¿Os habéis detenido a pensar alguna vez cuántas de las cosas que nos rodean, cuántas de las experiencias que vivimos y cuántas de las personas con las que nos codeamos a diario las hemos elegido realmente nosotros? Yo, sí. Y he llegado a la conclusión tajante de que la libertad es tan solo un espejismo, una mentira que hemos decidido creer en favor de nuestro bienestar psíquico, porque sentir que no tenemos el control de nuestras vidas provocaría una infelicidad indescriptible y ante todo, destructiva; y la opción alternativa, la de echarle agallas al asunto, nadar a contracorriente y actuar de forma anárquica ante todo y ante todos, tampoco parece una vía plausible tomando en consideración la discriminación y persecución social que quienes lo hacen tienen que soportar, y que en muchos casos llega a poner en peligro su propia supervivencia.
Siempre he considerado que somos simples peones colocados en un tablero de ajedrez, movidos por los hilos del destino, de la casualidad, de la sociedad en la que nos ha tocado vivir y arrastrados por la marea social que nos absorbe condicionando la mayoría de las decisiones que tomamos en la vida y que nos abren el camino hacia un futuro que, ingenuamente, creemos siempre poder cambiar.
No elegimos el seno de la familia en la que nacemos, el colegio al que asistimos, los primeros amigos que conocemos... No elegimos la capacidad intelectual que nos facilitará o entorpecerá el aprendizaje, los defectos físicos por los que sufriremos burlas, nuestras destrezas y habilidades innatas que contribuirán a evitar problemas... Tampoco elegimos ya -en un alto porcentaje de casos- los estudios que cursaremos, el trabajo que encontraremos y la calidad de vida que todo ello nos reportará... Ni escogemos el carácter de los hijos que tendremos y que será fruto no solo de nuestro empeño en moldearlo, sino también de la interacción que existe entre la base genética y la influencia del entorno que no podemos manejar siempre a discreción, pero que incidirán sin embargo en nuestro devenir diario de manera contundente.
Muchas veces he leído teorías e hipótesis que defienden el libre albedrío de las personas a la hora de trazar su camino en la vida. Pero, ¿realmente existe? Yo creo que tan solo está presente en detalles tan pequeños y en decisiones tan insignificantes que ni siquiera lo puedo considerar libertad. Decido por mí misma con quien me caso, a quien uno mi vida; pero si la cosa sale mal, ¿de verdad puedo sacar las maletas en cualquier momento y hacer borrón y cuenta nueva?, ¿o el sufrimiento de mis hijos, mi carencia de recursos económicos o incluso la amenaza de muerte de mi marido me impedirán marcharme aun siendo esto lo que yo deseo? Mi vocación innata hace que decida ser psicóloga de profesión, pero ¿mis notas en selectividad me permitirán cursar la carrera para poder ejercerla?, ¿o acabaré sirviendo mesas en una cafetería -sin vocación hostelera- porque ni los estudios ni mi curriculum me permite encontrar trabajo en el gremio que me gusta? Decido tener familia numerosa porque somos seis hermanos y siempre he sentido al máximo el instinto maternal, pero tengo treinta años, estoy en paro y mi pareja en Barcelona, a mil kilómetros de distancia buscándose la vida para poder iniciar la nuestra; ¿de verdad me dará tiempo a tener tan siquiera dos?, ¿y podré mantenerlos o tendré que recurrir a la ayuda de sus abuelos condicionando el futuro de estos y coartándoles su libertad de elección por amor a sus nietos y su compasión hacia mí?
Pero es que las circunstancias no solo nos arrebatan la libertad para decidir cómo trazar las líneas sobre las que sustentar nuestra vida cuando intentamos elegir nosotros, es que además hasta tienen el descaro de mofarse delante de nuestras narices jugando a retarnos, a engatusarnos con sus propuestas atractivas y edulcoradas para después impedirnos que podamos llevarlas a buen puerto cuando así lo deseamos. Yo jamás me planteé que las letras pudieran formar parte de mi vida. Nunca elegí este camino, ni tan siquiera para pasear; la escritura era una forma más de canalizar mis pensamientos, mis mensajes, un simple canal de comunicación alternativa a la palabra, nada más. El camino se presentó ante mí sin yo buscarlo, y ahora que lo saboreo, que descubro sus colores y la influencia positiva que estos tienen en mi vida, las mismas circunstancias personales que lo pusieron ante mí, ahora me impiden poder seguirlo. ¿Qué se hace cuando el tiempo no permite concesión alguna para dar rienda suelta a la inspiración? ¿Qué se hace cuando no se puede prescindir de un trabajo que te da de comer y te absorbe la mitad de la jornada? ¿Qué se hace cuando no se puede -ni se quiere, por un sentimiento indiscutible y por responsalidad adulta- dejar a un lado a la familia para esbozar unas cuantas letras a diario? El deseo está ahí, la capacidad de elección también, pero la libertad plena y absoluta para poder llevarla a cabo, no.
Podría seguir enumerando ejemplos hasta el día del juicio final: el de aquellos que eligen la senda literaria con el deseo de transmitir y llegar al corazón de los demás haciendo filigranas preciosas con las palabras e invirtiendo en ello su esfuerzo y sus ilusiones, y acaban perdidos en el entramado del mercado de las letras sin control alguno sobre sus propias obras por tener que ajustarse a las pautas marcadas por editoriales a las que no les mueven ni por asomo los mismos intereses; la del bloguero amante de la lectura que pierde el interés por compartir impresiones con sus afines al sentirse indirectamente coaccionado por la forma de proceder de los demás; el amante de los deportes que ve en su práctica la válvula de escape al hastío de su vida cotidiana y al estres laboral y ha de abandonarlos para siempre por una dolencia física que le impide hasta ponerse en pie; el del poeta de sensibilidad sublime que quiere ser trovador de la belleza y ha de guardársela para sí mismo porque nació en la época equivocada, porque el romanticismo ya es cosa del pasado y ahora lo que priva son los mensajes de correo electrónico y el whatsapp; el defensor de lo justo que creyó nacer para cambiar el mundo y ha terminado apaleado, insultado, rechazado y al final, resignado ante el entramado político imposible de sanear.
Tengo la impresión de que nuestra misión en la vida es aprender, aprender y aprender, basándonos en las experiencias y en las relaciones sociales que factores por completo externos han trazado para nosotros, como si fuéramos marionetas moviéndonos en un mundo de locos. Y con la libertad justa para elegir entre un dulce o una tostada, entre una novela histórica o de género erótico, entre teñirse de rubio o en color caoba... Y aun así, si ante cualquiera de estas minúsculas y anodinas elecciones nos paramos a reflexionar a fondo, tampoco estoy segura de no haber elegido el dulce por cuidar la estética de nuestro físico, el tinte rubio para no escuchar que carecemos de inteligencia y la novela erótica por temor a que nos cataloguen de "salidas" o de mujeres fáciles.
Siempre he considerado que somos simples peones colocados en un tablero de ajedrez, movidos por los hilos del destino, de la casualidad, de la sociedad en la que nos ha tocado vivir y arrastrados por la marea social que nos absorbe condicionando la mayoría de las decisiones que tomamos en la vida y que nos abren el camino hacia un futuro que, ingenuamente, creemos siempre poder cambiar.
No elegimos el seno de la familia en la que nacemos, el colegio al que asistimos, los primeros amigos que conocemos... No elegimos la capacidad intelectual que nos facilitará o entorpecerá el aprendizaje, los defectos físicos por los que sufriremos burlas, nuestras destrezas y habilidades innatas que contribuirán a evitar problemas... Tampoco elegimos ya -en un alto porcentaje de casos- los estudios que cursaremos, el trabajo que encontraremos y la calidad de vida que todo ello nos reportará... Ni escogemos el carácter de los hijos que tendremos y que será fruto no solo de nuestro empeño en moldearlo, sino también de la interacción que existe entre la base genética y la influencia del entorno que no podemos manejar siempre a discreción, pero que incidirán sin embargo en nuestro devenir diario de manera contundente.
Muchas veces he leído teorías e hipótesis que defienden el libre albedrío de las personas a la hora de trazar su camino en la vida. Pero, ¿realmente existe? Yo creo que tan solo está presente en detalles tan pequeños y en decisiones tan insignificantes que ni siquiera lo puedo considerar libertad. Decido por mí misma con quien me caso, a quien uno mi vida; pero si la cosa sale mal, ¿de verdad puedo sacar las maletas en cualquier momento y hacer borrón y cuenta nueva?, ¿o el sufrimiento de mis hijos, mi carencia de recursos económicos o incluso la amenaza de muerte de mi marido me impedirán marcharme aun siendo esto lo que yo deseo? Mi vocación innata hace que decida ser psicóloga de profesión, pero ¿mis notas en selectividad me permitirán cursar la carrera para poder ejercerla?, ¿o acabaré sirviendo mesas en una cafetería -sin vocación hostelera- porque ni los estudios ni mi curriculum me permite encontrar trabajo en el gremio que me gusta? Decido tener familia numerosa porque somos seis hermanos y siempre he sentido al máximo el instinto maternal, pero tengo treinta años, estoy en paro y mi pareja en Barcelona, a mil kilómetros de distancia buscándose la vida para poder iniciar la nuestra; ¿de verdad me dará tiempo a tener tan siquiera dos?, ¿y podré mantenerlos o tendré que recurrir a la ayuda de sus abuelos condicionando el futuro de estos y coartándoles su libertad de elección por amor a sus nietos y su compasión hacia mí?
Pero es que las circunstancias no solo nos arrebatan la libertad para decidir cómo trazar las líneas sobre las que sustentar nuestra vida cuando intentamos elegir nosotros, es que además hasta tienen el descaro de mofarse delante de nuestras narices jugando a retarnos, a engatusarnos con sus propuestas atractivas y edulcoradas para después impedirnos que podamos llevarlas a buen puerto cuando así lo deseamos. Yo jamás me planteé que las letras pudieran formar parte de mi vida. Nunca elegí este camino, ni tan siquiera para pasear; la escritura era una forma más de canalizar mis pensamientos, mis mensajes, un simple canal de comunicación alternativa a la palabra, nada más. El camino se presentó ante mí sin yo buscarlo, y ahora que lo saboreo, que descubro sus colores y la influencia positiva que estos tienen en mi vida, las mismas circunstancias personales que lo pusieron ante mí, ahora me impiden poder seguirlo. ¿Qué se hace cuando el tiempo no permite concesión alguna para dar rienda suelta a la inspiración? ¿Qué se hace cuando no se puede prescindir de un trabajo que te da de comer y te absorbe la mitad de la jornada? ¿Qué se hace cuando no se puede -ni se quiere, por un sentimiento indiscutible y por responsalidad adulta- dejar a un lado a la familia para esbozar unas cuantas letras a diario? El deseo está ahí, la capacidad de elección también, pero la libertad plena y absoluta para poder llevarla a cabo, no.
Podría seguir enumerando ejemplos hasta el día del juicio final: el de aquellos que eligen la senda literaria con el deseo de transmitir y llegar al corazón de los demás haciendo filigranas preciosas con las palabras e invirtiendo en ello su esfuerzo y sus ilusiones, y acaban perdidos en el entramado del mercado de las letras sin control alguno sobre sus propias obras por tener que ajustarse a las pautas marcadas por editoriales a las que no les mueven ni por asomo los mismos intereses; la del bloguero amante de la lectura que pierde el interés por compartir impresiones con sus afines al sentirse indirectamente coaccionado por la forma de proceder de los demás; el amante de los deportes que ve en su práctica la válvula de escape al hastío de su vida cotidiana y al estres laboral y ha de abandonarlos para siempre por una dolencia física que le impide hasta ponerse en pie; el del poeta de sensibilidad sublime que quiere ser trovador de la belleza y ha de guardársela para sí mismo porque nació en la época equivocada, porque el romanticismo ya es cosa del pasado y ahora lo que priva son los mensajes de correo electrónico y el whatsapp; el defensor de lo justo que creyó nacer para cambiar el mundo y ha terminado apaleado, insultado, rechazado y al final, resignado ante el entramado político imposible de sanear.
Tengo la impresión de que nuestra misión en la vida es aprender, aprender y aprender, basándonos en las experiencias y en las relaciones sociales que factores por completo externos han trazado para nosotros, como si fuéramos marionetas moviéndonos en un mundo de locos. Y con la libertad justa para elegir entre un dulce o una tostada, entre una novela histórica o de género erótico, entre teñirse de rubio o en color caoba... Y aun así, si ante cualquiera de estas minúsculas y anodinas elecciones nos paramos a reflexionar a fondo, tampoco estoy segura de no haber elegido el dulce por cuidar la estética de nuestro físico, el tinte rubio para no escuchar que carecemos de inteligencia y la novela erótica por temor a que nos cataloguen de "salidas" o de mujeres fáciles.
Por mucho que intente rebelarme, hay días en que me siento presa, como un pájaro en libertad con las alas cortadas, víctima de las circunstancias y sometida al yugo de muchas necesidades creadas por nosotros mismos, un sentimiento que contradice a quienes se empeñan en asegurarme que somos dueños absolutos de nuestra propia vida.
¿Y vosotros? ¿Sentís que sois libres?
¿Y vosotros? ¿Sentís que sois libres?
Lo has clavado! Y no, no me siento libre. Me siento como tú. ¿De verdad adoptamos una decisión o es la decisión la que nos adopta a nosotros...?
ResponderEliminarBesotes!!!
Pilar, que miedo me ha dado leerte, en sentido que tienes razón en todo lo que dices. Me ha hecho recordar a aquello puritanos que llegaron en el Mayflower y que creían a pies juntillas en la predestinación. La cosa no ha cambiado desde entonces. Besos.
ResponderEliminarEl poder ser libres es algo que todos deseamos, pero por miles de factores como tú bien dices llegamos a ser presas de la sociedad, de las obligaciones y del tiempo, ese gran factor que siempre va en nuestra contra.
ResponderEliminarBesitos
Tu libertad termina -me dijeron hace años- donde comienza la de quien tienes al lado. Y me pareció un concepto ámplio, hoy veo que no lo es. Presos de normas, saberes, conciencias, obligaciones, deberes,..
ResponderEliminarQuién no quiere ser libre? Otra cosa es que eso sea posible
esos