Me acusan -desde el cariño- de volver locos a quienes tengo a mi alrededor, de cambiar de opinión escasas horas después de haber tomado la decisión que parecía más acertada, de tomar un rumbo y anunciarlo para acto seguido apearme del camino y tomar una ruta alternativa, que probablemente acabará llevándome -con mi beneplácito- hasta la que había dejado atrás escaso tiempo antes. Cualquiera diría que soy una cabeza loca. Pero no, más bien soy una cabezota, que aunque suene parecido su significado es bien distinto.
Son tantas las premisas, las hipótesis, las teorías y las decisiones que atraviesan mis neuronas a diario que contarlas todas resultaría insufrible para quien me escucha. Por eso callo gran parte de lo que cruza por mi mente levantando una densa polvareda que me nubla a ratos, aunque tal vez, para evitar volverlos locos como suelen decirme en tales ocasiones, probablemente debería callarlo todo. Sé dónde estoy y, en cada preciso instante, sé adónde quiero llegar. Pero las metas, mis metas, se las lleva el viento en cuanto las piso. Como un buen corredor de fondo, nada más atravesar el cartel de llegada apunto la vista hacia la siguiente etapa. Y me cuesta parar, me cuesta detenerme en el camino si no es para tomar aire y continuar. Un poquito más. Un poquito más.
Y es que todo sería más fácil si no engordaran mis pretensiones, pero mantenerlas a dieta me resulta imposible. Aspiraba a matar el gusanillo, pero ahora quiero matar serpientes. Deseaba transmitir ideas, pensamientos, perspectivas sobre la vida ancladas en mi cerebro desde hace años y opté por hacerlo a través de las letras, jurando y perjurando que yo sólo quería "contar" y no escribir por escribir; pero acabo de darme cuenta de que me gusta bailar con ellas, tomarlas de la mano y obligarlas a hacer piruetas a mi antojo para entonar una melodía que me llena de placer cuando la escucho. Me conformaba con volcar mis emociones sobre un papel por mera satisfacción propia; pero tocar la fibra sensible de quien me lee, hacerlo sentir a través de mis palabras, erizarle la piel sin tocarlo con la historia que le estoy contando se está convirtiendo en una adicción muy complicada de obviar.
Quiero, pero no puedo. Esa es la razón que provoca mis aparentes indecisiones. No me conformo con historias sencillas, me gustan complejas. No me conformo con actitudes mediocres, me gustan perfectas. Cuando el viento sopla del este y choca frontalmente con mis adversidades vitales y rutinarias quiero abandonar, venirme a menos, resignarme a llevar a cabo apenas un ápice de lo quisiera. Pero cuando el viento del oeste se pone en jarras y me da un soplido con rabia en mitad de la cara recojo amarras, levanto velas y dejo que los retos me empujen hasta hacerme caer de boca si es preciso, porque nada hay que me motive más que las causas imposibles, que los retos que puedan cuestionar mi capacidad de superación, de reajuste, de consecución de los logros soñados.
No soy irracional, mantengo los pies en la tierra. Soy soñadora a la vez que realista, profundamente realista. No soy utópica, soy consecuente con mis posibilidades de acción y de reacción. Por eso sé cuáles son mis límites y cómo se apellida mi mayor enemigo: "Escaso". "Tiempo escaso", es su nombre completo, alguien a quien dudo que pueda dar esquinazo por mucho que le ordene largarse o yo trate de despistarme. Por ello hay que hacer reajustes, focalizar los esfuerzos en un número menor de empresas si quiero alcanzar a algunas más grandes. Porque la lógica y la experiencia propia me hacen asegurar que un bidón de gasolina permitirá a un solo coche recorrer los kilómetros necesarios para alcanzar su destino, pero si decido repartirlo entre unos cuantos vehículos puestos en circulación es muy probable que casi todos se queden tirados en mitad de la ruta, sin que ninguno pueda llegar a buen puerto por carecer de energía suficiente para alimentarlos.
Prioridades. Sacrificios. Definitivos o tal vez temporales hasta que las circunstancias cambien. Ya no digo nada. Ya no me atrevo a asegurar ni a confesar nada. Porque la vida es una constante evolución y lo que hoy resulta ser lo más aconsejable o lo más maravilloso del mundo, mañana mismo podría dejar de serlo.
Tiempo al tiempo.
Un abrazo.