En este banco del parque me declaraste tu amor, en una noche preñada de luna llena, ¿te acuerdas? Yo era
una jovenzuela loca y tú un donjuán de tres al cuarto, descarado y
guapetón, pretendido por las mozuelas de
mi escuela y de mi calle a espaldas de sus papás, porque labia te
sobraba, pero te faltaban los billetes con los que conquistar sus corazones ignorantes de emoción. Yo rehuía tu
presencia por esa pose altanera y tu falta de humildad, creyente de que
tu cara bonita sería un pasaje hacia una felicidad soñada junto a una
dama y señorita como yo. Qué ilusa fui. No supe que al no mirarte me
convertiría en un reto, en una meta por conquistar. Que plantarías tu
bandera en mitad de mi corazón tras conquistarlo como Neil Armstrong la
luna. Sin podérmela arrancar en los once lustros que vivimos juntos. Ni
siquiera cuando me dijiste adiós.
Caen las hojas de los árboles y me acarician las piernas, con el mismo
roce suave con el que tus manos se aventuraban en esa época de juventud.
Los ojos encendidos, la boca prieta. Y el ansia por poseerme
cristalizando en tu piel. Qué sofocos me subían. Me palpitaba el pecho,
aunque no te lo confesara; no podía permitir que antes de nuestras
nupcias mancillaras mi virtud, que me pusieras en boca de las demás. Y
ahora río y descubro que fui tonta. Por acallar un instinto placentero
vetado sin argumentos por aquella sociedad; por ignorar esa naturaleza
animal que Dios nos dio para algo más que para procrear.
Ahora
tengo un pretendiente, a mis ochenta, mira tú. Me tiemblan las manos
cuando lo veo, pero no puedo asegurar que las mueva la emoción y no la
edad. Me toco el pecho y mi corazón no baila al pronunciar su nombre,
aunque me reconforta su compañía. ¿Acaso será por la soledad?
Dudo si quedé privada de sentimientos, si estos cayeron al suelo
dejándome las entrañas huecas como un árbol muerto, sin brotes nuevos,
sin savia alguna que los haga florecer. Si te los llevaste tú a ese
lugar sin nombre en el que me esperas.
Dudo si consentirle a este
nuevo hombre que me dé su amor. Si guardar tu ausencia, según me
educaron. Si dejarás de quererme por considerarlo traición.
Dudo si volver a sentarme en este banco, porque los recuerdos me matan. O dejar para siempre que las hojas me acaricien. Como si fueras tú.
© Pilar Muñoz Álamo - 2018
Tierno y escrito con un estilo delicado y elegante. Felicidades .
ResponderEliminarEnternecedor, Pilar. ¡Enhorabuena!
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