Raquel abre los ojos con la respiración entrecortada, un golpe metálico la ha extraído del sueño excitante en que se hallaba inmersa. Tenues rayos de sol se filtran a través de la persiana, bañando de claroscuros su cuerpo apenas cubierto por su ropa interior de satén. Con lentitud, extiende la mano, palpando el lado derecho de la cama para buscar a David y continuar con él lo que en su sueño acababa de iniciar con un extraño provocándole un resquicio de humedad entre sus piernas. Está vacía. Las sábanas frías y el murmullo procedente de la cocina revelan que él se encuentra allí desde hace rato, dando una mano de pintura al techo como habían acordado el día anterior.
Notando aún los pálpitos en la sien, se incorpora y se dirige al baño descalza, dedicándose unos minutos para observarse de arriba abajo en la luna del espejo. Su cuerpo estirado por las horas de sueño luce unas curvas trazadas con exquisitez que no duda en exponer aun más bajando ligeramente los tirantes estrechos y la tela del sujetador semitransparente y desplazando los bordes externos de su pequeña braga para adentrarla entre sus nalgas, prietas y redondeadas. Alborota su cabello con los dedos y pone unas gotas de perfume a ambos lados de su cuello permitiendo que resbalen hasta impregnar sus pechos, y retoca la máscara de sus pestañas y la línea negra pintada en sus ojos desde la noche anterior.
Sus pasos sigilosos le permiten postrarse en el quicio de la puerta para observar la silueta escultural de David encaramada en la escalera, antes de que él se percate de su presencia. Vislumbra con detalle sus muslos bronceados, el centro de su deseo enmarcado por las costuras adicionales de sus boxers ajustados y los trazos de su musculatura fornida y atrayente aflorando por su vieja camiseta sin mangas y de largo recortado. Ella abre los ojos con el deseo encendido, incrementado ante la visión de unas diminutas gotas de pintura que, salpicando su pelo, le infieren un atractivo aún mayor de maduro interesante.
Raquel carraspea para hacerse notar. En un derroche de sensualidad se recuesta sobre el marco de la puerta y muestra su exuberancia con los labios entreabiertos, humedecidos por el pasear constante de su lengua. Los ojos de David se posan sobre ella y su boca esboza una sonrisa acompañada de un "buenos días" apenas perceptible; ha perdido la voz al verla acercarse con mirada libidinosa, envuelta en el dulzón aroma que tanto lo excita. Hace amago de bajar, pero Raquel lo retiene mientras le ordena con mirada lasciva seguir pintando. Él vuelve a izar el rodillo embadurnado de blanco con la concentración perdida, mientras ella se coloca al pie de la escalera frente a él, sorteando el puente metálico para poder desplazar sus manos con libertad plena y ascender con suavidad por la cara interna de sus muslos hasta el nexo de unión, que comienza a tornarse prominente ante las caricias y la estampa turgente de Raquel que puede verse desde lo alto. Sus dedos femeninos inician bajo la tela flexible con destreza la búsqueda de una piel aterciopelada cada vez más estirada y recorren su largo contorno una y otra vez con sus yemas entrenadas. La respiración acompasada de David comienza a alterarse ante la excitación de su sexo y la mirada provocativa de Raquel, que no está dispuesta a parar.
David suelta el rodillo en el interior de la lata y se agarra momentáneamente al arco de la escalera para desprenderse de sus bóxers con agilidad. Y permanece inmóvil, de pie sobre el último peldaño, con sus caderas a la altura del rostro de Raquel que ya ha comenzado a acariciar efusivamente sus nalgas aproximándolo a ella. Él inspira, retiene el aire y exhala una bocanada al notar el roce de sus rodillas con los pechos desnudos de su chica, y su sexo enarbolado perdiéndose en su maravillosa oquedad oscura.
Sintiendo alterado el equilibrio y ante el deseo de dar ocupación a sus manos ociosas, David detiene la acción por un momento y baja, apartando la escalera con brusquedad, rodea a Raquel por la cintura y la oprime contra su cuerpo deslizando las manos por su espalda, por su vientre, pellizcando sus senos con fuerza hasta sentir el deseo irrefrenable de poseerla allí mismo.
En un impulso desbocado, agarra la braga y la desgarra lateralmente haciéndola caer al suelo, la obliga a abrir las piernas y posando ambas manos bajo sus nalgas la eleva hasta colocarla a horcajadas sobre sus caderas. Raquel, excitada, rodea su cuello con los brazos y lo besa con furor, mordisqueando sus labios, explorando su boca con ansia, mientras él camina con ella hasta la encimera donde la deja caer. La frialdad del mármol, en contraste con el calor de su sexo, la estremece erizándole la piel. Ella se retrepa hacia atrás y abre aún más las piernas esperando recibirlo, mirándolo a los ojos sin musitar palabra, ahogando los gemidos que sin lugar a dudas vendrán después. David la observa complacido y desliza las manos por su cuello, por sus senos, por su cintura y por sus caderas, hasta tirar de sus piernas para colocarla al borde de aquel improvisado asiento con la intención estudiada de dejar accesible el camino por el que adentrarse en ella con ímpetu sublime, hasta alcanzar el éxtasis en una exhalación conjunta.
Él permanece de nuevo inmóvil unos minutos, sin salir de aquella entraña cálida que lo acoge, con el sudor enfriando sus cuerpos y a la espera de recobrar el aliento y recuperar en parte el compás de la respiración. Raquel recorre con sus uñas largas y esculpidas las vertebras excitadas de David, sus dorsales torneadas, sus bíceps aún tensados, la nuca postrada al reposar la cabeza sobre el hombro. Un nuevo vaivén comienza con sutileza; un nuevo arranque a velocidad lenta que amenaza con tornarse acelerada de un momento a otro, no sin antes hacerla bajar de donde está sentada para girarla hacia la pared, y que la mirada de David alcance a ver ahora su espalda y sus nalgas en cada uno de sus arrebatos.
Cierro el libro y tomo aire, este capítulo ha sido lo más. Me avergüenza decirlo, pero estoy excitada, nunca había leído erótica por considerarla obscena, pero esta historia romántica me tiene absorbida imaginando un sueño que quiero reproducir en mi vida ahora que la madurez ha revolucionado mis hormonas y tengo la libido a flor de piel. Voy a dejarme de ñoñerías, de practicar este amor de aguas calmas como si fuera un vejestorio sin atractivo alguno, mi vida pide a gritos un soplo de aire fresco. Quiero sorprender a Pepe, vivir con él experiencias nuevas que nos exciten, como a los protagonistas de estas novelas que tengo intención de seguir leyendo.
Agudizo el oído y escucho un sonido metálico procedente de la cocina. ¡Esto no puede estar pasándome a mí! Pepe se ha decidido por fin a cambiar la maldita bombilla que me recuerda a una discoteca de feria cuando cocino. ¡Esta es mi oportunidad!
Doy un salto de la cama y me adentro en el baño con el corazón bailando. Enciendo los halógenos dispuestos en el techo y recibo una lluvia de luz que me ilumina el cuerpo, y los pliegues y arrugas que habitan en él… también. Me observo por mitades en el espejo de la pared con el nuevo conjunto de lencería burdeos que compré en el merca tres días atrás. No queda mal, aunque en mi caso, las curvas de mi cuerpo se asemejan más a los escalones del porche que a las líneas exquisitas de la prota del relato. Me estiro lo que puedo para evitar los surcos que dividen mi abdomen en franjas horizontales y acomodo mi braga para parecer más sensual, pero no encuentro el lugar perfecto donde acoplarla, tal vez sea demasiado pequeña: el rebrote de grasa que rodea mis caderas aflora igualmente la ponga donde la ponga, por lo que decido reliar el borde y adentrarla entre mis nalgas para exhibirme sexy, dejando al descubierto los hoyuelos que alguien bautizó con mucha bondad como piel de naranja, y que están metamorfoseando a cráteres del Vesubio a paso veloz. Pero no me importa, me consta que a mi Pepe le gusta mi culo; él dice con voz de encanto que así blandito se coge mejor.
Espeso mis pestañas con algo de rímel y pinto mis labios de rojo pasión. Deslizo los tirantes del sujetador, aparto la blonda, humedezco mis senos con unas gotas de mi perfume más preciado (el único que tengo) y avanzo con paso sexy y la respiración cortada para mantener el tipo hasta dejarme caer en el quicio de la puerta con pose insinuosa. Pepe está a lo suyo y no me ve. Carraspeo para llamar su atención y siento un cosquilleo nervioso por el cuerpo, una mezcla de rubor y excitación ante lo que será la mirada y las primeras palabras de Pepe cuando me vea.
—¡¡Niña, joder, que te van a ver los vecinos, que está todo abierto!!” –exclama él, mirando hacia la terraza como un poseso.
Ignoro su comentario; ya estoy acostumbrada a esos celos que tanto me gustan y que me hacen sentir solo suya. Lo miro de arriba abajo y mi pulso se acelera: los remolinos de su pelo cano, su rostro anguloso con barbita de ocho días, su pecho mullido donde arrebujarme para dormir, el flotadorcillo que protege la tableta de chocolate para que no se derrita, sus muslos velludos con caracolillos perfectos..., y los slips ausentes bajo el corto pantalón deportivo que lleva puesto, cuya redecilla recoge mi fuente del placer como un nido de ave.
Avanzo con hambre de sexo hacia la escalera en la que está encaramado. El plafón de cristal se resiste y eso me da tiempo para imitar a mi admirada Raquel recorriendo los muslos de mi marido hasta adentrar las manos bajo la tela del pantalón con todo el erotismo de que soy capaz.
—¡¡Coño, que manos más frías tienes!!
Su exclamación me asusta, pero continúo, metida en mi papel de hembra erótica. Los bordes de la redecilla están clavados en sus ingles, por más que intento no puedo introducir los dedos para acariciar su sexo, así es que, sin perder mi sonrisa lasciva deseosa de correspondencia, comienzo a masajear su entrepierna para insuflarle la sangre que noto que le falta aún.
—Niña, estate quieta —dice con la vista clavada al techo intentando encajar la bombilla nueva sin conseguirlo—. ¡Niñaaaaa, mira que este no es sitio, que me va a dar un calambrazo de narices y me voy a quedar tieso, estate quietecita ya!
Me mira algo sorprendido y sonrío, sin pronunciar palabra. Dispuesta a seguir con mi empresa, tiro hacia abajo de la prenda que lleva puesta para liberar el falo que me vuelve loca. No hay manera. La boca comienza a resecárseme de mantener los labios entreabiertos y la sonrisa clavada. El pantalón no cede. Con voz sensual le advierto que no puedo deshacer el nudo que los sujetan a su cintura y que necesito ayuda. La magia del momento se rompe ligeramente durante la lucha encarnizada que aquel nudo de marinero hecho a conciencia nos hace librar. Mis dientes toman el mando y mi respiración se vuelve a agitar cuando por fin cede y puedo deslizar el pantalón corto por sus piernas con lentitud. Su sexo aparece ante mí y me detengo, extasiada. Lo veo moverse con cada pálpito, izándose con esfuerzo en cada pulso hasta alcanzar la horizontal. Lo tengo justo frente a mi rostro, me sudan las manos, no sé qué hacer. No me he visto nunca en tesitura tal y me da cierto rubor acercarme a aquello para engullirlo a plena luz del día. Con mi bloqueo mental no reparo en que he dejado los pantalones de Pepe medio enredados en sus tobillos, trabados en una de sus zapatillas que no los deja salir. Me pongo nerviosa cuando observo que está braceando en el aire para mantener el equilibrio que ha perdido por mi hazaña erótica.
—¡¡Menuda hostia me voy a dar con tus inventos, María, que este no es sitio, te lo estoy diciendo!! —advierte mientras baja de la escalera blanco como la pared-. ¡Anda, vamos p'allá!
—No, en la cama no, Pepe, aquí. ¡Tómame aquí!
¡Por fin reacciona! Mi marido reacciona y sucumbe a mis encantos sensuales sin dilación. Sigo acariciando su abdomen, su pecho, su nuca, su pelo... Él dirige sus manos hacia mi braga de encaje para bajarla (me estoy clavando el borde de la encimera en la espalda, pero mi excitación sublime no me permite quejarme).
—¡¡Rómpelas, Pepe!! —le ruego solícita imaginando al espécimen de David haciendo aquello con las bragas de Raquel.
—¡¿El qué?! —pregunta sorprendido, parando en seco la maniobra—. ¿Que las rompa? ¡Pero si son las nuevas, ¿no te las compraste el viernes?!
—¡Desgárralas, Pepe! —insisto con los labios secos.
Mi marido agarra la prenda con las dos manos y da un tirón seco sin éxito. Vuelve a intentarlo mientras me clava el resto de la prenda en la entrepierna con el tirón.
—¡¡Joder, con las bragas del merca, pues sí que resisten!!
Hace un tercer intento con fuerza desbocada de gladiador romano mientras yo cierro los ojos por temor a que el hematoma de la costura opuesta se instale en mis caderas durante un mes. Al fin lo consigue y una sonrisa aflora a mi rostro. ¡Lo estoy consiguiendo, estoy recreando fielmente la escena que acabo de leer!
—¡Me he hecho daño, hostia! —vocifera mirándose los dedos.
Me apresuro a tomar su mano entre las mías y las acerco a mi boca. Las beso y las recorro con la punta de la lengua para suturar las marcas de la costura. Un escalofrío me recorre el cuerpo, ¡hasta estoy improvisando, Dios! Rozo su miembro y me abro de piernas sin dejar de mirarlo. Tomo sus manos de nuevo y las sitúo bajo mis nalgas.
—Levántame, Pepe -le ordeno con voz ronca.
—¡Que yo no estoy pa' estos trotes, María, que estoy muy mal de la espalda. ¿Y si seguimos ya en la cama? —sugiere con un deje de resignación.
—Venga, Pepe, hazlo por mí, yo te ayudo.
Flexiono las rodillas ligeramente y me impulso hacia arriba al tiempo que él me sujeta por el trasero. Me encaramo a sus caderas como un chimpancé huérfano, cruzando las piernas a su espalda para no caer, porque noto como me voy escurriendo poco a poco sin remisión. Me apresuro a señalarle la encimera, besándole el cuello con pasión.
—Ahora, siéntame aquí, Pepe, y fóllame.
Aquel verbo hecho carne resuena en la cocina como una bomba. Con lo erótico y excitante que queda en boca de Raquel, en la mía ha sonado a pilingui barriobajera sin sentimientos ni corazón. Y yo quiero mucho a mi Pepe, bien lo sabe él. Pero ha debido de sonarle igual que a mí, porque aún sigue mirándome, a pesar de encontrarme ya a la altura casi de sus rodillas con las piernas todavía cruzadas por detrás de él para no terminar de caer del todo. Finalmente, se recompone sin decir nada, mi obscenidad lo ha dejado mudo. Hace un esfuerzo colosal por levantarme de nuevo y con total brusquedad me deja caer de nalgas sobre el mármol de la cocina. Cientos de diminutos pinchazos se clavan en mi piel como agujitas afiladas.
—¡¡Cago en la madre que parió al niño!! ¡Le he dicho mil veces que recoja las migas de pan de la encimera cuando se haga el bocadillo, y nada, ni caso! —grito enfadada por aquella invasión vaginal de levadura.
Me bajo de un salto, sacudo las migas y me subo de otro. Las interrupciones... cuanto más cortas mejor. Me alboroto el pelo, sonrío de nuevo como si nada hubiera pasado y desplazo el culo por la encimera hasta colocarme en el borde. Me mantengo erguida (en el primer intento de retreparme hacia atras como hizo Raquel me asesté un golpe en la cabeza con el tirador de la vitrina, ella debía tener la pared libre) y abro las piernas invitando a mi marido a que me posea. Pepe se aproxima entusiasmado, con ojos de deseo encendido (no sé si es por mí o porque quiere que termine ya el numerito de una vez).
No lo encuentro. El sexo de mi marido se ha perdido bajo la encimera, su metro sesenta no le permite estar a la altura de mi entrepierna para poder encajar nuestras piezas y componer el puzle que tanto ansío. Lo veo empinarse, ponerse de puntillas para ganar unos centímetros de altura, como los perrillos de diferente raza cuando quieren copular.
—¡Que no llego, María! —dice agobiado.
—El banquete, coge el banquete pequeño que uso para alcanzar los tarros.
Pepe resopla, es un sol. Por más que proteste, en el fondo sólo desea complacerme, estoy segura de que nuestra vida sexual a partir de ahora será distinta, más rica, más excitante, más...
Su primera embestida evapora mis pensamientos, hace que flote a la estratosfera, que me sienta Raquel, una diosa del Olimpo en brazos de mi Adonis particular, que viva un sueño, que cumpla con mis deseos de ficción sin preocuparme para nada por la realidad.
—¡¡¡El condón!!! ¡¡Pepe, el condón!! ¡Que no te has puesto condón, Pepe!
—¡Pero cómo me voy a poner condón si no has parado de decirme lo que tenía que hacer! ¿Ves? Si lo hubiéramos hecho en la cama como Dios manda, habría caído en la cuenta del globito. Pues... tú dirás...
—¡No importa, sigue, cometamos una locura de juventud!
—Te recuerdo que la última locura de juventud se llama Lola.
No escucho lo último que dice, me dejo llevar por sus impulsos desbocados, medidos a conciencia, eso sí, para no caerse del taburete que cada vez cruje más, pero deliciosos. Mi pulso se acelera al compás de sus gemidos de toro de Mihura, sin importarnos las miradas de vecinos envidiosos de nuestra pasión. Hasta que llega al éxtasis y echa el freno con más eficacia que el ABS. Yo aún estoy a medio gas, necesito algo más, dos, tres..., cuatro empujoncitos más. Pero acaba. Se retira exhausto, se baja del pedestal y busca sus pantalones con el cordón destrozado por el suelo de la cocina.
—Otra vez, Pepe, no te vayas, tómame otra vez —suplico apasionada.
—¡Sí, vamos, que te crees tú que esto se recupera tan pronto! Además, son las siete cuarenta y cinco, a las ocho empieza el partido de la Champions y tengo que ir a por cervezas. Esta noche repetimos, ¿vale, pichoncito?
© Pilar Muñoz Álamo - 2013
Maravilloso y muy divertido relato. Pero qué te voy a decir que no sepas ya. Me ha encantado. Felicidades!!! Un besazo.
ResponderEliminarLo he pasado genial, me encantó.
ResponderEliminarNo es que sea bueno, Pilar, ¡es buenísimo!, y está genial escrito. Lo que me he reído en la segunda parte. Oye, qué apañado ese Pepe, ya lo creo.
ResponderEliminarLeyéndote me he acordado de cuántas escenas parecidas se habrán dado en el mundo desde que se publicaran las Sombras de Grey.
Me he divertido mucho. Gracias.
¡Buenísimo!!!. Cualquiera que me vea va a pensar que me falta algo, jajajja, yo sola aquí en casa, riéndome a carcajadas.
ResponderEliminarQué risa con esta historia a lo "Escenas de matrimonio", jaja! Impecable la primera parte y la segunda divertidísima.
ResponderEliminarBesotes
Me has alegrado la mañana del lunes. Un besazo. M.C. Moreno
ResponderEliminarExcelente!!!! relato, me ha encantado. Felicidades!!. Nena
ResponderEliminarPilar, lo que me he reído, entre lo erótico y lo simpático que es el Pepe, y lo bien que se se prepara la escena la protagonista, vamos, bordado.
ResponderEliminarGracias por compartir.
Rosa.
Es sencillamente genial. Su lectura me ha provocado una ereccion, casi no me lo creo! Cuando empiezo a creérmelo me has hecho bajar de mi nube poco a poco, partiendome de risa. Gracias
ResponderEliminarSoy el anonimo de antes. Estoy leyendo Mujeres de Bukowski, buscando inspiración. Si no lo has leído te lo recomiendo. Es una visión distinta, irreverente, del Sexo y, como no, de vosotras, mis diosas y mis musas
ResponderEliminarPues lo tendré en cuenta. Contar con diferentes puntos de vista y una perspectiva distinta a la habitual siempre enriquece a la hora de crear nuevas historias. Gracias.
EliminarQue bueno Pilar y que divertido, me he reido mucho, seguro que esta escena es muy comun en los hogares de todas las lectoras de literatura erótica, entre las que me incluyo
ResponderEliminarjajaja pilar! que genia! como me reí!
ResponderEliminarimpecable! las dos partes son increibles! lo del error de juventud me ha copado bastante. un abrazo. voy a seguir leyendo tus relatos. son lo mas!
La juventud es un lado muy curioso de la vida y es muy cómico lo que relatas aquí, es verdad me encanta. Buen relato.
ResponderEliminarInvito a los interesados a leer una obra mía que estoy promocionando lo agradecería mucho.
bboybox.blogspot.com/2014/10/vuelta-casa-capitulo-xv.html
Madre mía, he llegado más de un año tarde al relato, Pilar, pero estoy llorando de risa y hace un rato que lo terminé.
ResponderEliminarGenial!!
Buenos días!! He llegado al relato a través de Mayte, me ha encantado, sin poder parar de reírme, intentando no despertar a la familia, que los tengo a todos alrededor. Gracias
ResponderEliminarMuy divertido y real. Por eso triunfa la romántica erótica:a las mujeres nos gusta soñar. ;-) Gracias
ResponderEliminarLo había leído, pero no sé por qué no había dejado mi comentario. es magnífico, de principio a fin y ese Pepe y esa Maria, son un lujo literario ;-) Felicidades
ResponderEliminarBuenísimo, Pilar, y qué divertido. María y Pepe dan para una saga.
ResponderEliminarBueno no, lo siguiente. Panzada de reír. Besos
ResponderEliminarAl fin he podido leerlo. Tenéis razon en todos los comentarios. Sencillamente genial, Pilar.
ResponderEliminarMuy bueno,al principio parece una historia de esas de literatura, pero la segunda parte deja claro la realidad tal y como es.
ResponderEliminarTe felicito