El fuego crepita, apenas interrumpiendo el silencio que dejaste. No puede calmar el frío que siento. Me acurruco en la alfombra, sentada en el suelo, recostada en el sofá desde el que solía mirar las llamas junto a ti cada domingo. Cruje la madera vieja de esta cabaña, impregnada, hasta su última astilla, de la pasión que compartimos a escondidas, del amor que yo te di. Observo apenada la puerta por la que marchaste y quisiera golpearla, por permitir tu huida... Siento que muero a pequeños sorbos, en cada día que pasa, en cada tarde de soledad frente a esta chimenea que guarda silenciosa nuestros secretos de amor. La razón me reprende. Y yo la acallo. Porque solo quiero escuchar a este corazón loco que baila y palpita en mi pecho cuando pienso en ti. A este corazón loco que me devuelve la vida. Las ganas de vivir.
Unos pasos me alertan. Sigilosos, temerosos. La emoción me ahoga al reconocerte aproximándote a mí, mirándome. Observo tu rostro e intento leerte. ¡¿Qué has venido a decirme?! Te brillan los ojos, destellan como nunca hicieron. No, calla, no digas nada..., lo sé. Te asusta perderme, tanto como yo a ti. Te sacudiste las dudas, como los árboles sacuden sus hojas en otoño… Y ahora regresas, anhelando encontrarme aquí.
Un suspiro vuela, revolotea cómplice entre tú y yo. Me adentro en tus ojos y navego por tu mirada calma, que me arropa y delata un sentimiento que me cautiva, que me sabe a vino dulce, que me embriaga y me invita a perder la noción del tiempo, del lugar en el que estamos para tomar conciencia de ti y de mí.
Despliego la manta que me envuelve y te invito a pasar dentro, a fundirnos piel con piel sobre la alfombra que nos acuna. Avanzas un paso, hundes tu cabeza en mi pecho y aspiras la estela del suave perfume con el que he estado esperándote cada tarde, cada noche, cada amanecer…, la fragancia que en él derramé para ti. Solo para ti. Mi pulso late. Siento como tu calor se expande acaparándome entera, como tus labios rozan mi cuerpo mientras mis dedos bucean entre tu pelo apresándote, dejando caer en él una llovizna de lágrimas manadas del corazón. Enamoradas. Apasionadas. Dulces como un vil veneno.
No me muevo. Quiero hacer perdurar este sueño que ahora vivo despierta, aun con los ojos cerrados. Un sueño de amor en el que desearía sentirte con toda intensidad: con mi boca estremeciéndote, con mis oídos escuchando tus gemidos derrotados, con mi piel erizada en los pechos, en mi vientre, en las yemas de mis dedos al tocarte y excitarte, aspirando tu aroma que me vuelve loca y que me atrae hasta ti... Pero no te atreves. Por vez primera no te atreves a rendirte, confesándome en silencio que no has venido a buscarme para saciar tu sed. Sino tu alma.
«Hazme el amor» —te pido, con un hilo de voz—. Y escucho como tu corazón palpita al compás del mío mientras posas tu frente sobre mi frente, mientras tu boca muerde mis labios en una caricia suave, mientras tu mano acaricia mis senos, que pierden la timidez ante quien se sabe dueño... Mientras se enarbola tu sexo y el mío se licua al sentirlo cerca, rozándose, reconociéndose, decididos a fundirse en arrebatos de placer.
«Llévame al cielo» —susurro—. Y mi cuerpo se curva ante las sacudidas rítmicas que tu pasión me provoca. Mientras me llenas. Mientras me abrazas. Mientras me muerdes y aseguras, al compás de tus gemidos, que me amas, que no me abandonarás.
Y te creo. Porque mi mente y mi corazón bailan juntos... Ahora, sí.
Te creo.
© Pilar Muñoz - 2015
Precioso, como todo lo que escribes.
ResponderEliminarBesos
Un relato muy bello, pleno de sensaciones
ResponderEliminarSaludos