo patrón, porque no todos los lectores futuros buscan lo mismo ni les mueven aspectos iguales para que una novela les guste y yo quería apreciar hasta qué punto mi obra podía acaparar a una mayor o menor diversidad de lectores. Y tengo que reconocer que de todos ellos he podido sacar conclusiones muy útiles, comenzando por mi marido, primer lector cero, cinéfilo más que lector, incapaz de engancharse a cualquier libro, avispado hasta el extremo para “reventar” el suspense y las tramas si no están entretejidas de forma muy hábil; verlo pasear por la casa con la novela bajo el brazo, compaginando su lectura con cualquier otra actividad porque se confesaba enganchado, manteniendo de continuo conversaciones conmigo en las que hablaba de los personajes y de sus actos como si fueran reales y el hecho de haberlo “engañado” en más de un giro de los que se suceden en la novela sin que él pudiera anticiparlos fue un indicativo extremadamente útil y claro de que la historia podía enganchar y sorprender a un buen número de lectores. Continué buscando la opinión de quienes resultan ser lectoras empedernidas –como mi amiga Pilar Sánchez-, capaces de comparar ésta con otras obras de autores consagrados y no tanto, literatos y aficionados, así como de aquéllas otras que además de ello también son capaces de analizar aspectos técnicos como la estructura, la profundidad de los personajes, el estilo o la calidad narrativa –como Marga Ramon o Ana Gómez-, de quienes obtuve conclusiones muy válidas, algunas sugerencias para depurarla y unos halagos tras leerla que me alentaron a sacarla a la luz sin dudar. Seguí con mis familiares más directos, entre ellos mi sobrina, gran aficionada a la lectura y cuya opinión me interesaba especialmente por su juventud, porque el universo lector abarca géneros distintos y distintas edades, y necesitaba comprobar si este tipo de historia también atraía a lectores más jóvenes (afortunadamente, sí). Poco antes de publicarla conté con la visión de Mayte Esteban, una visión algo distinta a las anteriores, porque cuando además de lectora se es también escritora, el análisis no se reduce a las impresiones que produce la novela al leerla, sino también a la dificultad para escribirla, al uso adecuado del lenguaje o a las diferentes alternativas para contar esa misma historia utilizando técnicas literarias distintas.

   Y entre todas estas opiniones, también estuvo la de quien no observa los tecnicismos, sino la historia en sí y su capacidad para transmitir y emocionar, para hacer reflexionar, para trazar un hilo de conexión entre los personajes y el lector, pero visto además bajo un prisma masculino que, a priori, parece siempre menos proclive a dejarse llevar por esos aspectos de lo que suelen hacerlo las mujeres. Y esa es la opinión que traigo hoy, la de mi amigo Alberto González que ya tuve ocasión de escuchar hace casi un año cuando puse en la novela la palabra “fin”, pero que ahora ha plasmado en un papel de forma expresa para que yo pueda compartirla con vosotros, cosa que le agradezco de corazón.


                  LOS COLORES DE UNA VIDA GRIS

   Cuando empecé a leer esta novela había dos cosas que rondaban por mi cabeza: una era que parecía bastante larga para lo que yo suelo estar acostumbrado a leer, pero la otra era un poco contradictoria, que me apetecía mucho leerla, ya que sé cómo escribe Pilar. Había leído su anterior libro de relatos y sabía que no podía defraudarme. Pues bien, en una de las dos cosas, evidentemente, me equivoqué. La novela al final se me hizo corta. Estaba deseando buscarle un hueco para seguir leyendo esa historia que me tenía atado al ordenador.

   Comencé conociendo a los personajes, sus costumbres, sus situaciones personales y también la forma de vida que llevaban. La trama empieza a perfilarse y el lector también comienza a sacar conclusiones. Unas te llevan a justificar a unos, otras te hacen repudiar a otros. Hasta que el uno de los personajes toma el protagonismo principal. Entonces la novela empieza a ser narrada en primera persona en lugar de la tercera persona que hasta ahora había sido la forma elegida para contar la historia. Para mí esto es un gran acierto, ya que parecía que la protagonista estaba contándome todo lo que acontecía en su vida al oído. Es increíble como Pilar logra describir a cada uno de los personajes como si estuvieras viéndolos delante, como si los conocieras de toda la vida, y la facilidad que tiene para que empatices o no con ellos. Nos describe sus vidas de una forma clara que nos lleva a entender el porqué de sus pensamientos y de sus acciones. Pero también logra que nos metamos en la piel de la protagonista, comprendiendo su situación, sufriendo sus preocupaciones, llevándonos de la mano por cada momento de su vida. Con ella pasamos por situaciones que cualquiera de nosotros bien podríamos sufrir en nuestras vidas o incluso haberlas padecido ya.

   También hay que agradecer el gran trabajo de documentación que ha hecho Pilar para centrar la novela en una ciudad que no es la suya, porque no lo parece. Parece que vayas paseando por las calles de Madrid que ella describe y que estés viendo todo tal y como es en la realidad. Los acontecimientos sociales que se produjeron en los años en los que transcurre la novela están perfectamente documentados y magistralmente insertados en el desarrollo de la historia.

   Los Colores de una vida gris me ha dejado muchos momentos de reflexión, me ha hecho pensar en la forma de vida que llevan algunas personas y en cómo, de pronto, puedes acabar en otra muy distinta. Cómo las decisiones que uno toma influyen de una manera u otra y las consecuencias a las que esas decisiones conducen. Y no sólo eso, también las personas que uno se encuentra en la vida, cómo reaccionan en determinadas situaciones, cómo esas personas se comportan dependiendo del nivel social y, otras veces, dependiendo de la situación en la que se encuentren. Nos hace ver que hay veces en la vida que obtienes algo tan básico como la compañía o la complicidad, o la comprensión, de quién menos lo esperas. Cómo alguien que no tiene nada puede darte y enseñarte tanto.    Me encanta encontrarme en una novela esos momentos que te hacen pensar y reflexionar sobre lo que lees y eso Pilar lo hace de maravilla. Pero todo ello lo adereza con una trama perfectamente hilada y sobre todo, lo hace confluir todo en un punto final en lo que nada es lo que parecía ser y que, como siempre, como buena marca de la casa, te sorprende, dando un giro al final de la trama magistral, en el que hace ver al lector que nada es cómo parece.

   ¡Un plato de alta cocina creado por una grandísima cocinera!

   ¡Muchas felicidades por tu obra, Pilar! Es un gran trabajo que tendrá grandes frutos.


   ¡¡Mil gracias, Alberto, por leerla y por esta opinión sincera que me emociona y que has querido compartir con todos!!

22 abr 2014

DE TÍTULOS Y PORTADAS.

  Hace algo más de tres años, cuando comencé en esta andadura “literaria”, la ingenuidad y la ignorancia fueron mis guardaespaldas por excelencia, a pesar de haber hecho un casting intensivo en los meses previos para intentar salir lo más respaldada posible en este camino bonito pero plagado de lobos de distinta índole, dispuestos a comerse a Caperucita aunque sea de manera inconsciente. No es que ahora sepa mucho más -porque me sigo sorprendiendo a diario y lo que me queda-, pero sí que tengo algunas cosas un tanto más claras de lo que las tenía entonces, aunque siga sin saber cómo atajarlas de manera acertada porque no siempre dependen de mí, sino de vosotros, y tengo que decir que sois (somos) un poquito impredecibles, cosa buena por otro lado porque gracias a eso comen los diseñadores, los publicistas, los creativos de marketing, los asesores de imagen, los ilustradores y las cabezas pensantes de las editoriales que intentan buscar, por ejemplo, el título de la novela que dé la campanada nada más escucharlo. En mi caso, y como Juan Palomo, todas esas figuras se reducen a una sola (algo así como en el Misterio de la Santísima Trinidad), la mía, porque yo me lo guiso y yo me lo como, al igual que otros muchos que navegan conmigo en este mismo barco.

  Centrándonos en títulos y en portadas, tengo que reconocer que en el caso de mis Relatos de mujer ninguna de las dos cosas fue acertada. O casi. Entono el mea culpa por haber creado el título (con aparentes matices psicológicos teñidos de un feminismo mal entendido, según he podido acabar deduciendo al recopilar decenas de comentarios al respecto, y que le han hecho un flaco favor a mis niñas, que nada tienen que ver con actitudes reivindicativas radicales de ese tipo) y también por haberme dejado llevar y haber aceptado una portada que no era exactamente lo que yo buscaba, porque no estaba en consonancia con el contenido del libro, despertando una imagen de mujer frívola alejada de ese componente emocional y visceral que es propio de la actitud de todas sus protagonistas, mujeres de carne y hueso y no muñecas. Sabía de la importancia de ambas cosas en la imagen inicial, pero no podía sospechar hasta qué punto. No podía llegar a imaginar que la atracción o el rechazo fuera tal que indujera a comprarlo o a ni siquiera interesarse por su sinopsis tras haber valorado ambas cosas en décimas de segundo. Ni que deciros por tanto que el miedo a volver a errar en la elección de estos dos elementos al publicar la novela era peor que el de Caperucita al ver al lobo lanzarse sobre ella, porque de nuevo podía irse al traste el contenido por una simple cuestión de físico. Y es que esto es algo así como las relaciones amorosas a primera vista de los adolescentes (y no tan adolescentes) en las que los “pivones” gozan de mayores oportunidades para que se les conozca interiormente que aquell@s otr@s menos agraciad@s a los que se veta por sistema sin brindarles la ocasión de demostrar que vale un potosí lo que guardan en su interior.

  Han sido tres los títulos que he barajado en esta ocasión, así como tres portadas distintas diseñadas tras haber visto cientos y cientos de imágenes que no me decían nada. Y he descubierto que resulta complicado elegir cuando se tiene una perspectiva de la novela distinta de la que tendrán quienes se acerquen al libro sin conocer un ápice de su historia. La imagen más acorde a ella puede no resultar atractiva. La imagen más llamativa puede inducir a error en cuanto al contenido. ¿Esa imagen debe estar en consonancia con el título o no tiene por qué ser así? Porque si hablamos de un mundo gris y elegimos una imagen de colores puede resultar incongruente, por muy acorde que sea a la historia. Pero si nos decantamos por una portada de colores más lúgubres y apagados producirá una tristeza inconsciente en la que nadie querrá sumergirse, por muy optimista que resulte ser la historia. Hay que estimular el sentido de la vista, pero no demasiado, y hay que estimular también el oído con un título que capte la atención por la razón que sea. Y ambas cosas en conjunto producen percepciones de todos los colores. Ahora entiendo que existan expertos en la materia que, al igual que los médicos, no podrán dejar de estudiar nunca, porque las modas, las tendencias y los gustos de la gente cambian de manera constante y sin previo aviso.

  Impresiones al poder. Elegimos lo que leer -y lo hacemos con mejor o peor predisposición-, guiados por impresiones. Y aun conociendo críticas de primera mano en relación al contenido, éstas seguirán teniendo un peso crucial a la hora de concederles una oportunidad.

  Hoy ya puedo respirar tranquila, creo (y digo “creo”) haber acertado en ambas cosas, las reacciones iniciales me confirman que han tenido una acogida excelente, que mi pequeña ha nacido guapa y con buen nombre. Ahora solo falta que la conozcáis por dentro y comprobéis que no es solo una buena fachada lo que luce. Su alma y su corazón también prometen.

11 abr 2014

UNA SEMANA DESPUÉS...

  Hoy hace una semana que decidí saltar al vacío sin red. ¡Y no me he estrellado! No me he dado de bruces contra el asfalto rompiéndome la crisma en el intento. Me han sujetado, han trenzado una red mullida y consistente con manos y brazos fuertes que no sólo no me han dejado caer, sino que me han elevado para hacerme saborear el dulce de las nubes de algodón que siempre aparecen en los mejores sueños, cobijándonos de manera entrañable.

  Es paradójico que sentimientos aparentemente opuestos fluyan a un mismo tiempo. Aunque, pensándolo bien, la fuente de la que manan es distinta; como tantas otras veces, raciocinio e intuición pugnando por llevarse el gato al agua, sin ser conscientes de que en ciertas ocasiones están condenados a vivir juntos: mi mente pidiendo cautela, mirando al miedo frente a frente, exigiendo respeto por quienes esperan la llegada del nuevo vástago, dando órdenes a mis extremidades inferiores para que no se levanten un ápice del suelo y a mi cabeza para no se descoque ni pierda el norte de dónde estoy…, y mi intuición incrementando el tono de su voz para hacerse escuchar, afirmando con seguridad que el fondo de mi ser respira confianza plena en el trabajo hecho, en que será del agrado de los lectores, en que merece la oportunidad de recibir en su piel la caricia del sol, la brisa del aire…, de vivir en libertad y en la compañía de manos ajenas a las mías propias.

  Y ahí está. Defendiéndose como una jabata en los primeros puestos de Amazon para mi sorpresa, porque no esperaba tanto, levantándome el ánimo como no podría imaginar hace semanas, emocionándome con los primeros comentarios recibidos, insuflándome aliento para continuar luchando por ella porque merece algo más, siento que merece algo más. Pero todo se andará, las prisas nunca fueron buenas consejeras; aunque la impaciencia hay veces en que me mata, porque el tiempo es oro y minuto que se pierde ya no se vuelve a recuperar.

  No quiero obsesionarme en conseguir metas, en alcanzar números vacíos de contenido. Quiero disfrutar del camino, pasear de su mano aspirando los efluvios positivos con aroma de azahar que los lectores nos tiendan a su paso, y soportando las estaciones de penitencia con estoicismo, valentía y ánimo de superación, porque también lloverán las malas opiniones en este mundillo plagado de gustos tan diversos y de literatos exigentes que buscan el mayor nivel posible de calidad en lo que leen, derecho que admito y reconozco.

  Esta semana ha sido intensa, me ha forzado a dar rienda suelta a las emociones que pugnaban por salir y eso ha provocado que me disperse, que pierda un tanto el norte de una realidad, la mía, la que no quiero dejar de ver, de aquel objetivo trazado desde un principio cuya base no debe sufrir desviación alguna, por muchas ramas que cuelguen de él. Es hora de retomar un poco el rumbo, de volver a mirar otros aspectos de mi vida que siguen demandando mi atención, sin perderla de vista a ella, por supuesto. Es hora de seguir escribiendo y trabajando en mi proyecto actual. Porque esto es una carrera de fondo en la que se mide la resistencia, no la velocidad.

  Gracias a quienes habéis depositado vuestra confianza en mí y en esa obra que cumple una semana de vida. Y gracias a los que lo hagáis a partir de este momento. Espero vuestras opiniones, porque saber que os ha gustado es, por encima de todo, lo que más me importa con diferencia. Os lo puedo asegurar.

4 abr 2014

"LOS COLORES DE UNA VIDA GRIS" YA ES VUESTRA.

   A lo largo de estos días se me han ido ocurriendo diversas formas de comenzar esta entrada, pero las he desechado todas porque quería escribirla dejándome llevar por lo que realmente sintiera en tal momento. Estoy acostumbrada a ponerme en piel ajena cuando escribo, a imaginar los sentimientos de mis protagonistas ante decenas de situaciones, pero sería absurdo empatizar conmigo misma tres días antes pudiendo permitir que emociones reales guiaran mis dedos. Y resulta que ahora tengo la mente en blanco y el corazón cabalgando por mis entrañas provocando el agotamiento de las reservas de oxígeno que me rodea, y con una ristra de emociones rezumando por mi cuerpo difíciles de catalogar. Y de interpretar. 

   Supuse que llegado este momento me sentiría nerviosa, acelerada, contenta, impaciente, incluso asustada... Y sin embargo me invade un sentimiento de nostalgia, de emoción contenida, de calma, de meditación profunda de lo que ha supuesto el proceso de creación de mi obra, del esfuerzo invertido, de las expectativas puestas en ella, de su crecimiento y maduración lenta a lo largo del tiempo, de todo lo que he aprendido escribiéndola... Y siento ganas de llorar. Porque en ella va un trozo de mi alma, una pizca del orgullo que siento de haber vuelto a conseguir una meta que creí lejana y complicada de alcanzar, y esa parte desdoblada de mí misma que durante tantos días adoptó el perfil de unos personajes muy queridos y admirados para pensar como ellos, para actuar como ellos, para vivir como ellos con el único fin de darles el realismo que merecían. 

   Hoy toca abrir las puertas de casa y dejarla salir, verla marchar hacia un mundo que puede resultarle cálido o tal vez inhóspito. Hoy toca soltar riendas y esperar a ver si tiene la madurez suficiente para sobrevivir sin ser vapuleada, observando sus pasos desde la distancia y sufriendo con ella las alegrías y las penas, la salud o la adversidad, con el corazón en la mano diciéndome que es la más bonita del mundo, porque para eso soy su madre y a las madres se les permiten ciertas licencias de vez en cuando, aunque en el fondo seamos muy conscientes de la realidad.

   Me habría encantado presentarla en sociedad con un vestido de celulosa, porque siento que se lo merece (y perdón por una falta de humildad a la que no acostumbro). Pero soy consciente de que no se puede tener todo en esta vida, porque entonces los sueños no tendrían razón de ser y perderíamos ese motor fuerte y poderoso que nos impulsa a seguir adelante, a luchar por lo que queremos, a vencer obstáculos, a superarnos a nosotros mismos y a saborear finalmente, con muchísimo mayor placer, aquello que terminamos por alcanzar y que siempre deseamos.


   En unos minutos, cuando el ratón de mi ordenador pulse la opción mágica que figura aquí arriba, el mundo literario se impregnará de colores. Y vuestra vida de lectores avezados también, si así lo queréis.

   Gracias por todo el cariño que me habéis demostrado en estos días.



¡Muchísima suerte, pequeña!




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