24 nov 2012

ESCRIBIR O SENTIR

   El tic-tac de un viejo reloj de pared resuena a los lejos, irrumpiendo en el silencio de la noche con un ritmo acompasado, hipnótico. La algarabía diurna hace rato que menguó su intensidad apagándose lentamente como una antigua lámpara de gas agotada por el uso, dando paso al crujido de los muebles que se estiran al dormir. La oscuridad cubre el mundo que subsiste al otro lado del cristal de mi ventana, apenas cortada por los ocres reflejos irisados que un par de farolas a duras penas irradian. Me asomo para ver el rostro de mis hijos con pulcra lentitud de movimiento, los de la bailarina de una caja de música de cuerda gastada, y compruebo que duermen, con las facciones distendidas, relajadas, con la respiración profunda, apenas adivinada por la elevación sutil de sus pequeños torsos, adentrándose en el mundo de los sueños. Apago las escasas luces que aún permanecen encendidas caminando por el piso sin apenas rozarlo, flotando ayudada por las musas que no tardan en aparecer. 

   Subo al desván y el aroma a madera centenaria me da la bienvenida. Cierro la puerta a mi espalda y sonrío feliz al sentir cómo me envuelve la mágica atmósfera literaria que habita entre sus cuatro paredes, que se transforman paulatinamente hasta llegar a conformar cada nuevo escenario, y cómo se tornan los colores que acompañarán a mi próxima historia: grises, para la tragedia;  rojos, para la pasión y para el amor; verdes, para la esperanza; azules, para la aventura infantil que desearía vivir hoy. 

   Me acomodo en mi vieja mecedora de anea y me dejo llevar por su vaivén hasta escuchar la voz de la protagonista a la que hoy me tocará encarnar, hasta poder sentir sus pálpitos en mi cuerpo, sus emociones en mi mente, sus sentimientos en mi corazón que late más aprisa a cada segundo que pasa. Cierro los ojos. Quiero vivir su historia, necesito vivir su historia para poder contarla. Y me voy sumergiendo en ella como en el fondo de un océano profundo, sin oxígeno, a cuerpo descubierto para sentir lo que ella siente, sin barreras ni cortapisas. Mi respiración se acelera, se detiene. Mis manos tiemblan y laten mis sienes. El sofoco me invade y da paso al frío que me provoca el miedo. Me oprime la angustia, y la razón, la fuerza y la valentía que terminan fluyendo acaban por liberarme. Mis músculos se contraen cuando la rabia los atenaza, y vuelven a relajarse cuando el calor de una mano amiga se brinda a ayudarme, a superar el trance que ante mis ojos se presenta hoy. Pasan las horas como un cúmulo de minutos de ritmo diferente, porque el tiempo en nuestras vidas no sigue el marcaje escrupuloso del reloj; circulan despacio en los malos momentos y a velocidad de vértigo si la felicidad  se ha decidido a acompañarlos. 

   Todo acaba. El entorno que me acoge vuelve a la esencia neutra que muestra si yo no estoy, las musas vuelan dejando la estela de su paso enredada en mi cabeza, los poros de mi piel se han impregnado al máximo de ese otro yo que acaba de usurpar mi ser. Es hora de abrir los ojos. Dejo entonces que manen las palabras como una fuente inagotable y multicolor, con el único fin de plasmar en un papel lo que podría perfectamente ser la historia de mi propia vida, mi experiencia personal, la vivencia de la que acabo de apropiarme y que me enriquecerá el alma de una forma tan real como cualquier otra. 

   Ahora soy consciente. Ahora soy consciente de que no es la escritura lo que de la literatura me atrae. Es el hecho de brindarme la posibilidad de huir de mí, de conocer nuevos mundos, de transformarme y sentir lo que de otro modo no podría sentir jamás, de conocer los entresijos de la mente y del corazón ajenos. 

   Y poderlos contar.

7 nov 2012

EL BLOGUERO INVISIBLE ATACA DE NUEVO





   ¡Sí, sí, ya lo sé!, ya sé que os estáis preguntando qué hago otra vez por aquí después de haberle echado la cortinilla al blog, ¡sólo la cortinilla!, porque la puerta, lo que se dice la puerta, tampoco es que la hubiera cerrado y de haberlo hecho habría sido con una llavecilla endeble y minúscula, como las de esos diarios que teníamos de pequeñas para guardar nuestros grandes secretos sin saber que con una simple horquilla quedaban más vendidos que un disco de El Fary en un bar de carretera. O puede que no, que nos os preguntéis nada porque es la primera vez que pasáis por aquí, en cuyo caso, yo, por simple deferencia hacia vosotros, tendría que explicaros que por circunstancias personales -ampliamente debatidas conmigo misma y con alguna otra pobre cabeza de turco que encontré por ahí-, decidí tomarme un pequeño respiro en esta carrera de fondo que se inició con la puesta en escena de las protagonistas de este libro, sí, el que figura dibujado por los rincones del blog y que da título a su cabecera. Aunque también es posible que me digáis -con mucha diplomacia, eso sí- que os importa un bledo lo que yo decidiera hacer con mi vida, que los chismes interesantes de los personajes públicos (y yo no lo soy) se concentran en la sobremesa de la 5; y entonces no solo tendríais razón, también gozaríais de toda mi admiración. 

   La cuestión peliaguda es que me fui sin saber cómo ni cuándo volver. Ni tan siquiera si lo haría. Tranquila, relajada, consciente y segura de haber tomado una buena (¿e irrevocable?) decisión. Y un mes y medio más tarde, cuando ya estaba en casa con el pijama puesto, la bata de guatiné y mis zapatillas azules de borreguito por dentro, allá que viene mi madrina de ceremonias (Ana Kayena) a lo suavón y como quien no quiere la cosa a sacarme de nuevo a la palestra con su genial propuesta del Bloguero Invisible. Lo primero que hice fue mirarme las uñas, limaditas y preparadas para darme un pintadito de esos que no me duran nada, y automáticamente temí por su integridad física y por dejármelas, a base de mordedura, a la altura de la media luna de pura envidia cochina que me ibais a dar todos de aquí al día de Reyes en caso de no participar. Porque el año pasado me lo pasé como los indios, no sé si lo sabéis. Aún así, decidí consultarlo con la almohada porque, entre otras muchas cosas, me gusta ser coherente con mis principios y con mis decisiones meditadas y estudiadas hasta la saciedad, y la de dejar reposar el blog fue sin duda una de ellas. 

   (Las once y media, abrazo la almohada y me dispongo a dormir, las doce de la noche, cabeza mirando al techo, ojos como platos. La una y diez de la madrugada, cuello torcido hacia la derecha, todo oscuro, ojos entornados sin ver ni torta. Dos menos cuarto, despierta y ligeramente cabreada, mi marido ronca y no me deja pensar (codazo). Dos y treinta y cinco, media vuelta hacia el otro lado, hemisferio izquierdo dándome la brasa con ser fiel a mis convicciones, hemisferio derecho descojonado y pidiendo juerga. Tres y cinco, incipiente tortícolis y confusión mental superlativa, alto grado de ansiedad, mañana hay que trabajar. Tres y media, la madre que parió a Ana, por qué leches me hace esto. Cuatro de la madrugada, huelo a tostado, mis neuronas se están quemando, bebo agua para enfriarlas y se ahoga una tras otra, toma el mando el corazón. Cuatro horas y cinco minutos, ¡que participo, caray, que la vida son dos días y no está una para perderse estos momentos, fuera remilgos! Cuatro horas y siete minutos, duermo como un lirón.)

   Pero si creéis que ahí terminaron mis confusiones, os equivocáis (es que el día en que en el colegio explicaron la lección de pensar me encontraba en el aula yo sola y la absorbí entera como una esponja, qué digo una esponja, ¡como todas las esponjas marinas del Océano… ¿cuál es el más grande?, pues las del Pacífico unidas todas). ¡¿Qué libro iba a regalar?! (redoble de tambores). Ni idea. 
   Mis pensamientos debieron trascender la barrera ósea, porque las chicas comenzaron a alborotarse raudas y veloces. “¡Las maletas, las maletas!” –las oí gritar-. “¡Eh, eh, eh, todas quietas de inmediato, ¿adónde vais?” El sargento chusquero que debí ser en otra vida se apoderó de mí. Las senté como pude, las calmé y les expliqué, con más paciencia que el Santo Job, que en esta ocasión les toca ver los toros desde la barrera, sentadas a mi ladito y de mi mano maternal para que no se desmadre ninguna. Les recordé que es de mala educación autoinvitarse a casa ajena sin saber si serán bien recibidas o no, y que aquí no se puede decir “¡qué levante la mano quien las quiera acoger!” para tener una ligera certeza de que no les darán con la puerta en las narices por overbooking casero. Me miraron con cara de pocos amigos y sé a ciencia cierta que el sofocón fue ostensible y notorio; pero luego se les fue pasando y hasta me han sugerido títulos para regalar. Y hemos tomado café. Y hemos charlado. Y hemos recordado las emociones del bloguero pasado. Y el clima de compañerismo, de amistad sincera, de ilusión recíproca, de anécdotas compartidas, de risas abiertas, de complicidad mutua. Y esa sensación de disfrute pleno con la preparación del regalo y la intriga nerviosa de querer descubrir quién nos regalará a nosotros y qué, y no poderlo saber porque nuestra Gasparina particular se preocupa muy mucho de evitarlo.

   Y nos hemos levantado llegando a la conclusión de que esta iniciativa vale su peso en oro, por lo que queremos compartirla con todos vosotros con la esperanza de colapsar Correos y de copar las entradas y los comentarios de la blogosfera entera hasta bien pasado el 6 de enero próximo.

   ¡Vale, vale!, me estoy enrollando como una alfombra persa, pero qué queréis, tengo que calmar el mono de no haber abierto el blogger desde hace 42 días con sus mañanas, tardes y noches. 

   Os decía que las chicas me han ayudado a elegir y después de un debate intenso y de una democrática votación, hemos decidido regalar LA CAÍDA DE LOS GIGANTES de Ken Follet. 


Una gran novela que narra la vida de unas familias americanas, británicas, rusas y alemanas con el trasfondo de la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa y los profundos cambios sociales que éstas conllevaron.

"Esta es la historia de mis abuelos y de los vuestros, de nuestros padres y de nuestras propias vidas. De alguna forma es la historia de todos nosotros."
Ken Follett

La historia empieza en 1911, el día de la coronación del rey Jorge V en la abadía de Westminster. El destino de los Williams, una familia minera de Gales, está unido por el amor y la enemistad al de los Fitzherbert, aristócratas y propietarios de minas de carbón. Lady Maud Fitzherbert se enamorará de Walter von Ulrich, un joven espía en la embajada alemana de Londres. Sus vidas se entrelazarán con la de un asesor progresista del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, y la de dos hermanos rusos a los que la guerra y la revolución les ha arrebatado su sueño de buscar fortuna en América.

Tras el éxito de Los pilares de la Tierra y Un mundo sin fin, Ken Follett presenta esta gran novela épica que narra la historia de cinco familias durante los años turbulentos de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la lucha de hombres y mujeres por sus derechos.


 
  Gracias, Kayena, por repetir esta genial iniciativa y gracias por darnos la excusa perfecta para resurgir como el ave Fénix.