Llora. Con su frente sobre el cristal, haciendo que se confundan sus lágrimas con las gotas que por él resbalan. Llueve. Y un manto de grises lo envuelve todo, abarcando su corazón. Sus ojos vidriosos no alcanzan a perfilar el paisaje, pero lo siente, siente la bruma y los colores desdibujados dentro de sí. Los sueños deshechos. La mirada debilitada. Las fuerzas mermadas para poder seguir.
Llora. Y percibe el regusto amargo de la nostalgia sobre sus labios, del amor desvaído que resuena como un eco ahora lejano, del vacío en su alma, que ha quedado muda por un tiempo. La música calla. Solo a los acordes lentos se les permite sonar, porque el cuerpo está adormecido, no quiere bailar. Ni tampoco escuchar palabras que no provengan de su propia voz.
Llora. Desahogándose. Vaciando la pena que la corroe. Mientras se debaten sus pensamientos entre cerrar un cuento que ya acabó o darse una oportunidad en una batalla perdida. Llora mientras se pregunta a sí misma qué fue lo que falló. Sin saber que hay preguntas sin respuesta, porque el corazón no atiende a razones. Porque vive y se alimenta de latidos cuyo ritmo ni siquiera nosotros mismos podemos marcar.
Sigue llorando. Sintiendo imposible lo que tarde o temprano sucederá. Que las nubes dejarán de derramar agua, como harán sus ojos. Que el sol reaparecerá, dibujando en el paisaje colores bellos al fundirse con las gotas de rocío, devolviendo el brillo a sus pupilas al besar las últimas lágrimas que quedarán en ellas. Que de nuevo el cielo se tornará azul y su corazón rojo, a un paso tan silencioso y lento que no podrá frenarlo. Que la curva de su sonrisa ganará en profundidad y la música volverá a sonar, permitiendo que el cuerpo se meza, se agite y termine bailando como lo hizo antaño. Que levantará la cabeza y dejará de observar el suelo para mirar alto, para echar a andar con ademán decidido y paso firme, restablecida de unas heridas que habrán sanado y cuyas cicatrices le recordarán que es grande, valiente y fuerte. Que la alegría la aguarda en cualquier rincón. En el instante más inesperado. Y en compañía de la única persona que, de seguro, terminará devolviéndole la felicidad: ella misma.
© Pilar Muñoz Álamo - 2018
Qué gran final!
ResponderEliminarBesotes!!!
Soy nueva por aquí y agradecería q con sus comentarios me ayudaran a seguir. Muchas gracias. unlugaremoto.blogspot.com
ResponderEliminarHola, Pilar! Te sigo desde hace un tiempo. Me gusta mucho tu manera de escribir y lo que transmitís a través de ella. Este texto en particular es hermoso. Tiene mucha sensibilidad y habla de una metamorfosis continua por la que atravesamos. Seguiré leyendo. Y te invito a pasar por mi blog si lo deseás. Abrazos!
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