Me gusta controlar mi vida y lo que
sucede en ella, elegir el cuándo y el cómo quiero que ocurra, hacerlo rodar a
mi ritmo, aceptar la ayuda de los demás y agradecerla, pero siendo yo la que
tome la última decisión. Me gusta planificar al detalle las empresas
importantes que decido abordar en la vida y dejar un punto de locura
improvisada a las causas menores que no condicionarán mi futuro en ningún
sentido. Me gusta aprovechar el tiempo al máximo, encajarlo todo como un puzle
para sacarle el mayor partido y detesto que me rompan los esquemas inútilmente.
Me gusta la autonomía, la independencia, aunque el trabajo en equipo también me
agrade en ciertas ocasiones, siempre y cuando las decisiones del mismo se tomen
de forma consensuada y guiadas por intereses comunes. Me gusta ayudar sin
esperar nada a cambio, pero detesto que se aprovechen de mí como si fuera un
objeto al uso sin corazón. Acepto mis propios fracasos, pero no soporto la
impotencia que me producen los mismos cuando estos se deben a la falta de una
implicación ajena de la que dependo, por mucho que la comprenda.
Sin embargo, he aprendido que hay
cosas que ocurren cuando tienen que ocurrir, no cuando nosotros lo deseamos.
Que suceden en función de las circunstancias y no en función de nuestra forma de
ser y de actuar. Que hay situaciones sobrevenidas de cierta entidad que salen
mejor cuando no las esperamos, cuando hemos dejado de planificarlas con
tantísimo detalle. Que a veces se puede llegar a agradecer que alguna
improvisación rompa esa cuadriculación perfecta de la mente, porque puede
aportarnos relax suficiente para seguir trabajando después con más fuerzas. Que
delegar en los demás y dejarnos llevar también puede ser una fuente de respiro
al eximirnos a nosotros mismos de la responsabilidad completa del resultado
final. Que no todo depende de nosotros, sino también de nuestras
circunstancias, y que éstas pueden condicionarnos en mucha mayor medida de la
deseada. Que cualquier persona o cualquier cosa puede dar un vuelco a nuestros
proyectos en cualquier momento, para bien o para mal, y que debemos estar
preparados para disfrutarlo o para capearlo como una mala tormenta sin dejarnos
desmoronar.
Me resisto a dejar de ser como soy.
Pero intento no obcecarme en ello y aprender día a día el funcionamiento de
esta vida y, sobre todo, de la sociedad en cuyo seno nos ha tocado vivir.
Equilibrio entre ambas cosas, esa es
la clave a buscar. Y paciencia. Aunque me consta que de esta –en el
fondo, en el fondo- tengo bastante más de lo que parece.
¡¡Buenos días y feliz lunes!!
Qué lindo!!
ResponderEliminarEquilibro y paciencia, tan necesarias en la vida...
ResponderEliminarBesotes!!!