PRÓLOGO
Cuántas veces habremos escuchado que cada cual debe
actuar como siente que ha de hacerlo, sin importarle la aprobación o la condena
de los demás. Pero tal afirmación es cuanto menos ilusoria, una sencilla utopía
que pretende calmar la conciencia sin conseguirlo. El dolor causado con nuestra
actitud a quienes amamos se vuelve contra nosotros como un búmeran envenenado y
no nos deja vivir en paz. Quizás por ello se haga necesario confesarse,
exorcizar los demonios dándoles forma y mostrándolos al exterior para que dejen
de corroernos por dentro, redimir las culpas que sentimos tener, aunque a lo
largo de los años nos hayamos repetido de manera incesante que hemos sido un
producto de las circunstancias, que nuestra libertad de acción se ha podido ver
condicionada por causas ajenas a nuestra voluntad. Nos mueve la necesidad de
restablecer el orden, de colocar los afectos en su justo lugar, tanto los
nuestros como los de aquellos que nos rodean y cuyas vidas se entrelazan con la
nuestra, víctimas de las acciones y desafortunadas decisiones, de la mentira
construida para paliar el dolor de la realidad.
Esta es nuestra historia. Una historia de
la que no solo nosotras somos protagonistas. Porque la vida, tal cual se dice,
es una gran obra de teatro. Y todo aquel que entra en escena tiene sus propias
razones para sentir, para pensar, para actuar, para vivir.
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