No sé cuánto tiempo llevo participando en esta iniciativa, a veces soy nefasta para calcularlo, será por aquello de que lo bueno me parece efímero y lo malo, infinito; pero sí puedo afirmar que lo hago desde el principio, desde que a Ana Kayena Gómez se le ocurriera la feliz idea de hermanarnos por Navidad y por el Día del libro en esta iniciativa tan bonita y de la que tanto disfruto. Y aquí sigo y seguiré, porque el contacto con esta blogosfera maravillosa que tanto me ha dado -y me sigue dando- no quiero perderla por nada del mundo, aunque el tiempo me venga corto y el estrés pulule a mi alrededor haciendo estragos e intentando darme miedo, como si fuera el mismísimo Fantasma de la Ópera. Tal vez no sepa que ha dado con un hueso duro de roer.
Me apunté a esta edición de Sant Jordi nada más ser convocada, como si se fueran a terminar las sillas y temiera quedarme sentada en el suelo y me fui a la calle a buscar la novela que quería regalar; porque he de confesar que tengo un verdadero problema para desprenderme de alguno de mis libros: si me han gustado, quiero guardarlos como oro en paño; y si no me han gustado me da cargo de conciencia regalárselo a quien me toque, porque es como desearle que tenga una mala lectura como la tuve yo, aunque soy plenamente consciente de que para gustos... colores, y que el hecho de no haberla disfrutado yo no significa que no lo hagan los demás. Tal vez si supiera de antemano a quien va dirigida, podría decidir sobre tal cuestión, pero como es sorpresa...
Así es que decidí buscar en estantería ajenas y, por esta vez, opté por elegir una novela negra a sabiendas de que es un género que gusta de forma mayoritaria -en esa intención perpetua de sacar a flote la sonrisa de mi destinatari@-, para enviarla junto a una rosa que había olvidado por completo que debía regalar también; por más que intento estirar el cerebro y la memoria como si fueran gomas elásticas, creo que estoy llegando al culmen de su resistencia, y empiezan a almacenar ciertas cosas en el trastero mental al que rara vez accedo si no es por una llamada de atención potente, como la que vi a través de face cuando alguien subió la imagen de su regalito envuelto y su rosa maravillosa preparada para salir. Entonces me hice con los trastos necesarios (al estilo Meg Creatore) para hacer una con mis manitas a base de fieltro, hilo y aguja, a modo de marcapáginas casero repletito de cariño. Y cuando ya creía tenerlo casi todo (a falta del detallito final que siempre envío en función de quien me toca), recibí el mail de Ana con el nombre de mi querida destinataria: Yolanda Rocha Moreno, mi querida Yolanda "Moreno Sister", mi madrecita del face (porque mira que me resulta tierna) a la que tengo un cariño especial por muchas cosas que no es cuestión de ponerme aquí a relacionar. Sentí que el corazón y la mente se aliaban contra mí listándome a la velocidad de la luz detalles de su vida y de sus gustos, de los que podría hacer uso para dedicarle un relato personalizado que le pudiera gustar. Así es que el envío fijado para el lunes se fue al traste, porque debía poner a funcionar el coco para que saliera algo decente a lo largo de la mañana siguiente, mientras los papeles del trabajo levantaban ambas manos diciéndome "¡¡estamos aquí, estamos aquí!!", sin que yo les prestara más atención de la justa. Su reacción y la ilusión con que acogido mi regalo han sido para mí como un atracón de chocolate, o tal vez mejor.
Y tocó esperar para saber quién me regalaba a mí y qué libro venía de camino. Otras veces he indagado y jugado al descarte como el señor Holmes para adivinar de dónde procedería mi paquetito. Pero esta vez me dije que quería sorpresa absoluta. Y me la llevé. Primero, porque llegó a tiempo; y segundo, porque el nombre que encontré en el remite correspondía a otra bloguera a la que también tengo cariño, a una lectora excepcional, a una defensora a ultranza de la cultura en todas sus vertientes, a una amante de las letras con mayúsculas: mi querida salmantina, Sara Montero Dueñas, a la que también tengo cosas que agradecer, entre ellas que me tendiera su mano con los relatos o que anunciara mi intrusión en la novela a primeros de este mes, pero también que me descubriera una de las lecturas que más he disfrutado de las que he leído en este último tiempo: "La ciudad de los ojos grises", de Felix Modroño, que me envió como regalo adicional a la novela que había ofrecido en una anterior edición del bloguero en la que también tuve la gran suerte de tocarle.
En esta ocasión, mi paquete incluía una novela que pinta genial, "La curandera de Atenas" de Isabel Martín, junto a una rosa preciosa, hecha con esmero en punto de cruz. ¡Qué paciencia, si yo tuviera que sentarme a hacerla, tendría que luchar contra los pinchazos en el culo que me impiden estar sentada mucho rato para otros menesteres distintos al trabajo o a escribir! (bueno, vale, para bloguear y feisbuquear, reconozco que solo me pinchan unas cuantas, como una o dos, no más, jajaja). La rosa venía pegada sobre una cartulina negra. Sara dice que estaba concebida para actuar como marcapáginas, pero como ya es mía y puedo hacer con ella lo que quiera, he decidido ponerla en un marquito de fotos para que luzca bien, porque un trabajo así no puede quedar oculto entre las páginas de un libro, por muy amante de la literatura que pueda ser yo. Aquí os pongo la foto para que la disfrutéis, pero solo de vista, lo demás me lo reservo para mí, jajaja.
Gracias, Yolanda, por emocionarte!
Gracias, Sara, por tus regalos!
Gracias Ana por quebrarte la cabeza y embarcarte en este embrollo con tila o sin ella! Yo ya te he dicho que si necesitas manos que te ayuden para próximas ediciones, te mando las mías cuando me las pidas; eso sí, devuélvemelas que tengo la fea costumbre de usarlas a diario :)
Un beso para las tres!! Y a tod@s vosotr@s, hasta la proxima!! Espero que nos volvamos a encontrar!